Desde su mismo origen, el Titanic tuvo una impronta distinta a los demás barcos. Todo cuanto tenía relación con él adquirió visos legendarios, un aura que no hizo sino aumentar a medida que pasaba el tiempo y se acercaban el momento de su acabado y la preparación de su viaje inaugural. Se convirtió así en «el objeto móvil más grande jamás creado»: una mole de 270 metros de longitud y 53 de altura, con un peso neto de unas 46.328 toneladas, y que podía navegar a una velocidad máxima de 22,5 nudos (unos 42 kilómetros por hora) gracias a sus 55.000 caballos de fuerza motora, desplazando más de 50.000 toneladas de agua a su paso.