Cuando su pareja le planteó ir a una corrida de toros, su respuesta fue tajante. "No, gracias. Para ver tortura mejor me compro una película de horror". Pero Gina Márquez, estadounidense de ascendencia mexicana y gran aficionada a los toros, no cejó en su empeño y le invitó a no definir como "tortura" un espectáculo que jamás había visto y del que no sabía apenas nada. Eso hizo pensar a Patricio Gordon, inversor, antitaurino entonces, que decidió aceptar la propuesta de su chica de ir a la plaza para tener así una opinión fundada sobre su críti