A Julio Antonio Mella le habría importado un pito que quitaran su estatua del edificio que hasta hace poco se llamó Manzana de Gómez, y ahora se llama, ridículamente, Manzana Kempinski, o que la dejaran allí para siempre, viendo el tiempo de Cuba pasar. En su corta, agitadísima vida, Mella no dedicó mucho tiempo a pensar en estatuas, ni siquiera en las que tal vez le dedicarían a él mismo en el futuro. Mella fue su propia estatua, tan hermosa y conmovedora que todas las réplicas que luego se harían de aquel formidable original inevitablemente salieron feas y vulgares. El Manzana Kempinski,…