Hijo del Gran Delfín de Francia –un libertino sin límites morales, supersticioso e interesado sólo por la caza y el sexo- y de la princesa María Ana de Baviera, cuyo desequilibrio mental la llevó a vivir en una permanente angustia existencial.
El pusilánime Felipe accedió al trono cuando éste tenía tan sólo dieciséis años.
ADICTO AL SEXO
Felipe V ya venía experimentado de su primer matrimonio con la joven María Luisa Gabriela de Saboya, a cuya muerte temprana contribuyeron –según las maledicencias- los excesos sexuales a los que la sometía su esposo hasta el último de sus días. El primer encuentro sexual del matrimonio fue de antología: gritos, llantos, golpes y forcejeos, al parecer debido al miedo de ella y a la ansiedad de él.
Practicaba el coito a diario hasta conseguir orgasmos múltiples. Rumores y preocupación debido a tan desenfrenadas prácticas se extendieron en su contra por la corte. En 1716 consta la queja ante Versalles del embajador francés en Madrid sobre el agotamiento permanente del rey, al borde de la extenuación por el uso demasiado frecuente que hace la reina. Para no perder el tiempo llegó a celebrar los Consejos de gobierno en su alcoba, con su segunda esposa, Isabel de Farnesio, siguiéndolos desde la cama.
Vivía en un círculo perverso: le atraía el sexo aun sabiendo que cada vez que se masturbaba era condenado moralmente por ello. Entre una vez y otra, descargaba la culpa con su confesor.
A la segunda esposa, Isabel de Farnesio, le sorprendió el catálogo de posturas y de prácticas amatorias de su esposo. Isabel pudo comprobar lo que ya vislumbró durante la noche de bodas en Guadalajara, la afición desmedida de su esposo por el sexo y sus inusuales destrezas amatorias, de las que en todos los rincones de la corte se hablaba como un gran secreto a voces.
Durante toda su vida, Felipe V tuvo una descarada adicción al orgasmo múltiple, considerado por él como una de las razones fundamentales de la existencia. No sólo impuso a sus sucesivas esposas la práctica del coito diario, sino que él mismo se entregaba siempre que podía al onanismo. En la adolescencia le causaba grandes torturas morales que cubría acudiendo al confesor tras cada masturbación.
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