Mucho se está hablando del reciente asalto al parlamento brasileño perpetrado por los partidarios de Bolsonaro. Mi intención no es valorar el suceso, pues estoy seguro de que los expertos multifunción que copan los medios de comunicación ya ofertarán los más variopintos análisis, al gusto de cada consumidor. Lo que propongo es un juego, o más bien una apuesta: los antiguos defensores del bolsonarismo, epítome de esa nueva derecha que viene a salvarnos de las garras del globalismo, van a acabar afirmando que Bolsonaro jamás fue de los suyos e incluso, por qué no, que él y sus lunáticos seguidores eran realmente de izquierdas. ¿Los argumentos? Pues bien, si alguna ventaja nos ofrecen los interesantes tiempos que vivimos es que nos hemos librado del pesado yugo de tener que argumentar nada e incluso vivimos libres de las cargas de la molesta lógica. Ya pasó con Putin. El lider nacionalista, patriótico, tradicional, religioso y enemigo tanto de los globalistas como de los gays, pasó de la noche a la mañana de ser “un gran estadista” a “un comunista de toda la vida” (Marhuenda dixit). La mención especial se la llevó, sin embargo, Antonio Naranjo con su memorable "es que es muy fácil, a ver, Putin se llama como Lenin, se llama Vladímir". Al defenestrado Bolsonaro, salvo sorpresa, le va a pasar algo similar.
En pocas palabras, seguirá el camino inverso a Nelson Mandela. Si mencionamos a este personaje, su imagen de pacifista, tolerante, dialogante, centrista y escrupuloso demócrata surge inmediatamente en nuestra mente, mostrando al personaje construído cuando quienes detentan el poder decidieron que era más rentable resignificarlo que acabar con él. De ese modo, un señor que estuvo considerado oficialmente un terrorista por EEUU hasta 2008, que cofundó un grupo guerrillero marxista, que se entrenó en tácticas de insurgencia en el extranjero para iniciar una revolución en su país y que en los ratos libre se hacía fotos con Fidel Castro, se convirtió en alguien aceptable por el sistema. En un señor de centro de los de toda la vida. Mandela aceptó este papel construído por sus antiguos enemigos, por pragmatismo. Como no habían podido doblegarlo, lo cooptaron. Al Bolsonaro le va a pasar lo contrario: se va a convertir en un líder populista, y ya se sabe que el populismo es únicamente de izquierda. En su caso, sin embargo, es indiferente que el afectado no esté de acuerdo: el fracaso se ha de pagar; la victoria tiene muchos padres pero la derrota es huérfana.