Siempre tuve una opinión extremadamente dura sobre lo que las FARC significaban para Colombia. Tras años de visitas, conversaciones y seguimiento de su realidad se fueron añadiendo matices y grises, y mi lista de problemas del país crecía con los narcos, paras, élites terratenientes, ejércitos de la minería ilegal, dirigentes militares, las bandas emergentes que salieron de la supuesta desmovilización de los paras… En los días previos a la firma del acuerdo tuve ocasión de vivir el ambiente en una visita a La Macarena.
El relato empieza con C., que, ante una cerveza, a la pregunta insidiosa de la turista de qué piensan del proceso de paz, respondía con una frase, sin darle importancia. “Hay que entender que hasta Uribe aquí no sabíamos lo que era el gobierno de Colombia.” R. le apuntilló “Ni tampoco lo que era la guerra”. Mi cara debió mostrar algún impacto, porque C., R. y S. se fueron sucediendo el uno al otro para intentar explicarlo. Intento reproducir algunos retazos.
Esta “trocha” [pista de tierra impracticable sin un buen 4x4] es la única que hay desde el pueblo a otros de la sierra [lleva unas 13 horas llegar hasta el más cercano]. La hizo la guerrilla. El aeropuerto, los embarcaderos, los hicieron ellos. Todo eran ellos: el comercio, la escuela o la Justicia. Si alguien te robaba, les decías, y lo castigaban, a veces con dinero, otras con el destierro. Si violaban a una chica, ese no se salvaba. Si tenías tierras, te daban la semilla y la plata para plantar la coca, y te la compraban. Si querías cortar árboles, les pedías permisos… La zona era su refugio seguro, y aquí no había batallas.
El Mono [Jojoy] era el único presidente que conocíamos hasta Uribe [fue presidente entre 2002-2010]. Pero cuando entraron en el pueblo no parecían un gobierno. Hicieron una pila de cuerpos con todos los que creyeron que habían apoyado a las FARC. El jefe tenía una casa allí, y se llevaron hasta a la mujer que limpiaba los pisos, al que le vendía fruta… Mi papá les había arreglado una pared, y en casa nos moríamos de miedo. Un grupo de vecinos entró en la casa y se llevaron todo lo que encontraron de valor.
Al final de la semana, de repente, se fueron los soldados sin dar explicaciones, sin dejar a nadie. Y en cosa de horas volvieron los guerrillos. Fueron de casa en casa buscando las cosas que les habían robado. Hicieron otra pila con los ladrones y añadieron a los “colaboradores”… cualquiera que hubiese hablado con ellos podía caer.
Luego volvió el ejército. Montaron un bombardeo de dos días en la selva y dijeron que habían matado al Mono [Operación Sodoma, año 2010]. Llevaban tiempo diciendo que se moría de enfermo. La gente quiso verlo, pero no nos dejaron, se lo llevaron corriendo al aeropuerto.
Ahí ya tomaron el pueblo con la fuerza de choque, a miles, pero habíamos aprendido la lección. Pasaban meses y nadie les colaboraba, aún esperábamos que se fueran y volviera la guerrilla. Uno les fue a pedir ayuda por unos animales que le faltaban, y a los pocos días apareció muerto junto a un cartel: “El Mono Vive”... Yo tenía amigos que se habían ido a la guerrilla porque los militares le habían matado a alguien, y otros que se habían ido al ejército porque las FARC le habían matado a alguien. Y todos tenían razón.
Ahora se han puesto a hacer cosas para que los veamos, que no se van, que ellos son el gobierno... Cementaron las calles, mejoraron el aeropuerto, pusieron el SENA (FP), trajeron a los de CORMACARENA, promueven el turismo… Pero cuando mi bebita se quiere acercar a los militares, a mi me da coraje.
Ayer por la tarde vi una barcaza bajando por el río, cargada de guerrillos armados, que iban para el encuentro del Diamante. La vi delante del puesto del ejército con su bandera blanca, mirándose y estuve por salir corriendo. Tenía a mi niño en brazos, y lo apreté tanto que lloró. Él no entendía qué pasaba. Ojalá que esto salga bien y nunca entienda.
El sí ganó en el plebiscito en La Macarena por un 73,66% de los votos.