Escombrillos
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¿Para qué sirve una inmobiliaria?

Desde hace un año intento junto a mi novia encontrar un piso en el que asentarnos. En este tiempo mi serenidad y paz mental han ido mermando por culpa del bestiario que me ha tocado tratar. Entiéndase bestiario como conjunto de personas con conductas reprochables en materia habitacional, e incluyo aquí al 90% de mi entorno.

Los casos más leves son los de aquellas personas con las que uno trata en el día a día lo suficiente como para que se acaben pronunciando sobre el problema de la vivienda.

La que tiene dos viviendas y alquila una de ellas:

-Si no quieren pagar esos alquileres que se esfuercen y compren como hice yo.

El que pagó la vivienda ya tirando a cara:

-Yo conozco muchos que se van de vacaciones al Caribe todos los años y tienen un iPhone. Luego querrán que les den el piso gratis.

(A mí tampoco me gusta la gente que derrocha el dinero, ojo. Soy un tío austero)

Los que presumen de la situación (a pesar de no pertenecer al grupo de los pudientes):

-Pamplona es una ciudad cara. Aquí hay pasta.

Y, por no extenderme más, aquéllos que simplemente se alegran de que su casa valga más, que quizá piensen en venderla para... comprar otra aún más cara.

Pero me quiero centrar en los que más asco me dan. ¿Por qué dejamos que existan las inmobiliarias?

Vamos a ver. El proceso de comprar casa debería ser algo así: El vendedor sube un anuncio a un portal, yo lo veo y le llamo para visitarlo, me gusta y quedamos en hacer la compra-venta, que se oficializa en una firma ante notario.

Pero lamentablemente es esto otro:

Veo el anuncio y llamo para pedir visita. No me cogen el teléfono. Insisto, me toman datos, ya te llamará el comercial. Pasan dos días. "Ya se ha vendido", o no y me dan hora. La comercial me dice muchas cosas que ya sé:

Esto es la cocina, esto el baño, este barrio está cerca del centro, esta pared se puede tirar y hacer un salón más grande, tiene gotelé.

Luego las mentirijillas:

Entra mucha luz (es Pamplona), el certificado energético estará pronto, los vecinos son muy tranquilos, tengo mucha gente interesada, daos prisa que vuela,...

Le hago la oferta. Se la pasamos al propietario, ya os diré algo. Dice que no le parece suficiente, quizá si pagáis algo en B...

A veces hay suerte y lo vende el dueño. Las visitas duran mucho más, te cuentan todos los defectos, saben responder a todas las dudas. No hay punto de comparación. También son más comedidos con los precios, no piden las barbaridades que piden las agencias de hienas. Son más rápidos bajando el precio si el piso no se vende. Tampoco te miran de arriba abajo, no te preguntan por tu trabajo.

Un agente inmobiliario te atiende tarde, no ha hecho los deberes y no sabe qué hay en el piso, ha puesto de su parte para tirar el precio hacia arriba, después presiona para mantenerlo meses ahí, te presiona a ti para precipitarte en la decisión, acaba cobrándote (de manera directa y/o indirecta) miles de euros no sé por qué servicio.

¿Alguien me puede explicar por qué dejamos que exista un negocio así? A ser posible sin incluir la palabra extorsión en la respuesta. ¿Cómo es posible que existan 46 inmobiliarias en una ciudad que apenas tiene 500 viviendas a la venta?

Supongo que es el signo de los tiempos, mientras una actividad dé dinero se tolera, aunque roce lo delictivo, aunque no haga ningún bien. Me frustra la falta de empatía de la sociedad. Yo tengo ya unos años, y con mis ahorros y mi sueldo puedo permitirme las abusivas cuotas de la hipoteca, pero no concibo que una pareja de veinteañeros empiecen un proyecto de vida con este panorama. Las reglas del juego han cambiado a mitad de partida y les han estafado. Qué pena y qué asco.

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La tristeza de la IA

La tristeza de la IA

No pretendo decir todo lo que pienso, porque a veces, (como a Légolas) me faltan palabras para describir un dolor tan reciente.

twitter.com/oapngob/status/1757730510850187687

Que un organismo como el de Parques Nacionales utilice la IA de una manera tan cruel (si, cruel) me parece especialmente doloroso.

Tengo a metro y medio de mi, en la estantería, la colección completa de los cuadernos de campo de Félix Rodríguez de la Fuente. Esos dibujos y apuntes, esquemas e ilustraciones, imperecederos, tan válidos hoy como el día que se hicieron, referencia eterna a la que acudir, que representan tan bien el amor, la conservación, el respeto, la vocación, el placer de dedicarse a algo noble.

Y el organismo oficial, público, que hereda el testigo de la conservación de nuestros ecosistemas, sabiendo lo importante que ha sido siempre la ilustración científica, defeca sobre todo esto y planta unas aberraciones como representaciones de nuestras amadas especies, como el icónico y emblemático lince, en una suerte de amasijo de felinos de toda la red, sin rigor, ni alma, ni vida, ni pasión.

Las grandes guías de identificación siempre han sido las ilustradas. El enorme poder de un buen dibujo que destaque los rasgos clave, los detalles de incluir la flora presente en el entorno que corresponde a cada especie animal. Los detalles del paisaje, el relieve, la pradera, el momento del día.

Como ese director de cine que te coloca un elemento en una esquina del decorado, esas pistas que te sitúan, que te informan, que te nutren el cerebro, que te permiten volver a la imagen una y otra vez.

Los académicos conocen la importancia de la revisión de los cuadros para entender la evolución de nuestras hortalizas, ubicar especies por el mundo, desde las paredes de las cuevas hasta los apuntes de un estudiante de tesis en algún buque oceanográfico actual.

No se cómo hemos llegado a esto. Hubiera deseado estar ya en mi vejez, porque hubiera preferido perderme lo que está ocurriendo.

Tal vez es que las personas se han aburrido de vivir, y sólo se trata de ocupar el día pulsando un botón.

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menéame