Vivimos tiempos convulsos, eso es innegable. No es una apreciación de unos pocos o algo simplemente inducido por los medios que nos alienan día a día, es algo visible y obvio para cualquiera que se asome un mínimo a la realidad diaria.
Para aquellos criados durante la época de la democracia, con la salvedad del 23-F, no ha habido una situación de tensión política igual a la de hoy en día. Dábamos por sentada una vida política democrática, sin sobresaltos, y siempre yendo a mejor. No creo que se nos pueda culpar de ello, inocentes de nosotros.
No obstante, he aquí nuestra realidad: Crisis, corrupción, extremismos y un sinfín de problemas que nos han hecho comprender que tal vez, de aquí en adelante, no vayamos a vivir mejor que nuestros padres y a dudar con desasosiego si nuestros hijos vivirán mejor que nuestros abuelos.
En este contexto de desilusión, baño de realidad, no es de extrañar que la gente se agarre a un clavo ardiendo cuando le ofrecen la perspectiva de un futuro mejor. No es necesario ofrecer garantías de ese futuro mejor, somos así de sencillos, nos basta con la mera creencia de que las cosas van a mejorar para que, al igual que durante estos años pasados, no sintamos esa angustia vital de pensar que los tiempos pueden empeorar.
Pero para llegar a esta convicción, tiene que existir un punto de ruptura que dé visos de realidad a ese futuro halagüeño que se nos ofrece, de lo contrario, nuestras mentes acostumbradas a la sobreinformación y a las promesas vacías no darán crédito a esa nueva posibilidad.
En los corazones de la Cataluña independiente, ese punto de inflexión ya ha tenido lugar, para ellos, de aquí en adelante se abren nuevos horizontes y nuevas posibilidades que antes le estaban vetadas. La situación es irreversible, no se puede hacer volver a esa gente al punto anterior, donde el futuro no ofrecía soluciones, es algo sencillamente inviable, se negarán, como lo haríamos cualquiera de tener ese creencia. Y se negarán porque se les estaría arrancando su futuro mejor y contra ese sentimiento es muy difícil luchar, no hay nada más peligroso que dejar a una persona sin posibilidades: El que nada tiene (o así lo cree), nada tiene que perder.
La Generalitat lleva años alimentando ese sentimiento: "La situación actual no tiene futuro, el futuro es la independencia". Y han conseguido que ese mensaje cale en una grandísima masa social llegando al paroxismo en estas semanas. Es una jugada arriesgada, cierto, pero soberviamente ejecutada y veremos cuál es el resultado final.
Viendo ese nivel de maestría y planificación, uno esperaría que del otro lado hubiera un contrincante igualmente digno, una estrategia capaz de enfrentarse a semejante despliegue y contrarrestarlo. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Nos hemos encontrado con un gobierno torpe, lento, ineficaz y tremendamente despreocupado por la nación, pese a llenarle la boca con palabras como patria, unidad y lealtad. Demasiado grandes esos vocablos en gente tan indigna y demasiado vacías en sus discursos, que nada más que indiferencia y hastío provocan.
Estos gobernantes que a día de hoy manejan una fractura social basándose única y exclusivamente en el control gubernativo, son los mismos que hasta la fecha han ignorado el descontento social de todo su pueblo y, mientras la Generalitat daba una salida a parte de esa gente sin futuro, estos hacían oídos sordos a los problemas de sus ciudadanos. Ante el España nos roba no han sabido defender su gestión, y porque no decirlo, el que calla otorga... O da esa sensación.
Ahora mismo pretenden volver a meter al redil a media Cataluña, media Cataluña que ya ha dicho que no quiere seguir con este gobierno y se ha agarrado a ese clavo ardiendo que le han ofrecido. Sin embargo pretenden hacerlo por la fuerza de la pluma y, si la pluma no puede, con la espada. Craso error.
Este grupo de gobernantes, que llevan años sin ofrecer nada digno a su pueblo, viviendo del impulso ganado años antes y sobreviviendo a la crisis a base de políticas restrictivas para el ciudadano de a pie, no ha tenido ni por un segundo la intención de ofrecer a los catalanes independentistas un futuro diferente, de mostrarles un camino que poder seguir juntos y que nos lleve a todos a buen puerto. Si desde hace años este país no fuera dirigido por un capitán sin rumbo no habríamos llegado a esto, no habría que utilizar pluma o espada, porque habría opciones.
Y lo que es aún peor, las políticas de ambos gobiernos, general y autonómico, han llevado a un distanciamiento entre catalanes de una y otra ideología, y de estos con el resto de autonomías, de modo que a día de hoy mucha gente ya no perciba al otro como un compadre más si no casi como el enemigo y eso, no trae nada bueno. El fantasma de las dos España vuelve a cobrar fuerza y ya sabemos todos cual fue el resultado de ese enfrentamiento fraticida.
Sin embargo, no es tarde para solventar esta situación y en nuestras manos tenemos parte de la solución, quizá la más importante. Los políticos abogan única y exclusivamente por sus intereses (en la gran mayoría) por lo que dejarnos influenciar por sus luchas de poder y dividirnos en bandos que rechazan visceralmente al contrario es un absoluto sinsentido, una aberración que como pueblo civilizado no podemos permitirnos. No podemos tolerar en nuestros políticos expresiones como "Que no se sientan desamparados los no independentistas, el gobierno no los dejará abandonados" entonces, ¿a los independentistas si? ¿Se da por perdido a casi un 5% de la población?
Yo me niego a dar por perdidos a mis compatriotas, me niego a no ofrecerles un proyecto común, y me niego a que se repitan los errores del pasado. Me es indiferente que ahora mismo se haya llegado a una situación difícil, que ambas partes hallan tomado decisiones erróneas, aún estamos a tiempo de retomar un proyecto común.
Este gallego profundamente español no rechazará jamás a un catalán, no será nunca mi enemigo, y espero que esos mismos catalanes jamás vean un enemigo en mi.
Aún tenemos una última oportunidad.