Nuestro vecino, IanCurtis, ha escrito recientemente un artículo titulado "Sin novedad en el frente", crónica del sinsentido.
Como suele suceder, es un placer leer un texto tan bien escrito y repleto de lúcidas reflexiones. Sin embargo, al leerlo he estado tan en desacuerdo que he creído que más que un comentario se merecía otro artículo completo. A veces, las casualidades ocurren, pues vi 1917 la semana pasada y Sin novedad en el frente ayer, justo en unos días en los que planeaba escribir algo sobre lo incorrectamente que la izquierda suele juzgar la realidad. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? Veamos.
Si por algo se caracteriza una buena obra de arte -o algo que se merezca llamar arte, independientemente de su calidad- es que tiene la capacidad de ser interpretado de distintas formas según quien sea el espectador o, incluso, según el momento en el que se consuma ese producto cultural. Para mí, Sin novedad en el frente muestra una cuidada ambivalencia que fomenta ese proceso. Para IanCurtis, el momento estelar de la película es
Cuando un soldado pierde a casi todos sus amigos y el único colega que le queda le dice torpe pero firmemente: "Sabes que no debes pensar así. Al menos tú estás vivo" y él le responde: "No me digas eso, tú no".
Es una escena cuidadosamente ambigua, porque se puede interpretar como una profunda reflexión moral, pero también como la literalidad de un soldado raso que no muestra en ningún momento especial brillantez intelectual y que habla a un compañero herido que cree que se va a morir. Simplemente, este "no me digas eso, tú no", puede ser un mensaje literal de un pobre muchacho sobrepasado por las circunstancias: no debes desanimarte porque todavía sigues vivo. Puede ser una simple expresión de camaradería.
El momento cumbre puede ser otro. El protagonista expresa su mayor temor: cómo será su futuro al volver a la vida civil. Lleva dos años destripando enemigos y enterrando amigos. Lleva dos años en el infierno y lo que le aterroriza es lo que le espera al llegar la paz.
¿Qué tiene esto que ver en cómo la izquierda interpreta la realidad social? El artículo cita a Camus cuando afirma que "(...) fueron sus combatientes los primeros, y tal vez los únicos, en entender el sinsentido de este infierno". El artículo concluye con un “hoy, 100 años después, no hemos aprendido nada”. La visión que todavía se tiene de la Primera Guerra Mundial es precisamente esa, la de una guerra que derivó en una matanza que no tenía ni sentido ni justificación; que es evidente su inmoralidad y que, en consecuencia, la enseñanza es que no debemos repetir algo así; que quienes no son capaces de ver algo tan claro, deben estar completamente alienados o ser totalmente imbéciles.
El problema es que esta visión está muy condicionada por la tradición humanista de la izquierda occidental, aquella heredera del pensamiento ilustrado de Rousseau que defendía la bondad inherente del ser humano, el cual se comporta mal cuando el sistema lo corrompe. Es un problema porque esta visión es idealista y no realista, es decir, nos dice qué es lo que debiera pasar, pero no puede explicar por qué eso no es lo que pasa. No puede explicar la existencia de la derecha radical.
Lo que debería haber pasado después de que millones de europeos hubiesen sido llevados como corderos al matadero para agotar las municiones del enemigo con sus cuerpos es que se hubiese rechazado universalmente una conducta tan inmoral. Lo que debiera haber pasado es que las justificaciones que se esgrimían para llevar a la carne de cañón al frente -patria, honor, deber, religión, nación, imperio- se hubieran revelado como lo que realmente son: pura propaganda. En eso es en lo que tiene razón la izquierda, en lo que debería haber pasado. Sin embargo, la realidad es que eso no sucedió y por eso se exclama “no hemos aprendido nada”, lo cual apunta a las consabidas explicaciones de la izquierda sobre el hecho de que la mayor parte de la población volvería a caer en los mismos errores: o que tienen el cerebro lavado para comportarse como imbéciles o que realmente lo son.
No es que los europeos no aprendieran nada del horror de la guerra, es que precisamente esa guerra explica la aparición del fascismo, una ideología que considera la guerra algo positivo por naturaleza. La izquierda sigue sin comprender qué podía ofrecer el fascismo a la Europa arrasada por la Primera Guerra Mundial. Precisamente, las palabras del protagonista de la película nos lo explican. En el frente, en el ejército, en el marco de un mundo militarizado, había encontrado a una segunda familia. Había descubierto la camaradería que existe entre quienes combates juntos. Ahora, esa nueva familia que es el ejército, lo repudiaba y lo vomitaba al mundo civil, un mundo que ya no era el suyo. El protagonista, de haber sobrevivido -perdón por el spoiler- es el arquetipo del hombre que ingresaba en una milicia politizada como fueron los Freikorps. Podría haber acabado siendo un nazi y volviendo gustosamente a luchar en la Segunda Guerra Mundial, defendiendo unos valores todavía más absurdos e inmorales que en la anterior.
La camaradería no es un invento literario, sino un fenómeno psicológico ampliamente estudiado. Un grupo de hombres forja unas relaciones fraternas en base al hecho de que están dispuestos a sacrificar sus vidas por salvar las de sus compañeros. Acaban percibiendose a ellos mismos como verdaderos hermanos y al ejército como su verdadera familia.
El fascismo, además, ofreció una salida a unos hombres que vivían en el caos y en la pobreza de la postguerra. Se encontraron con tres discursos políticos que daban respuesta a sus necesidades. El discurso del sistema ya establecido, simplemente les proponía esperar a que el mundo se reconstruyese y sus vidas fueran como antes. Pero es difícil esperar con el estómago vacío. El segundo discurso era el comunista, que se había tornado realidad con la Revolución Rusa y que les proponía una hermandad de clase que solventaría sus penurias mediante una guerra contra los burgueses explotadores. La tercera opción era nueva y se mostraba como alternativa a la anterior: el fascismo les proponía también una guerra, pero no entre clases, sino entre espíritus nacionales. Habían luchado por el Kaiser, pero no por el pueblo. El fascismo también ofrecía una nueva estructura social y también era revolucionario ante el viejo sistema (cuestión importante que se suele olvidar). La nueva sociedad se estructuraría como lo hacen los ejércitos. Ejército y nación se fundirían. Resultaba una organización con una efectividad demostrada; la habían experimentado personalmente. También experimentaban en tiempo real como la propuesta fascista de expoliar a otros pueblos era efectiva y realista, pues las reparaciones de guerra eran su realidad cotidiana. Si el pueblo alemán estaba siendo expoliado por los vencedores, la lección era que había que vencer y expoliar a otros pueblos. Presentaba una lógica pragmática incuestionable. Apelaba a la experiencia de la Gran Guerra como positiva y hacía recordar a aquellos hombres la camaradería experimentada. Todo el país se uniría en ese tipo de hermandad y serían una gran familia. Era un proyecto atractivo para los veteranos y apelaba a la guerra como una experiencia positiva.
Es ahí donde percibo cómo la izquierda sigue sin poder comprender ese fenómeno. Cuando ven a lo bélico como una experiencia que sólo un loco o un idiota puede considerar positiva. Cuando no se comprende que la extrema derecha puede presentarse como tan revolucionaria como la extrema izquierda, o cómo las ideas de nación, honor y deber pueden seguir siendo atractivas; cómo cien años después de la guerra reflejada en esta película otros jóvenes parecidos al protagonista cavan trincheras en Ucrania.
En definitiva, si se quiere combatir cualquier tipo de extremismo, ha de comprenderse su lógica interna. Para eso sirve, entre otras cosas, la tan denostada Historia. Si nos quedamos con la caracterización de la masa como un conjunto de idiotas que no aprender de su experiencia, seguiremos sin comprender por qué la realidad es como es y no como debería ser.