Vemos en la teoría progresista una idea fundamental: el ser humano evoluciona de peor a mejor, progresa gradualmente hacia una mejor versión de sí mismo, más completa y perfeccionada. Por lo tanto, cualquier intento conservador por retraer el proceso evolutivo se señala y condena como reaccionario o desfasado, contrario al bienestar del género humano y de las futuras generaciones, que tienen la responsabilidad de continuar con la rebelión contra las " bárbaras leyes de sus antepasados" en palabras de Jefferson. La idea del progreso se impone en las mentes de los jóvenes, quienes seducidos por las expectativas que el progreso ofrece, comienzan a ver un yugo en la autoridad de los padres o en las tradiciones locales. Esto da a pie a un ciclo de rupturas generacionales que tan solo puede alimentar la entropía que mencionábamos en el anterior artículo. Una visión progresista de la historia otorga al "presente estado de las cosas", el Zeitgeist, un estatus ajeno a toda crítica, al servir de puente necesario entre el pasado abominable y un prometedor futuro.
Hablamos del "mito del progreso" en tanto que, no negando que se pueda pasar de un estado inferior a uno superior, negamos que haya una cosa tal como una progresión constante del ser humano a mejor. El progreso es un movimiento vectorial, en el sentido de que para que haya progreso, se han de señalar dos cosas 1) la procedencia o el punto de origen 2) el destino. ¿Acaso se puede saber cuál es el "destino final" del progreso tal y como entienden los progresistas? Sin visionar un punto de referencia último al que teleológicamente se dirigen todas las políticas progresistas, nos encontramos con que el "progreso" no es tal, porque para que hubiera progreso, sería necesario pasar de un estado a otro estado último superior que sirve de meta al primero, que en el caso del progresismo es completamente desconocido. Es por ello que el progresismo sólo puede ser llamado a lo mejor "transformismo", y a lo peor "dispersión". A la postre el progreso es un mito construido a través de valoraciones subjetivas que a falta de un fin último por lo general se contradicen entre sí, forzando el revisionismo. Por ejemplo, para los occidentales de finales del siglo XIX, el colonialismo era progresista, ya que se trataba de un medio para conducir a los pueblos no-occidentales hacia el progreso, mientras que para los occidentales del siglo XXI el colonialismo es una forma de opresión injustificada. De este modo no hay mayor enemigo de un progresista que el progresista del futuro, quién a través de la memoria histórica antagoniza diferentes mociones del progreso en distintos puntos de la historia, siempre barriendo para su lado. Y a menudo las "mociones" del progreso no son más que intereses de élites políticas y económicas que enmascaran sus intenciones bajo motivaciones más nobles
¿Cómo es posible que una entelequia así haya seducido a tantas mentes y corazones en la vida política contemporánea, hasta el punto de no ya apoyar sin ninguna sombra de duda cualquier barrabasada que se hace en nombre del "progreso", sino de definirse como profetas del "progreso" ellos mismos? ¿Cuándo se ha visto a un grupo parlamentario progresista definir lo que entienden por "progreso"? La palabra "progreso", en el contexto político, no es más que un idealismo vacío que no se manifiesta en ningún proyecto concreto, más que comodín para las políticas rupturistas más variopintas. Mucho se ha hablado del triduo liberal "libertad, igualdad y fraternidad" como "base" del progreso, no obstante tampoco aquellos que lo inspiraron han tratado de explicar qué querían decir con eso, pues la maximización de la libertad es antitética a la maximización de la igualdad y viceversa, de manera que alguien perfectamente libre sería sumamente desigual respecto a otros y un grupo de personas perfectamente iguales entre ellas se constriñirían mutuamente, a falta de opción dominante. A lo sumo se puede hablar de progreso como la negación de los valores tradicionales por el mero hecho de serlos, cosa que en cualquier modo no puede ser más que un caso patológico de irreverencia. El progresista asume acríticamente que todo cambio respecto a una tradición anterior es una superación y nunca una degeneración. Se entiende pues la tendencia progresista hacia la anarquía, ya que a falta de proyecto concreto cualquier esfuerzo se traduce en dar "palos de ciego" contra la ascendencia del pasado sin saber muy bien por qué y para qué, o si el cambio es a mejor o a peor. Antes que ser ciegos guías de ciegos, haríamos bien en preguntarnos, desde una profunda confesión de ignorancia: "Progreso, sí, pero... ¿Hacia dónde?".