Hace una vida trabajé para la AECID (la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo) en Guatemala, país en el que viví varios años. Durante ese periodo viví una serie de visitas oficiales (del entonces rey Juan Carlos I, un par de la reina Sofía y de cargos del gobierno). Sin embargo, a raíz de la emisión por parte de EiTB del documental "La monarquía: un negocio rentable" me he decidido a escribir esta pequeña historia, que tiene como protagonista a la Infanta Cristina.
En septiembre de 2009 el caso Urdangarín aun no había estallado y se mantenía la burbuja mediática que protegía la institución monárquica. Una vez a la semana tocaba "reunión de coordinación" en la embajada, en la que, durante un par de horas, los distintos responsables de las instituciones y programas vinculados con la presencia de España en el país contaban sus planes e intercambiaban información. La embajadora nos informó de que esperaban una visita de la Infanta Cristina y que no era una actividad oficial, sino que se trataba de una actividad "privada". No obstante, era probable que la infanta accediese a asistir a la recepción que, por el Día del Cooperante, organizaba la embajada.
En aquel momento me pareció un poco raro y no pude evitar preguntarlo: ¿a santo de qué una infanta visitaba "privadamente" uno de los países más convulsos de América Central? Un diplomático me explicó que el motivo residía en su trabajo: "no olvidemos que doña Cristina "(la llamó así, con reverencia), "trabaja para la Fundación La Caixa. Y dicha fundación financia proyectos en Guatemala: nada más natural que alguien con un puesto de responsabilidad viaje al terreno para cerciorarse de que todo va correctamente". Me pareció plausible -la inocencia de una época en la que uno todavía se creía que la familia real era como cualquier otra y que se ganaban la vida con el sudor de su frente- y no le dí más importancia.
Un par de días después algo cambió. Volví a la embajada para otro asunto y asistí a una (tensa) conversación entre dos de los diplos con los que tenía una relación más fluida. La transcribo tal y como la recuerdo: "Joder, macho, es que es la hostia. No tenemos acceso a la agenda, pero nos toca gestionar la reunión con el presidente y los empresarios en una misma instancia", decía uno bastante mosqueado. "Y lo del hotel, ¿qué?. ¿Cómo me las arreglo para que Fulanito me reserve todas las habitaciones de la planta principal a estas alturas? Joder, que lo pague Fainé, ¿no?". Les pregunté qué pasaba y uno de ellos, controlándose, me respondió que había "problemas de coordinación". Porque la infanta Cristina no venía sola sino que viajaba, ni más ni menos, acompañada de Isidro Fainé, el presidente de La Caixa y uno de los personajes más poderosos del panorama financiero español. Además, venían otros altos cargos de la entidad bancaria, como el director de la Fundación y todo un séquito que sumaba varias decenas de personas -incluyendo un contingente de seguridad formado por funcionarios públicos-.
¿Y todo para ver una serie de proyectos en el interior del país?, pregunté bastante perplejo. "Joder, a veces pareces lerdo. Qué proyectos ni qué proyectos. El primer día se reúnen con el presidente de la República, Álvaro Colom, el ministro de Industria y los representantes de las mayores empresas y bancos del país. Bueno, se reúnen Fainé y su gente, porque la Infanta solo abre la puerta..". En ese momento su compañero, con el que me llevaba bastante menos, interrumpió bruscamente para cortar la conversación. Me quedé pensativo.
Un par de días después estaba, vestido lo más decentemente posible, en la residencia de la embajadora por el Día del Cooperante. Esas recepciones eran vistas universalmente con una mezcla de tedio y desolación. Implicaban tragarse discursos larguísimos, la comida era escasa y estaba lleno de gente cuya función primordial era, en mi opinión, totalmente opuesta a nuestro trabajo, o al que creíamos en ese momento que era nuestro trabajo: el desarrollo de Guatemala. Estábamos rodeados de políticos locales y representantes de las empresas españolas en el país. Los aprendices de tiburones, los llamábamos: treintañeros que venían por Telefónica o Movistar, todos cortados por el mismo patrón: el mismo traje de color azul, las mismas corbatas, las mismas casas de expatriados, el mismo desconocimiento del país en el que iban a vivir, el mismo desprecio hacia la gente que en él habitaba y la misma condescendencia hacia "los jipis" de la cooperación. Pero nuestros proyectos quedaban bien en las fotos, así que en ocasiones como esa éramos tolerados.
La infanta apareció un poco más tarde, vestida de infanta-cooperante: chaleco de pescador con muchos bolsillos, pantalones chinos y zapatillas aparentemente informales. No causó buena impresión. Se acercó a nuestro círculo para que saludáramos y, en aquel momento, me pareció altiva y distante. "Vaya una gilipollas", me susurró al oído una compañera que trabajaba en el interior con un proyecto de desarrollo económico. Tuve la misma intuición.
Cuando nos íbamos, vi al funcionario de la embajada más lengüaraz. Había bebido un par de copas de vino, así que aproveché para preguntarle cómo había ido la visita: "una puta pesadilla, macho. Viene aquí, con todo el séquito, para que Fainé pueda reunirse con los que le interesan. Son visitas de negocios, se cierran contratos y nos dicen que es un viaje privado, pero los cojones: pagamos la seguridad, gestionamos el alojamiento, paramos todo...y para que La Caixa consiga concesiones. Es que..." Lo dejé murmurando y mientras salía me asaltó una duda: ¿era lícito que una compañía privada se aprovechase del rol institucional que tenía una de sus empleadas para ganar acceso a personas importantes? ¿Era ético que una infanta de España se prestase a usar su título para facilitar una gira que iba a beneficiar a un banco?. Ahora añado una tercera pregunta: ¿la infanta lo hizo gratis? ¿Iba incluido en su sueldo? ¿O , cumpliendo con lo que parece evidente es una costumbre instaurada, Cristina de Borbón se llevaba un incentivo en forma de recompensa o comisión por contrato cerrado?. Casi diez años después, en otra vida lejana, qué queréis que os diga: tengo de un claro meridiano que así fue.