¿Jesús era un perroflauta?

Hace poco descubrí una foto de Hitler dando de comer a una criatura del bosque, una pequeña ardilla, pero resulta que hay más fotos del führer con animales, con cervatillos, con perros, con niños, etc. Hay que reconocer que en los mítines da un poco de miedo pero, viéndolo dar de comer a bestezuelas o veraneando en el Kehlsteinhaus, hasta parece un buen tipo. Si el Tercer Imperio alemán hubiera ganado la guerra ahora tendríamos un montón de historias piadosas y películas edificantes sobre la vida de Hitler prolijamente documentadas con fotos de ardillas. Con el pasar del glorioso milenio nos encontraríamos a un Hitler amante de los animales, vegetariano y ecologista, un rebelde que se alzó contra la despiadada sociedad capitalista de su tiempo en pos de un hombre nuevo, más guapo, más solidario y en armonía con la naturaleza. Y todo esto pasó porque ganaron los nazis. Ahora imaginemos un universo alternativo donde los que ganan son los cristianos y más concretamente otro imperio: el Imperio Romano de Constantino.

No obstante existen grandes diferencias entre Hitler y Jesús. De Hitler tenemos bien registradas sus ideas y sus acciones sobre Europa, de Jesús sólo tenemos textos de otros que nos cuentan sobre lo que dijo y lo que hizo, de Hitler tenemos la certeza de que estuvo enredado en vida con el destino del Imperio Alemán, no fue así con Jesus, al que involucraron en el Imperio Romano mucho tiempo después de haber muerto. Hitler dejó un legado estrafalario de opiniones racistas y nacionalistas mientras que las ideas que se le atribuyen a Jesús tratan temas más universales sobre la ética y la relación de los humanos con su vida, sus semejantes, su destino y los dioses. Aunque también se pueden encontrar en Jesús expresiones y conductas poco honrosas. Según los evangelios amenazaba a la gente con el infierno, retaba e insultaba a los que no congeniaban con su idea del judaísmo y por lo menos ha quedado registrado un episodio de disturbio callejero, con resultado de empresarios magullados y negocios dañados, que protagonizó prácticamente él sólo.

Utilizando la navaja de Ockham y con cierta convicción de que la historia es como Juego de Tronos pero en cutre y sin magia, y la genialidad son ocasionales destellos que surgen desde cuerpos que se mantienen bajo una oscuridad de pasiones, atavismos y caos mental Jesús antes que algún tipo de extraordinario genio me parece un pequeño líder vivaracho común en su época, que según su suerte muy bien podría haber acabado como sus contemporáneos congéneres terroristas: los zelotes. Y aquí debemos romper una lanza en favor de Pilatos que impidió que Jesús siguiera por el mal camino crucificándolo antes de que organizara más líos en los templos y los negocios locales. Si Jesús fue un perroflauta no era de la clase que veríamos sentado en la plaza de Sol subiendo las manitas y esperando ser aporreado por los legionarios de Cifuentes, más bien lo encontraríamos a las puertas del congreso retando, azuzando e insultando a políticos y rompiendo escaparates.

Pero los ocasionales encontronazos con el comercio y las autoridades civiles no es lo que se subrayó del comportamiento de Jesús, sino su actitud amorosa y pacifista, esto es porque el Imperio Romano perroflautizó a Jesús primero frenando en seco su carrera gracias a la acción de un oportuno gobernador romano y luego modelando su figura posterior, cosa que hicieron judíos romanizados que relataron con muchas ardillas acontecimientos que les contaron sobre un señor que había hecho lío en Palestina. Los escribas que redactaron los evangelios interpretaron ese alboroto buscando cierta coherencia con los libros de su tradición, pero a la vez trataron de sintonizar el relato con el pensamiento hegemónico de su entorno y de su época para que estuviera en armonía con la moral de la sociedad romana, que no era lo que sale en las películas de romanos/nazis sino que era, en casi todo, nuestra propia moral.

Porque nosotros nunca dejamos de ser romanos, unos romanos más tecnológicos que los antiguos, pero sólo un poquito más sofisticados. Lo que pasa es que nosotros, como hacían ellos, decimos una cosa y luego hacemos otra: enseñamos a respetar la vida y a tratar bien a los animales al tiempo que conservamos la tauromaquía y dejamos que se mate la gente en los encierros. Las buenas ideas del cristianismo ya estaban en la Torá, en el Tanaj y en el batiburrillo filosófico helenístico de la época, en el estoicismo, el epicureísmo y el cinismo que practicaron los antiguos. Mucho de lo que más nos gusta de Jesús, su actitud moralista, pacifista, igualitarista y antisistema ya se encontraba en el hedonismo de Epìcuro, el estoicismo de Zenón y el cinismo perrofláutico de Diógenes de Sinope. Lo que consiguió el Imperio fue homogeneizar la civilización desde una religión aglutinando la moral de su sociedad dentro de un relato emocionante, que pudo imponer sobre los pueblos gracias a su fuerza y a su intolerancia.

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