"Es inhumano que a una persona con cáncer se le permita pasar por este calvario. El no ha matado a nadie, como si lo han hecho otros que han recibido permisos que ahora a él se le niegan" Javier Maroto sobre Eduardo Zaplana.
Analicemos esta visión del bien y del mal que expone Maroto, porque no sólo es profundamente errónea, sino que expone, involuntariamente, el principio de todos los males que asola a este país: la incapacidad de entender las consecuencias reales de la corrupción neoliberal.
Por ir al ejemplo, Zaplana recortaba en sanidad en su amada Comunidad Valenciana mientras se forraba con mordidas. En toda la provincia de Alicante únicamente existía un hospital que pudiera dispensar radioterapia y, por si ésto fuera poco, su falta de recursos provocaba que los enfermos oncológicos con la enfermedad muy avanzaba tenían que esperar hasta tres meses y medio para recibir el tratamiento. Expertos sanitarios a nivel regional y nacional alertaron de esta situación, produciéndose el hecho de que la Comunidad Valenciana, durante los años del PP, bajó hasta las 21 camas por millón de habitantes, una de las más bajas de la UE, cuando la OMS recomienda 75. A Zaplana esto le importó tres mierdas, y mientras tanto, intentó comprar el puerto de Altea y gastó auténticas millonadas en infraestructuras, especialmente fechadas en periodos pre-electorales de nula utilidad social. Ahora Zaplana pide y se le da, la piedad que jamás tuvo con aquellos a los que gobernaba.
La corrupción no es sólo robar, no es sólo dinero, es todos los derechos que se pierden y todas las muertes sutiles e indirectas que esta pérdida provoca y que pueden llegar a ser mucho más elevadas que los accidentes de tráfico o el terrorismo, principales focos de atención mediática. La corrupción deriva en maltrato machista, en suicidios por desahucios o por una situación precaria motivada por el desempleo o un sueldo mísero, en las 38000 personas que mueren al año por no recibir las ayudas de la dependencia, en las 800 personas que han muerto el pasado año languideciendo en listas de espera. La corrupción no es solo un Jaguar en un garaje, un safari en Kenia o un volquete de putas. La corrupción mata, claro que mata, y este señor, como Rato, como Correa, como Bárcenas, como Chaves, como Cospedal, como Rajoy, no son menos asesinos que un etarra o un yihadista por llevar corbata.
Como dijo Sorogoyen en una entrevista tras el estreno de El Reino: "Como aquello que dicen de el hijo de puta...son asesinos, pero como llevan un traje de 3000 euros, son nuestros asesinos".