Desde el origen de los tiempos, la información es poder. Y saber si tu enemigo tiene mejores armas, o se dispone para atacarte, o tiene un nuevo aliado vale su peso en oro cuando estás librando una guerra, por lo que siempre ha habido líderes dispuestos a pagar bien la información y espías dispuestos a arriesgarse para transmitirla. El otro día estuve leyendo sobre los métodos que usaban los antiguos griegos y romanos para transmitir esas noticias que necesitaban saber los gerifaltes para poder actuar en contra de sus enemigos.
Uno de los momentos más ingeniosos que me he encontrado ha sido al conocer la historia de Histieo de Mileto, un griego en la corte del rey persa, contra el que se estaba fraguando una rebelión de las ciudades jonias. Nuestro amigo necesitaba ponerse en contacto con su compatriota Aristágoras para decirle que ese era el momento propicio para comenzar el alzamiento pero no sabía cómo hacerlo sin llamar la atención del rey persa.
Según cuenta Heródoto de Halicarnaso, al final decidió afeitarle la cabeza a un esclavo y tatuarle sobre el cuero cabelludo el mensaje que quería hacerle llegar a Aristágoras, que era: "De Histieio a Aristágoras: subleva Jonia". Después, como podéis imaginar, tuvo que esperar a que le creciera el pelo y lo envió a Mileto, donde le volvieron a afeitar la cabeza para leer el mensaje.
Vais a decirme que por qué no le dio el mensaje directamente al esclavo (que yo también lo he pensado) pero resulta que de este modo ni siquiera él sabía cuál era el contenido del mensaje y no habría podido revelarlo aunque le hubieran torturado. Esto sucedió en el año 499 a. C y fue el comienzo de las guerras Médicas.
Los romanos también usaron ampliamente los espías, tanto en sus guerras contra los etruscos como en el resto de contiendas. Destacaría las guerras púnicas, donde los hubo tanto en el bando de los romanos como en el de los cartagineses, ya que es bien sabido que Aníbal tenía varios informantes viviendo en Roma que le contaban los movimientos de sus enemigos (y que llevaban barbas y bigotes postizos para no ser reconocidos).
Métodos escritos
Si era posible, se prefería la transmisión oral de la información, pero como veis no siempre era posible. En la Antigüedad griega, si tenían que transmitir un mensaje secreto se recurría a la esteganografía o “escritura oculta” como hemos visto en el ejemplo anterior, pero también se usaban claves y códigos secretos.
Los griegos tenían buen nivel de codificación y le daban mucha importancia a esta disciplina dentro del arte de la guerra, hasta el punto de que Eneas el Táctico, un escritor del siglo IV a. C. que escribía sobre tácticas militares, dedicó un capítulo completo de su Poliorcética a este arte.
Eneas sugería varios métodos para poder transmitir una información, como escribirlo en unas hojas adheridas a una herida como remedio medicinal; escribir sobre una vejiga hinchada un mensaje para que al deshincharse no se pudiera leer y pasara inadvertido hasta llegar al destinatario o escribir la información en laminillas de plomo que luego las mujeres usaban como si fueran pendientes.
Por supuesto los métodos más eficaces eran los que el propio mensajero desconocía la información, como hemos visto en el ejemplo del esclavo, que tenía sus variantes. Una de ellas podía ser decirle al mensajero alguna información banal y la noche anterior a su partida escribir el mensaje e introducirlo en la suela de sus sandalias.
Una versión más avanzada consistía en usar animales para transmitir los mensajes, como un perro al que se le ataba en la correa la información. Cuando se soltaba, éste solía volver con su amo, que recibía el mensaje sin levantar sospechas.
Dentro de los mensajes enviados a través de animales, me gusta la historia que cuenta Heródoto de un noble medo llamado Hárpago que se enemistó con el rey Astiages. Como venganza, escribió al rey persa Ciro en las tripas de una liebre que le envió a través de un mensajero disfrazado de cazador. El cazador indicó que el rey Ciro debía desollar al animal personalmente y en su interior encontró un mensaje en el que le aseguraba que le ayudaría a sublevarse contra los medos, como así hizo.
En la Poliorcética también se dedica un espacio bastante amplio para hablar de tintas “invisibles” que volvían a aparecer después de ser tratadas de alguna manera. A este método también aluden los poetas Ausonio y Ovidio, por lo que debía ser bastante común.
El cifrado de los mensajes
Aunque no tenían cifrados tan sofisticados como los de la actualidad, los griegos y los romanos compartían el gusto por los códigos. Uno muy sencillo era el que usaba Cicerón en sus cartas, que cambiaba el nombre de los personajes que nombraba en ellas para que sus opiniones no se volvieran en su contra.
Cicerón es un caso curioso porque no solo enviaba información sino que tenía a sus propios espías que le informaban de los movimientos que realizaba Catilina, así como los movimientos de las provincias. Sin embargo, nunca llegó a estar seguro de que sus comunicaciones fueran privadas, ya que se rumoreaba que el César leía todo lo que escribía Cicerón antes que sus destinatarios y que de hecho podía distinguir la letra del orador de lo habituado que estaba a leerla.
Eneas el Táctico recomendaba sustituir las vocales de las palabras por puntos para volver más difícil la codificación. A mí me da la sensación de que este no era un método muy sofisticado y de hecho no lo recomendaría.
A Julio César también le gustaba codificar sus mensajes con información sensible y según Dión Casio “cuando enviaba algo secreto a alguien, escribía siempre la cuarta letra en vez de la que correspondía, de forma que los escritos fueran ininterpretables para la mayoría”. Esto es que en vez de escribir una A escribía cuatro letras después, la D, si estuviéramos hablando de nuestro alfabeto actual. Estos mensajes nunca fueron descifrados en su época.
Otra táctica para engañar al enemigo era escribir en latín pero con alfabeto griego, que no era tan conocido. César usó esta treta durante la guerra de las Galias, tal y como podemos leer en sus escritos.
Un método muy usado a posteriori es el cifrado por trasposición, en el que las letras y los números alternarían su orden en los escritos. No hay pruebas concluyentes de que se usara en la Antigüedad aunque sí que se usaba uno parecido, en el que se enrollaba una tira de material de escritura alrededor de un bastón o “escítala”. Sobre la tira se escribía el mensaje y se desenrollaba, por lo que las letras no tenían mucho sentido al desenrollarla. La manera de decodificar la escítala era con una que fuera del mismo grosor y longitud para que al volver a enrollar la tira sobre la misma, las letras volvieran a su posición inicial.
Podéis leer más sobre los espías de la Antigüedad en el blog de Nova Roma Hispania, esta entrevista sobre la Castra Peregrina que daría para un artículo aparte y en Historias de la Historia sobre el tema del tatuaje.