En mi caso, creo que lo tengo claro. Yo no iría a la guerra, ni apoyaría que fuesen a ella ni mis hijos ni los de mis vecinos, a no ser que viese una amenaza muy cercana y muy real para mi vida o mis libertades. Y creo que por eso me han considerado a veces incluso belicista.
Y ahora, de pronto, analizo la propaganda, porque resulta que de eso sí sé cuatro cosas, y me veo con una escalada ideológica que conduce a hacernos cada día un poco más tolerable la hipótesis de que nuestros jóvenes vayan a morir a Ucrania por unos intereses que, lo lamento, sigo sin ver muy cercanos a una amenaza a nuestra vida o nuestras libertades. Es más: parece que lo que amenaza nuestra vida y nuestras libertades es el deliberado belicismo de cuatro interesados en caldear los ánimos en plan futbolero, como si tratase del enésimo clásico entre equipos rivales.
Veo las portadas de los periódicos y tengo claro lo que venden y cómo lo venden. Nos intentan convencer de que tenemos que reaccionar. Nos intentan convencer de que ya no se puede permanecer más tiempo de brazos cruzados porque bombardean hospitales y matan niños.
Y resulta que sí, que lo sabemos. Que en las guerras mueren niños. Y por eso no queremos participar. Y dentro de poco, porque es el paso lógico, empezarán a rendir las ciudades por hambre. Y habrá montones de gente hambrienta, y gente a la que le habrán cortado el agua y la electricidad, y es posible que se extiendan enfermedades como el cólera. Lo sabemos, al menos los que hemos estudiado estas cosas, porque eso es precisamente en lo que consiste un puto asedio: convencer a lso de dentro de que salgan sin luchar y sin arriesgar a los tuyos. Lo sabemos, joder, y por eso no queremos participar.
Sabemos también que cuando se enfrenta una potencia grande contra un país pequeño, el cuerpo nos pide enviar armas al pequeño y apoyarle. Pero si no somos unos retrasados mentales, sabemos de igual modo que eso sirve, sobre todo, para alargar la guerra y multiplicar el número de bajas, pero no para alterar el resultado final de la contienda, a no ser que nuestra intención sea ayudarles a que resistan hasta el momento que nos presentemos los demás allí, personalmente, para desnivelar la balanza. ¿Es eso lo que queremos? Yo no. Yo no quiero que los nuestros vayan allí. De ningún modo. Bajo ningún concepto.
Aunque bombardeen hospitales. Aunque mueran niños. Aunque se extienda el hambre y las enfermedades en los asedios. No. No quiero que vayamos a esa guerra. No sé cómo coño decirlo más claro.
Y la propaganda que nos endilgan nuestros medios va en el sentido contrario. Por eso me cabreo tanto.