Sociedad individualista vs sociedad colectivista: la manía de combinar ambas del peor modo posible

La clásica división entre sociedades individualistas y colectivistas define las primeras, a grandes rasgos, como aquellas donde el individuo busca sus propios objetivos sin tener en cuenta al grupo, que tampoco le presta ningún apoyo porque es una suma de sujetos aislados. Y las colectivistas son las sociedades donde la interdependencia entre sus miembros es notable.

Existe una tendencia en determinados partidos a combinar ambos conceptos, pero con la peor ecuación posible. Promueven una sociedad profundamente individualista, por cuanto niega la cooperación de los individuos para lograr unas oportunidades que les permitan construir su vida y un apoyo que les proteja frente al abuso del más fuerte y les garantice una vida digna frente a la enfermedad o la pobreza fruto de no encontrar un empleo o ser incapaz de trabajar debido a sus limitaciones psicofisicas.

Pero, a la vez, estos partidos promueven una sociedad perversamente colectivista, intentando imponer sibilinamente un pensamiento único y tachando de raro, inadaptado o mal español al que se sale de sus parámetros. Consumismo, tradiciones arcaicas, roles hombre-mujer, deportes patrios, pasión al ver ondear la banderita, ritos folclórico-religiosos, sumisión acrítica a la autoridad...se encuentran en el kit que deberá introducirse en todo cerebro lavado.

La ecuación de toda sociedad libre y avanzada es precisamente la contraria. Debe ser profundamente individualista en el sentido de reivindicar la individualidad de toda persona. Su derecho a pensar por sí mismo, conocerse, aprender, acceder a todas las fuentes de conocimiento y opinión y formar su criterio sobre cada pequeña cuestión de la vida. Sin renunciar a su espíritu crítico jamás, sin rebajarse a dejar de ser él para agradar al resto. Y garantizando escrupulosamente sus libertades de expresar su pensamiento, publicarlo, manifestarse o asociarse con otros para defenderlo...

Decía un famoso periodista estadounidense que “si todos piensan lo mismo es que ninguno está pensando”. Y es lógico: somos únicos y, precisamente por ello, no es natural que varios individuos piensen exactamente lo mismo sobre un elevado número de temas. A no ser que les hayan lavado el cerebro o que estén ocultando su personalidad por miedo al rechazo.

Somos seres sociales, pero nuestra relación armoniosa con el resto no puede basarse en el deseo de dominar, encajar, agradar...no podemos construir nuestra vida dependiendo de la reacción de los demás. Ni queriendo agradar para ser aceptados, ni pretendiendo que los demás nos obedezcan o adoren. Todo eso da lugar a esperpentos, desde el viejo amargado que increpa a su vecino que ha puesto la bicicleta en el balcón porque “afea la fachada” (cosa que le da igual, pero le increpa porque quiere dar órdenes a alguien) a la chica que se deja someter por un gañan porque si no se va a quedar para vestir santos.

El ser humano libre y maduro se relaciona con los demás buscando aprender, compartir y crecer con el encuentro, sin pretender sojuzgarles ni tampoco arrodillarse ante ellos para que le acepten. El ser humano libre ha logrado un desarrollo intelectual y cultural (por otra parte accesible para todos) que le permite ser autosuficiente y no necesitar palmeros ni amos para ser feliz.

Pero para lograr esa sociedad de hombres libres, es imprescindible un toque colectivista. Hace falta la convicción de que todo sujeto, por el mero hecho de su humanidad, gozará de las condiciones materiales de las que nace la libertad real (infancia alejada del sufrimiento y la pobreza, educación, condiciones sociales que eviten la explotación laboral o la miseria del que no encuentra empleo...).

Y para eso hay que trabajar juntos. Sin que te importe si tu vecino ama el fútbol o la ópera, es cristiano o ateo, canta “resistiré” desde el balcón o le parece una idiotez. Asumiendo que es un individuo diferente de ti, con gustos y opiniones totalmente distintas, y todo eso es irrelevante porque os une algo mucho más importante: el respeto por vuestra individualidad y el reconocimiento de vuestra dignidad como personas. Y por eso debéis trabajar juntos para construir unos servicios públicos que protejan el futuro de sus hijos y los tuyos, para evitar que los más fuertes conviertan el país en su cortijo, y para garantizar que las instituciones públicas sirvan al bien común.

A los fuertes les interesa tener un rebaño de borregos que se miren mal entre sí si alguno bala un poco más alto que el de al lado o tiene el color un poco más oscuro, y que asuman como natural el sacrificio de cada uno para llenar la tripa del amo. A ti te interesa aprender a respetar a todos tus semejantes independientemente de su credo, aficiones u orientación sexual, y construir con ellos un país donde ambos podáis gozar de vuestra vida sin que muráis antes de tiempo por las listas de espera hospitalarias o tengáis que partiros el lomo por dos duros mientras vuestro jefe se hace de oro. En el fondo, es una suma de individualismo y colectivismo, pero exactamente al revés de como pretenden quienes desean esquilaros cada invierno.