Cuando John envió su reportaje, contempló dos escenarios. El peor era que le dejasen tirado en aquel infierno que era el Japón de 1945, cerrándole el grifo de dinero que le permitía subsistir y comprar algo de seguridad. Y el mejor era recibir una llamada telefónica de su redactor jefe plagada de gritos e insultos. Finalmente, el mejor escenario se materializó en una llamada a la destartalada habitación de la ciudad de Kobe donde se alojaba.
-Pedazo de animal ¿Crees que te pago para que escribas esta basura pro-nipona? Estás difamando a nuestras tropas!!!
-Jefe, lo he visto con mis propios ojos. Un barrio entero de casas de madera ardiendo. No había ningún objetivo militar allí. Nuestros aviones lo frieron sin piedad. En Kobe no hay bases del ejército, todas están a las afueras. Pero atacaron el centro de la ciudad a sabiendas de que sólo había civiles. He visto a mujeres sin piel agonizando en el suelo, a críos sin cabeza...y he cumplido mi misión de reportero de guerra. No hay juicios de valor en mi artículo. Sólo fotografías y una descripción objetiva de la realidad.
-Estúpido!! Todos son terroristas, aliados de Hitler! Esconden armas en los hospitales, usan los centros urbanos para ocultar arsenales...ellos son los responsables de los civiles que puedan haber muerto! Y esas fotos...seguro que no las has hecho tú! Te las habrán dado los nipones para hacer propaganda. Seguro que los críos muertos son actores!
-Jefe, los aviones no atacaban edificios concretos. Eran racimos de bombas incendiarias lanzados indiscriminadamente en centros urbanos ¿De verdad piensa que en un escenario así no mueren civiles? Las fotos las hice yo, y después vomité.
-Está bien, te conozco desde hace tiempo y voy a darte otra oportunidad. He tirado a la trituradora los papeles que me mandaste. Firma otro reportaje donde dirás que Kobe era una ciudad ocupada exclusivamente por terroristas pro-nazis, y que nuestras fuerzas las han liberado. Haces fotos a nuestros soldados y me la envías.
-No, jefe. Usted ha olvidado las líneas rojas. El mundo es un poco más oscuro cuando un hombre olvida las líneas rojas. Hitler ocupó el poder porque los alemanes olvidaron las suyas. Nuestros periódicos son basura propagandista porque los periodistas hemos olvidado las nuestras. Y el niño que me pidió caramelos unos días antes mientras paseaba, ha muerto porque los militares olvidaron las suyas.
-Maldito idiota!! Sabes que puedo despedirte y hundir tu carrera como periodista?? Jamás volverás a trabajar con nosotros!
-No, jefe. Usted no es periodista, es un mercenario porque dejó que el gobierno le enculara sobre la línea roja. Los periodistas no mentimos. Ésa debe ser nuestra línea roja. Los militares no bombardean ciudades llenas de civiles, ni masacran a personas desarmadas para intentar quebrar a su rival. Por muy monstruoso que sea ese rival. Los militares pelean contra militares y dejan a un lado a los civiles, aunque eso implique que la guerra dure más. Pero si traspasan esa línea roja y asesinan niños, se convierten en la misma basura que usted.
-¿Cómo te atreves hijo de perra? Yo soy un patriota, estoy contribuyendo a la lucha mundial contra el fascismo! Tú estás ayudando a los criminales que gasean judíos en Auschwitz!!!
-No, jefe. Si usted viviese en Alemania, estaría negando la existencia de esos campos por un sueldo tan bueno como el que cobra. Le reconozco que Hitler y los suyos son peores que los nuestros. Pero ¿qué cree que se puede construir sobre una pila de cadáveres de personas indefensas asesinadas a conciencia? Lo volverán a hacer, jefe. Todas las veces que haga falta. Todas las veces que nuestros líderes quieran ganar una guerra para acumular más dinero y poder. Porque cuando se olvidan las líneas rojas nacen los monstruos. Y no dejan de serlo por el hecho de que existan otros peores. Y los monstruos necesitan maquilladores que les limpien la sangre de sus víctimas. Por eso a usted nunca le faltará el trabajo.
-Estás despedido!!! Púdrete con tus amigos del Eje!!!
-Era mi idea, jefe. Dejar su pocilga y recorrer el mundo. Y poner ante los ojos de la opinión pública a cada niño asesinado y a cada mujer violada. Sea alemana o judía. Viva en Dresde o en Varsovia. Diciendo la verdad, no sobrepasando mi línea roja, y esperando que todo el mundo aprenda (o se vea obligado por los demás) a no traspasar la suya. Así hasta que no queden monstruos y las vidas inocentes dejen de sacrificarse en sus altares.