Relatos y costumbres: Kino

Había descubierto cómo recordar los sueños. Él imaginaba tener una especie de maldición familiar donde jamás recordaba qué soñaba. Cada noche se fundía con el negro para despertar en lo que parecía un breve lapso. La luz que hacía un momento no estaba, asomaba entonces en el contorno perfecto de la persiana. No había regalo nocturno por parte de la mente, hasta que por algún extraño capricho, decidió que podría dormir boca arriba.

Desde niño dormía de lado. Era puro bloque de costumbres y ya se sabe que hasta en la adultez permanecen gestos infantiles. Es lo que nos define, un rasgo, pero Toru Kino decidió llevarse la contraria también en lo que se refiere al sueño. Y funcionó.

Esa noche decidió probar de nuevo a forzar la postura del sueño. En su mente cavilaban teorías pseudocientíficas sobre que en esa posición el cerebro estaba más predispuesto a recordar, o que mas bien romper la costumbre lograba que no se llegase a dormir profundamente y era más sencillo ser consciente del sueño.

Tumbado, Kino analiza el cuarto que habita y que le ha dado cobijo desde que tiene memoria. Su mente es un combo de abstracciones, y comienza a mezclar la mente para recordar el día sucedido.

Esa mañana, por variar, había decidido tomar el autobús en lugar del metro. Estaban todos los asientos ocupados, por lo que igualmente tendría que hacer el trayecto de pie. Vano y agradecido sacrificio comparando su espacio alrededor con el de un vagón del Metro a esas horas.

Allí había comprobado nuevas caras y eso en cierto lo estimuló. A su lado, una chica de etnia árabe, tapada de cuerpo entero a pesar del calor (aunque no era quien para criticar, pues iba trajeado a la oficina), agarraba la misma barra lateral que Kino para mantener el equilibrio. En lo que fue un segundo, sus dedos se rozaron. Fue suficiente para que la percepción de él analizase y sintiera cómo es el tacto de una piel humana. Se creó en algún rincón una emoción con la que Kino luchó, sin alterar su rostro, comportándose como si no viese a la mujer cerca suyo.

Aquel rocé provocó un estado alterado en Kino durante minutos. Se regañaba por dentro e ironizaba cómo era posible que, con la cantidad de roces involuntarios que tenía que vivir a diario en el metro, aquella insignificancia le produjera tal creación de un universo.

En una de las paradas, la mujer se bajó del autobús. Kino comenzó a sentirse casi nostálgico.

La vibración del móvil se hizo notar. Otra vez. Se transmitía por el escritorio conjunto de oficina, recorriendo la madera para que todo compañero colindante se enterase. Parecía incluso que tal material amplificase la presencia del aparato. Vibró de nuevo.

Kino en la oficina buscaba la paz para poder concentrarse. En un principio pensó que era su móvil, pero lo tenía en el bolsillo del pantalón, programado para estar en silencio durante el horario laboral.

No tardó en descubrir de dónde provenía el ruido. Aquel compañero, tan impertinente como el propio móvil, era el típico egoísta del montón. Lo conocía bien. Kino más de una vez le hubiera gustado decir “Deja de hacerte la víctima. Todos tenemos problemas. De hecho tu victimismo es un problema...”. Pero callaba. Tenía un comportamiento impecable, y no sería propio de él actuar de ese modo. En la oficina, era una pieza más, y era su responsabilidad mantenerse pulido, brillante, agotado...

Cortó a su mente. Un golpe sonoro como un portazo que sólo él pudo imaginar. Resopló con calma y continuó centrado en las cuentas. El móvil vibró.

Atardecía, y la cafetería ya estaba iluminada como en plena noche. Le gustaba ir a ese lugar después del trabajo. Tomar un café con una gota de cualquier tipo de alcohol compatible. La camarera lo conocía e improvisaba cada día en la gota escogida. Kino siempre quedaba satisfecho. Le asaltó el pensamiento de que jamás había dado propina.

De sus rutinas, aquella cafetería no lo cansaba. Llevaba años visitándola y hasta sentándose en el mismo lugar si era posible. Una incomodidad lo agitaba si tenía su lugar ocupado, pero con el tiempo uno se hace fuerte (o asume mejor) que no todo se puede conseguir...

El Verano, de Antonio Vivaldi.

Comenzó a sonar una de sus piezas musicales favoritas. Conocía muy bien Las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Otra rutina que no cansa: la música. Cerró los ojos y se dejó llevar por los violines. Emoción encapsulada en aquellas notas, todo un centro gravitatorio. En cada vez que acudía recordaba el porqué le gustaba frecuentar aquella cafetería.

Abrió los ojos y lo vio.

Un hombre, un extraño. Estaba sentado en uno de los taburetes frente a la barra. No lo conocía, jamás lo había visto, pero éste observaba a Kino como si lo hubiese reconocido. Su expresión era seria, culminante. Se hacía notar en el local, su presencia barría el aura de estabilidad reinante. Toru Kino lo miró fijamente, pero no pudo aguantar el duelo de miradas.

Al apartar la mirada, Kino se centró en analizar a aquel hombre. Estaba encarado en su dirección, ¿qué le sucedía? Podía jurar que no lo conocía de nada. Analizando mejor, pudo jurar que los ojos lagrimosos de aquel hombre delataban que comenzaba a pasarse bebiendo alcohol.

Debía mantener la calma, como siempre. Ignorar la circunstancia que no había buscado. Se centró en los violines de Vivaldi transmitido en los siglos. Dedujo que ese hombre era de los típicos que sacan a pasear su ego, de los que necesitan hacerse de notar, que llenan el hueco de su interior alterando su entorno.

Cuando terminó la pieza musical, Kino abrió los ojos y se animó a mirar hacia la barra. El hombre ya no estaba, todo lo contrario que su presencia.

Notaba sueño. El resumen del día ya se notaba difuminado, vago y lejano. Sin embargo, luchaba por mantener esa postura cara arriba. Le costaba voluntad no girarse para sentirse más cómodo a la hora de dormir.

Allí, en su habitación, que a su vez está dentro de los restos del día, Kino meditaba sobre la vida en general. Cada día, sin hallar respuestas claras. La vida no otorga una solución general, sólo da pistas que cada uno convierte o deforma según su experiencia y lo que le conviene en el momento. Es el modo de protegernos hasta el siguiente autosabotaje.

Al final, Kino se giró. Comenzó a dormirse al estar de lado.