Un señor de ochenta años decide tomarse unas vacaciones privadas. A pesar de sus evidentes problemas de salud, elige Arabia Saudí donde no llega a estar ni dos días enteros. En esas casi cuarenta y ocho horas su agenda es la de un jefe de estado: tiene reuniones con el rey, el príncipe heredero (editado: el príncipe heredero está en Estados Unidos) y todo el establishment local relacionado con la defensa, incluyendo el estado mayor del ejército saudí y los ministros del ramo.
Ese señor octogenario ha sido rey de España y, técnicamente, lo sigue siendo con la categoría de Emérito gracias a uno de los constructos legales más maravillosos de las últimas décadas. Su vida habitual es la de alegre jubilado: tours por los templos de la gastronomía mundial, intensas sesiones de vela y reencuentros con viejas amistades, todo a cargo -como no podría ser de otra manera- del erario público. ¿Qué sentido tiene, entonces, ese viaje relámpago a Arabia Saudí? ¿Qué tipo de vacaciones son esas que se centran en encuentros al más alto nivel posible?
La respuesta es sencilla: hacer de intermediario.
Hay que recordar que Arabia Saudí, ahora mismo, es tanto una teocracia como una autocracia militar. El Reino, inmerso en una aparentemente interminable intervención en Yemen -dentro de una confrontación total con Irán por la primacía en Oriente Medio- se ha convertido en uno de los mayores clientes de la industria militar mundial. Y la guerra yemení no va bien. Nada bien. Se ha transformado en una especie de Vietnam local, con las fuerzas de la coalición liderada por Arabia Saudí incapaces de desalojar a los rebeldes houthis de sus posiciones. Es más: este último año de combates ha revelado profundas deficiencias en la máquina de guerra saudí, pródiga en tecnología pero corta en mano de obra, hasta el punto de que se ha visto obligada a recurrir a mercenarios de países sudamericanos.
En los próximos meses es muy probable que asistamos a considerables contratos de material militar con empresas españolas. Nos lo venderán como éxitos incuestionables de la Marca España y se pasará de puntillas sobre las condiciones económicas de los mismos. Sobre todo se correrá un tupido velo sobre el uso final de lo que se venda, asegurándonos que se han obtenido "garantías" de que su empleo será estrictamente defensivo y que jamás, jamás, ese material se usará en bombardeos indiscriminados contra civiles.
¿Quién toma la iniciativa para que ese señor mayor haga este viaje? No resultaría muy arriesgado lanzar la siguiente teoría: las "vacaciones privadas"del Rey Emérito surgen de una petición por parte de aquellas empresas e instituciones que se verán beneficiadas si sus gestiones llegan a buen puerto. Tal vez en Navantia, Indra o Santa Bárbara Sistemas-General Dynamics sepan algo al respecto.
Y la pregunta que surge es evidente: ¿nuestro Rey Emérito se toma la molestia de hacer un viaje así a su edad por amor a la patria, por su certeza de que es indispensable que nuestra industria de defensa obtenga jugosos contratos? ¿O lo hace por otros motivos? Indicios preocupantes para imaginar cosas no faltan, desde la cuenta Soleado hasta la ya mítica historia de cómo el embajador de España en Kuwait descubrió que todo lo que tiene que ver con la importación de petroleo pasa, si o si, por la Casa Real.
Dicho de una manera clara: el Rey Emérito, por estas "vacaciones privadas" obtiene un beneficio personal opaco, al margen de sus emolumentos oficiales. Lo hace, además, aprovechando los recursos públicos, apoyándose en la institucionalidad que le permitimos entre todos. Y esto ocurre ante el silencio cómplice del gobierno -de este y de los anteriores-, perfectamente consciente de qué está ocurriendo y con el apoyo entusiasta de un Ministerio de Defensa que se ha convertido en una extensión de los negocios de la industria armamentística.
Por último, calificar un viaje así como "vacaciones privadas" tiene una ventaja evidente: permite librar a nuestra prensa "seria" de la obligación de informar sobre el asunto, escudándose en que es un viaje de índole personal. De hecho, para obtener detalles sobre las actividades de Juan Carlos I en esas 40 horas hay que bucear en los medios locales. Si queremos leer sobre el tema aquí, no queda otra que subir artículos a Menéame: a esto hemos llegado.
(Todas las imágenes que ilustran este artículo provienen de aquí y de aquí, por esta vía).