El 16 de septiembre del 2001, con los cadáveres de los atentados más famosos de la historia aún calientes, George W. Bush lanzó por primera vez el término "war on terror" [guerra contra el terror], término adoptado inmediatamente por todo el mundo. Izquierda incluida.
Decía Lakoff que una de las mayores habilidades de la derecha es que se jueguen las partidas en su terreno dialectal. Un ejemplo es cuando la izquierda le compró el término "matrimonio gay", aunque debería haber insistido en el "matrimonio igualitario". De resultas que, al final, la izquierda defendía el matrimonio homosexual, haciéndole el juego a la derecha y ayudándola a impedirla todo el tiempo que ha podido.
Pero no nos desviemos del tema. Ya fuese para apoyarla o para criticarla, todos hablaron de "guerra" o "lucha" contra el terrorismo... Y sólo unos pocos se dieron cuenta de la estupidez del término.
El terrorismo es un método. Un uso. Una táctica. El terrorismo no es una ideología, no es un país, ni siquiera es una religión. Quedémonos con este concepto: el terrorismo como táctica empleada por grupos ideológicos dispares.
¿Qué hizo Bush? Por primera vez en la historia, creo, el más alto mando militar de un país declaró la guerra a una táctica. Por ponernos en contexto, es como si Vercingétorix le hubiese declarado la guerra a la formación triple aciex, en vez de a Roma. O como si Felipe II le hubiese declarado la guerra a las maniobras envolventes de caballería. O como si el Papa le hubiese declarado la guerra a usar arcos a lomos de un caballo.
Es estúpido. Es un sinsentido. Es erróneo. Y, sobre todo, es perjudicial. Porque se concreta todo en un enemigo externo y concreto (el terrorista) que, a su vez, es tan vago e indefinido que puede ser cualquiera.
Lucha a los terroristas. Guerra a los países que los apoyan, si es preciso. Pero Bush (y los que han venido) luchando contra el terrorismo son nuestro equivalente a Calígula declarándole la guerra a Neptuno y ordenando a sus legiones acuchillar las olas del mar.