En 2011 el PP obtuvo, en las elecciones generales, el 44,62% de los votos. En términos cotidianos podríamos decir que obtuvo algo menos de la mitad (y eso sin contar el 30% abstencionista), pero en términos políticos, fíjense que diferencia, se llamó “mayoría absoluta”. Con el voto de 3 de cada 10 españoles aplicó cuando y como quiso su rodillo parlamentario para aprobar leyes de tanta importancia para el país como la reforma laboral o la ley de seguridad ciudadana entre otras muchas.
En España hace ya tiempo que no impera la ley, sino la ley del más fuerte.
Mientras tanto en la tele, una marca de té nos dice que nos apuntemos al “yoismo”, un movimiento para dejar de pensar tanto en todo y empezar a pensar más en ti. Pero esta idea no es nueva en nuestras televisiones. Ya suena incluso añejo aquello de “a mi plin, yo duermo en pikolin” y todos asumimos de la mano de ikea que el hogar es “la república independiente de mi casa”. Nos han vendido durante años el egoísmo y la envidia, niños que se preferían a sus vecinos antes que a sus padres porque conducían un … . Y lo hemos comprado.
No nos engañemos, en la sociedad civil hay muchos que no quieren diálogo, que quieren vencer y no convencer. Que, habiendo a mano un rodillo, quieren que se aplaste con él a los demás. Lo quieren los del “a por ellos”, los que dan por válidos los resultados del referéndum, los que se alegran de que los bancos abandonen como sede social Cataluña. Los que piden que se declare la independencia por encima de lo que piensen el resto de catalanes y los que piden el 155 y que entren los tanques por la diagonal.
Casi nadie está dispuesto a bajarse de su burro. Nos han vendido que la democracia es defender tus ideas hasta el final y se les olvidó la parte en la que hay que llegar a entendimiento. Nos lo han vendido durante la publicidad, y en los telediarios. Que debe gobernar la lista más votada, aunque esta represente a un exiguo 40% antes que una coalición que represente a una mayoría. Que lo importante soy yo, y no nosotros.
Tenemos, no nos engañemos, los políticos que votamos. Nos gusta el candidato más intransigente, el que no cae en las medias tintas, el que defiende sus ideas pasando por encima de lo que haga falta, y de quien haga falta. La derecha votó de nuevo al Rajoy del rodillo y la izquierda volvió a elegir como líder de podemos al que más pinta tenía de macho alfa. Votaron en Cataluña al que prometió la independencia pasara lo que pasara y no a quien apostaba por el diálogo.
Y aquí estamos, dispuestos a seguir votándolos. Acusando de cobardes a quienes están dispuestos a ceder mínimamente en sus posiciones. Dispuestos a entrar en batalla, con rodillos, con cacerolas, con porras extensibles o, los dioses no lo quieran, con ametralladoras.
Se nos ha olvidado que la única forma de convivir es cediendo, pactando, encontrando un “ni pa ti ni pa mi” que nos permita seguir avanzando. Se nos ha olvidado, tal vez porque hace mucho tiempo que no lo practicamos, tal vez porque vemos como los otros se niegan a hacerlo una y otra vez, que defender nuestras ideas pasa por darles visibilidad, si, en las calles, pero también por convencer. Que imponer no es defender nuestras ideas sino cargarnos la libertad del otro.