Naces, tu familia te da cariño y eres un niño más o menos feliz, tu infancia se desarrolla normal durante los primeros años. Quizás tengas algún gusto diferente, pero hay más niños y niñas que lo tienen, no parece haber ningún problema. Pasas a la Educación Primaria, sigues siendo inocente y feliz, juegas y empiezas a desarrollar una personalidad propia.
Llega el momento, mucho antes de lo que nadie piensa. Pongamos que en 2º o 3º de Primaria. Alguien te lo dice. Por lo visto tienes unos gustos que no son tan comunes, o juegas con juguetes que los otros no juegan, o simplemente actúas de una manera ligeramente distinta. Te llaman "maricón" y la primera vez no lo entiendes. Irás entendiéndolo conforme creces, porque te acompañará toda la vida.
Tu infancia continúa, preguntas a tus padres qué significa eso de "maricón", te explican lo que es con miedo de que te lo hayan llamado, de que lo seas. Los comentarios no son constantes, pero sí su impacto. Empiezas a comprender que nadie que te quiera quiere que lo seas. Empiezas a tener miedo de que quizás lo seas. Antes de entender del todo lo que es, empiezas a configurar tu personalidad para ocultar cualquier rasgo que pueda hacer a los demás ver que eres eso que no entiendes.
Llega la adolescencia, llega el despertar sexual. Empiezas a saber lo que eres y dedicas todos tus esfuerzos a ocultarlo. Deseas con todas tus fuerzas cambiar, no ser así, no quieres decepcionar a tu entorno porque sabes que ser maricón es algo malo, porque poco a poco así te lo han hecho ver. Dejas de hacer lo que te gusta o actuar como quisieras como método de supervivencia. Renuncias a tu despertar sexual, renuncias a la adolescencia en sí, no lo sabes aún pero tu adolescencia sucederá mucho más tarde que la de tus amigos y en la absoluta clandestinidad.
Empiezas a madurar, muy lentamente, y empiezas a entender lo que eres y que no depende de ti cambiarlo. Para dentro, contigo mismo, no te permites ni pensarlo hasta que ya no puedes enterrarlo más. La sexualidad y el afecto son una parte demasiado importante de la vida como para renunciar a ellos. Vienen los años de secretismo, de que tus amigos y familiares quieren al personaje que has tenido que crear en vez de a quién eres.
Llega la juventud, tus relaciones cercanas cada vez se sienten más cercanas, confías en alguien, ves que no es el fin del mundo pero que les choca, a algunos les duele. Tu círculo cercano te quiere, los que no lo son, cuando saben lo que eres, a veces lo utilizan como ataque. Empiezas a desarrollar mecanismos para ser ajeno a esos ataques porque han sido una losa demasiado grande toda la vida. Tu familia no puede ocultar la decepción cuando se lo cuentas, pero tardan poco en aceptarlo y lo intentan disimular porque te quieren, pero no puedes evitar sentirte culpable por ser lo que eres.
Parece que comienzas a tener una vida plena, te construyes círculos en los que los ataques son muy infrecuentes, te rodeas de una burbuja de confianza que te hace ver los ataques como algo muy externo, porque egoístamente ya no van dirigidos a ti. Tu familia te muestra su apoyo, pero siguen sin hablar de ello con otra gente. "No hay por qué ir diciéndolo, tú eres como eres y ya está". Esa privacidad no la aplican a las vidas de tus otros familiares, casualmente, pero qué vas a hacerle tú.
Llegas a una edad en la que tienes tus convicciones políticas y te gusta estar informado, llevas años siendo independiente y años de lecturas y conocimiento a tus espaldas. Tienes tus reservas acerca del activismo y de la situación política en general, no comulgas con todos los mensajes que dicen defender tus derechos, eres escéptico pero valoras su trabajo. Vuelves a escuchar comentarios por la calle que antes no escuchabas, pero a tu burbuja le siguen dando el mismo asco que a ti.
Tienes 30 años, te despiertas un domingo y ves que un chico de 24 ha escuchado la palabra "maricón" mientras le mataban de una paliza. Te quedas seco. Llevas años discutiendo las políticas identitarias y defendiendo que todo el mundo tiene derecho a opinar sobre los derechos humanos. Pero te das cuenta que el resto no sabe lo que pasó por la cabeza de Samuel, pero tú un poco sí. Este "maricón" vuelve a estremecerte.
El "maricón" que te soltaban en primaria por saltar a la comba un día en el recreo, el "maricón" de adolescente por llevarte con las niñas, el "maricón" de la universidad por atreverte a tener un lío en público, el "maricón" de tu juventud por darle un beso a tu pareja. El mismo "maricón" que gritaban mientras mataban a Samuel y que tantas veces habrá escuchado durante su vida.
De repente te ves en un acto de rechazo, y te sientes egoísta por haber tenido que llegar hasta aquí para llegar a darle consideración al activismo. Y ves como tu existencia es sujeto del argumentario político de aquellos que dicen que no hay que politizar esta muerte. Aquellos que quieren que a los niños no se les enseñe a ser tolerantes desde pequeños, a que haya una disrupción contra la intolerancia que sigue siendo el status quo.
Y te das cuenta, de sopetón, que tu burbuja es un espejismo. Lees redes sociales y entiendes los DDHH no son algo de consenso, en absoluto. Te das cuenta que habrá niños en Primaria ahora mismo a los que llaman "maricón", y que a lo mejor todo no ha cambiado tanto como tú pensabas, solo que tu relativa paz ha usado el olvido como mecanismo de supervivencia.
Pero, sobre todo, te das cuenta que se acabó. Que ni identitarismos ni hostias, no vas a dejar a nadie, jamás, que en tu presencia profiera algo que te hubiese hecho desear no ser lo que eres cuando eras niño. Que igual tenías que haberte dado cuenta antes, pero que se acabaron las excusas, que solo los maricones sabemos lo que sentimos al escuchar esa palabra.
Que por muy empático que seas, no puedes ni imaginarte la vida de trauma que se te pasa por la mente al saber que un pobre chico pudo morir escuchando "maricón". Que si alguien se cree con derecho de defender que no es un insulto homófobo, ya estás tú para ilustrar con tu experiencia las miles de razones por las que sí lo es.