Buenos días, Señor juez, respetados juristas y demás concurrencia.
Me llamo Juan, deseo expresar algunos detalles acerca de mi relación con los servicios públicos de salud. Este será el pormenorizado relato de mi más largo y penoso ingreso; que comenzó en la capital maña y termino aquí en Pamplona tras mi forzosa peregrinación por cuatro centros psiquiátricos diferentes.
Hace --------------- yo residía en Zaragoza, en la calle Pilar Lorengar, compartía piso con tres buenos amigos. Cierto día tuvimos una discusión en la que se lanzaron palabras miserables en tonos desabridos. Yo volví a mi cuarto y me tumbé a escuchar música en la cama. Minutos más tarde cual fue mi sorpresa cuando un grupo de emergencias médicas acompañado de un policía nacional llamaron a la puerta de mi cuarto y me invitaron a acompañarles.
Lo siguiente fue un escrupuloso interrogatorio por parte del psiquiatra de guardia del hospital Miguel Servet. Hay que tener en cuenta que a mi consideración este tipo de entrevistas casi nunca salen bien; puesto que es una situación capciosa, ese bata blanca loquero no va estar muy predispuesto a dejarte ir de rositas, la poli te ha llevado ahí por algo; si me comprenden…el tío mira tú historial de ingresos y si “llevas una buena carrera”, no se la va a jugar. ---Si estas serio, te juzga disfórico. Si sonríes y te muestras afable, te tacha de maniaco o eufórico. Serio y parco, apunta tu baja colaboración, apático o depresivo. Y que no se te ocurra levantar la voz o mirarle con desafío, eso es hostilidad y conducta desafiante; ahí ya te juegas empezar el ingreso contenido y sedado.—
Por falta de espacio en la sanidad pública me ingresaron en el ala de psiquiatría del Hospital Militar de la Fe, en la misma Zaragoza. Se me considero en estado agudo y se me medico contra mi voluntad con varios antipsicóticos y tranquilizantes. En mi primera entrevista con la psiquiatra que llevaría mi ingreso solicite una comisión judicial que viniera en el plazo legal de 72 horas para justificar mi alta. Llegado el día, por la mañana en el desayuno inquirí al personal sanitario por que tenía que tomar una pastilla nueva, con otra forma y color, además de las que había tomado los días previos. No hubo manera de evitarlo, puede que fuera clozapina o algún barbitúrico potente como tranxilium 100, a las dos horas, cuando llego la comisión judicial compuesta por Juez, perito médico y secretaria yo ya apenas podía hilar tres o cuatro palabras coherentes seguidas, con la mirada perdida y con un hilo de baba colgando de la comisura de los labios asistí impotente al dictamen que me condenaba definitivamente a perder la libertad ingresado.
Las dosis de medicación diaria fueron potentes, procure no dar problemas, el régimen normativo del internamiento era de los considerados “duros”. Pasado un tiempo ya pude conseguir mi traslado a la vieja Irune, mi querida Pamplona. En el caracol me atendió Begoña Artaso, jefa de seccion y reputada profesional, quien contra mi criterio y el de mi familia me derivo, tras unas cuantas semanas al centro psiquiátrico Padre Menni, un lugar infame de infausto recuerdo del que luego daré detalles. Habían pasado ya más de tres meses, 90 o tal vez 100 días de privación casi absoluta de libertad (los permisos para pasear o visitas fueron escasos, ciertamente) y medicación forzada.
En este punto será útil y ejemplarizante aportar unos datos personales de interés para la comprensión del relato. Soy un superdotado con un CI superior a 120 en la escala weschlerr actual normalizada y poseo una memoria eidética superior, con una extraordinariamente delicada y profunda sensibilidad emocional. Mis capacidades hacen que yo recuerde perfectamente desde el primer día de encarcelamiento psiquiátrico al último; es decir cuando finalizo un ingreso y obtengo la libertad, yo salgo con un terrible bagaje memorístico: una bolsa eidética de memoria que abarca todo el infame proceso. Cada pastilla y pinchazo de por qué si, cada comentario desdeñoso o capcioso del personal sanitario, las interminables horas recorriendo largos pasillos iluminados por fluorescentes fríos y solemnes, las más de 70 horas en el caracol atado a una cama por brazos, piernas y cintura, cada mal recuerdo, cada pensamiento triste, cada hora de aburrimiento y privación de libertad, intimidad y felicidad…todo está ahí el primer día cuando tu cuasiperfecta memoria sensitiva emocional es como la mía. Y no va a irse asi como asi, es resiliente al paso del tiempo, así que me lleno el frigorífico y me aprovisiono de tabaco y café, y me dispongo a desarrollar en la soledad y tranquilidad de mi domicilio un proceso que yo denomino humorísticamente “la operación”, a saber: auto mutilar mi memoria mediante un largo y complejo proceso de autoprogamación neurolingüística poli silábica mnemotécnica (sin lenguaje técnico un proceso de autohipnosis), y dedicar todo mi tiempo consciente a reencontrarme con el mundo real y reconciliarlo con mi yo superior. Hacer algo así es necesario, señor juez, compréndame, pues si intento volver a la realidad diaria con semejantes recuerdos negativos afectando a mi personalidad, son estos tan terribles que aumentan mi cinismo, mi insociabilidad y dificultan mi extroversión y mi forma de pensar incluso. Esta operación de mi psique es además a todo o nada, solo me atrevo a someterme a tan largo y penoso proceso auto curativo una vez por ingreso y obtención de libertad. No me atrevo a hacerlo dos veces seguidas, vamos, al inconsciente, al mío al menos, no le hace ni puta gracia que le ziriquees de esas maneras, es como si un cirujano amputa un pie gangrenado…pero el pie puede rebrotar, mutar, y no dejarse cortar, vaya problemón tenemos, si se lo puede imaginar.
Tras este aclaratorio paso al relato general donde lo dejamos, de camino a Padre Menni. Mi entrevista con la doctora Belén del Amo nada más llegar fue corta y esperanzadora. Sonriente y amable me aseguro haber leído mi expediente y me auguro una estancia corta y llevadera, disculpándose por justo irse un mes de vacaciones al día siguiente. El psicólogo de cabecera y el otro psiquiatra de plantilla, el señor de Blas, llevarían mi caso en su ausencia.
Por abreviar, la siguiente parte será dialogada, frase a frase, a modo de opereta bufa:
Intervinientes:
Doctor de Blas- apodado en el centro como Dc. Quimicefa.
Yo- Recién llegado de mi primer permiso de fin semana en unos ya 135/155 días de confinamiento psiquiátrico involuntario, aquel que comenzó fortuitamente en Zaragoza con una riña domestica que no había pasado de las palabras airadas.
-Doctor Quimicefa, con la mirada seria y su media sonrisa afilada cual navaja albaceteña, el tono afilado y peligroso: “ ¿Cuanto risperdal y abilyfi estas tomando, Juan?” – “4 mg de uno y 3 mg del otro, doctor de Blas.” Respondo yo sin evidenciar nada, con un escalofrío erizándome el pelo de la espalda y los antebrazos…
---“Ah, mira, pues ahora van a ser 8 mg de risperidona y 9 miligramos de aripripazol. Enfermera, traiga la nueva dosis con un vaso de agua para que se lo tome ahora mismo delante mía.”
---Aquí se me congelo un poco el rictus, lo reconozco, como hijo de medico y profesional sanitario, conozco los protocolos tanto de subida como de bajada de estas medicaciones muy bien. Significaba duplicar una y triplicar la otra sin respetar los plazos progresivos estandarizados, pero, que le vas a hacer, no tienes posibilidad de protesta o negativa. Bajo el régimen de un internamiento psiquiátrico cerrado o abierto, tus derechos civiles están bajo interdicto y si te pones chulo acabas pinchado y atado, así que ajo y agua y p’a dentro las pastillicas.
FIN del interludio teatral dialogado, pero real.
Cuando la doctora Belén del Amo regreso al trabajo, ya no hubo más sonrisas, no, ni tonos o frases amables que no fueran las meramente protocolarias. En fin, recuerdo una vez en que la saque un poco de sus casillas y le salió el duende (es una mujer ya de por si histriónica y muy gesticulante, con voz chillona y ojos penetrantes y saltones); hacia el final de una entrevista semanal rutinaria en la que estuve especialmente poco colaborador en sus mierdas:
-- “¡Te quedarás aquí ingresado hasta que a mí me dé la gana! ¡Te mandare a la UME bajo mandato judicial para que no puedas pedir el alta! ¡Iras de ahí derechito a la Unidad de Larga Estancia y acabaras ingresado como mínimo ocho o nueve meses! ---
Se imaginan que nivel, Maribel… y yo en esos bretes, soportando, aguantando con cintura, sin dejar que mis ojos no se fijen demasiado en ese abrecartas grande y puntiagudo que esta ahi, a unos tres palmos de mi mano, fíjate que cosas, observador que soy. A mis 38 tacos acumulo mucha mierda, cierto, muchas horas y días en mi pasado intentando encontrar que arte marcial o disciplina de combate me gustaba más; unos cinco o siete cinturones blancos todos que no pasaron de ese color salvo para engrisecerse y ajarse con el sudor y el uso… en fin. Conseguí salir vivo de aquel paritorio del infierno pero iba ya muy justico de moral y aguante francamente: pasamos para la UME de Ansoiain, parque del Mundo, con unos cinco meses o casi de prisión psiquiátrica cerrada, me iba a un centro nuevo, de vuelta a la sanidad puramente pública. Estrenaba prácticamente ese solemne y tétrico nuevo centro. Todo nuevo y personal nuevo pero experimentado, a ver. En cualquier caso esperaba olvidar un pelín mi nefasta experiencia en la sanidad católica concertada, que fue tan horrible como desconcertante, en serio, ese sitio, Padre Menni, parece sacado de una serie de terror digna de Netflix Horror Stories. Me alegra que poco después de mi salida perdieran el concierto con la sanidad navarra. Ahora andan todos echando a lo público como pollitos sin corral, intentando UME, ULE o lo que puedan pillar, pobrecicos. No se salva ni uno, esas enfermeras de mirada psicópata y tonos gélidos, solo les falta una habitación en la que lobotomizar quirúrgicamente para ser un guion que lo pilla Scorsese y nos hace un peliculón tipo Alguien voló sobre el nido del cuco, con Óscar y palma de Cannes.
Bueno, vamos terminando. El paso por la nueva y reluciente UME, orgullo y ejemplo de la inversión de Osasunbidea, buque insignia en verdad de una gran inversión, pues protocolario, pero no corto. Me toco una psiquiatra que no quiero mencionar en nombre y apellidos, no es que fuera malvada o sádica como blasito o belen, pero corta de entendederas, estrecha de miras y adepta irresoluble de los manuales tipo, ahí estaba ella. Lo de ahí no era malevolencia por parte del personal en absoluto pero ineptitud buen rollista hubo para primer plato, segundo y postre. Sus entrevistas eran tan básicas y de manual que para mi 130 de razonamiento lógico verbal era como ir al ralentí y fumando por vía ancha, arduo y penoso cada dia. Lo peor de ella fue que me obligo a tomar litio con una trampa indigna de alguien que debería respetar el recuerdo de Hipócrates o de Hipatia de Alejandría y sus clases de deontología profesional. Acompaño relato:
--Doctora Innominada: “Es clozapina o litio, Juan, tienes que elegir. Si no es uno va a ser el otro.”— JO, JO, JO, esto es lo que yo llamo la alternativa del diablo versión psiquiatría, o te tomas la clozapina que te deja KO doce horas desde después de cenar al desayuno, con sus tremendos efectos secundarios de mareos, enuresis nocturna, visión borrosa, falta de coordinación propioceptiva neuromuscular, etc.. vamos una joyita de esas que de la farmacopea histórica ya me conocía bien o el litio que ella llevaba intentándome encasquetar comentario a comentario desde el día 1, minuto 1, frase 1. Glorioso, en cualquier caso, con la clozapina está claro el panorama, me lo pienso, aun así, puesto que el litio no mola un pelo; en el consumo prolongado te deja hecha unos zorros la tiroides y la hipófisis, uff eso es crónico y sin cura y yo soy joven y sano. Fue litio, fin.
Finalice allí en la Unidad de Media Estancia mi penoso y largo periplo por la sanidad psiquiátrica de dos capitales de autonomía, quien me lo iba a decir a mí, que mi discusión domestica maña me iba a hacer partícipe de, se dice pronto señoría, más de siete meses de abuso farmacológico, psicológico, privación de libertad y derechos. Quien me va a compensar por medio año largo, señoría, de cárcel y tortura. A mí que soy un romántico del pensamiento me hace más daño lo que pudiera haber sido, es decir, el tiempo perdido que ya no vuelve, cada día y cada noche de ese miserable y traidor encierro, secuestrado por el mismo estado que vio nacer y debería ampararme, como me compensa por los segundos que ya no tengo, que me los robaron de mi vida y de mi existencia generalmente apacible y feliz. Pero si tuviera que baremarlo acorde a estos despiadados tiempos de indubitada y descarnada actualidad de lucha socioeconómica en contra de los abusos despreciables, pues miren son: redondeando 220 días de 24 horas de 60 minutos de 60 segundos, son diecinueve millones ocho mil segundos ===19.008.000===. Yo cobro una pensión mensual de unos 650 euros, con lo cual me parece correcto decir que valgo para el estado unos dos céntimos por segundo de existencia. Me pueden devolver a ese justiprecio una compensación por el saco de segundos que me arrebiatasteis con alevosía, señores sanitarios, médicos, jueces y demás, si es que les apetece echar cuentas. Supongo que no. Como dijo aquel grande del cine, plató y teatros españoles; “¡a la mierda! ¡Váyanse ustedes a la mierda!”.
Dígame señor juez, yo que pinto canas en la barba y que generalmente dedico mi tiempo a mis cosas sin meterme con nadie, veinte años de adulto con un bagaje judicial punitivo de una multa por exceso de velocidad y un par de faltas leves, honrado y probo en la medida que la vida me deja, que me digo a mi mismo cada mañana para no perder la fe en un trato equitativo y justo si me vuelvo a encontrar en una cita forzosa relámpago con el siguiente capullo de bata blanca de urgencias, que es residente de cuarto y lleva 17 horas de guardia y al que sobrepaso ampliamente en años, bagaje, historia y las ya mencionadas canas.
PD: Por favor, dejen de encerrarme, gracias. Soy feliz en libertad, con mi trofeo de Poesía Ciudad de Pamplona cogiendo polvo en la estantería, degustando el paso del tiempo con música y buen humor, intentando llevar una vida buena y plena. Sus procesos sanitarios psiquiátricos estandarizados, sus pastillas y sus camas con correas, difícilmente van a ser jamás un hábitat donde una rara avis como yo encaje, sociológicamente hablando, y lo único que están consiguiendo es llenar mi vida de procesos que me traumatizan y me hacen perder la fe en mi patria y sus instituciones.
Atentamente, Juan