A los del barrio de Salamanca se les ve venir de lejos

Qué rancios y qué feos y qué pasados de moda están todos los que viven en el Barrio de Salamanca y tocan la cacerola. Qué mal gusto y qué ropa más anticuada y qué peinados tan horteras y qué gestos tan torvos. Qué poco les queda, qué irrelevantes son, qué mediocres y qué tristes.

Cómo se nota que su riqueza procede de herencias y fincas, de los pisos que compró el abuelo o el bisabuelo, que muchos se enorgullecen de tener un antepasado almirante y que ellos nunca se han alejado más de tres millas de la costa. Qué fuera de lugar están, ahora que publican sus fotos, en nuestros muros de Facebook o en las pantallas de nuestros móviles donde sólo miramos a estrellas de la música de género fluido y a futbolistas mucho más guapos y más ricos que ellos. Es más: estarían fuera de lugar casi en cualquier oficina, en cualquier despacho, en cualquier bar de moda. Son reliquias y como tales sólo se encuentran a gusto en las sacristías oscuras, en esos pisos de techo alto y ascensor de rejas que contienen notarios momificados.

Qué triste destino que hoy un colaborador de Telecinco pueda comprarse un coche mejor que el suyo, que con un sueldo de profesor puedas conseguir un armario mucho más espectacular y a la moda, que ya nadie cierre negocios en las cacerías (o sólo los que son como ellos, condenados a extinguirse, como sus rentas, por culpa de la endogamia).

¡Pero cuidado! Los más avispados son los que no aparecen en los vídeos, los que ni siquiera siguen viviendo en ese barrio. Son los que han sabido renovar su vestuario, los que hace tiempo que se mudaron (como Cifuentes, como Díaz Ayuso) a Malasaña y los que están montando una marca de cervezas artesanas. Son los que han aprovechado los apellidos compuestos y, sobre todo, los años que uno puede pasar sin sueldo porque percibe un par de alquileres, para moverse por los entresijos de Netflix, del periódico que lees o de esa eléctrica que en cada anuncio insiste en lo ecológica que es la energía que produce. La larga tradición de hijos de falangistas en el PSOE. Son los que, como tú, gritan “Cayetano” en un concierto de Carolina Durante pero se regodean porque saben que están mirándose en el espejo. Son los que a veces bajan a Lavapiés para tomar algo y cuando miran a su alrededor piensan que vaya cantidad de vagos, de lerdos, de lentos. Los que ya no veranean en la finca de su abuela y están a tu lado en el Primavera Sound. A los del Barrio de Salamanca se les ve venir de lejos, pero a los mejores de entre sus hijos, no. Y piensan como ellos.

Enrique Rey