Por qué soy abolicionista

Es la primera vez que escribo un artículo en Menéame y como el asunto se ha puesto de moda, me parece interesante comentar mi punto de vista sobre la prostitución. Ya he soltado un spoiler como una catedral en el título, pero espero que incluso si estáis en desacuerdo conmigo, al menos leáis el proceso por el que he llegado a mis conclusiones. :-)

En primer lugar, os comentaré que me considero una persona particularmente abierta para con la sexualidad. Estoy en una relación abierta y practico habitualmente BDSM con mi pareja y otras personas; y el sexo me resulta un tema de conversación genial. Considero entonces que no caigo en el estereotipo de mojigato. Aparte de esto, he conocido a varias personas (de ambos sexos) que se han dedicado a la prostitución en algún momento de sus vidas, bien por necesidad económica, bien porque les gusta y punto. Nunca he requerido los servicios de trabajadores sexuales, no por una cuestión moral, sino porque personalmente me disgusta mantener relaciones con una persona a la que no conozco de nada. Sin embargo, conozco a personas que tienen más facilidad para acostarse con cualquiera y, francamente, me alegro por ellos y a veces me gustaría compartir esa forma de ver el sexo.

Bien, ahora que espero haber dejado claro cuál es mi situación personal, os comento cuáles son los principales problemas que veo en el debate de la prostitución:

  1. En primer lugar está el tema de la libertad de las personas que deseen prostituirse, no porque no tengan capacidad económica de subsistir de otra manera, sino porque, aun teniendo otras alternativas dignas, eligen la prostitución porque les gusta ganarse la vida de esta forma. No me parece que sea fácil encontrar argumentos racionales que justifiquen que se ponga trabas a esta persona.
  2. En segundo lugar, los tradicionales argumentos feministas: la objetificación de la mujer y la falta de alternativas para subsistir. Generalmente comparto bastante postulados de los feminismos, como el hecho de que generalmente hablemos de prostitutas en femenino y clientes en masculino porque la gran mayoría de personas que se dedican a la prostitución son mujeres y los consumidores, hombres. Yo no considero que la objetificación de la mujer (tratamiento de la mujer como mercancía sexual para el hombre) sea un argumento válido, siempre y cuando la prostitución sea una decisión que se tome libremente; la mujer es tan libre de ofrecerse como el cliente de aceptar o no. El problema que sí me parece cierto y grave es que muchas personas que se dedican a la prostitución lo hacen por carencia de otras alternativas para subsistir dignamente y eso sí que es preocupante. Nadie debería ser obligado a prostituirse simplemente porque «si no lo hago, no llego a fin de mes». Pero la abolición tampoco soluciona nada a estas personas: es absurdo decir «no te dejamos hacer esto porque es indigno» si las alternativas son mendigar o morirse de hambre.
  3. En tercer lugar, el tema que más espinoso me resulta: la trata de esclavas sexuales. Esto es una lacra enorme, terrible, que conlleva el secuestro y violación sistemáticos de gran cantidad de mujeres. Las cifras exactas son muy difíciles de conocer porque evidentemente al tratarse de delitos que no se suelen denunciar, no hay cifras oficiales; y las estimaciones que tenemos las suelen elaborar actores interesados, de forma que resultan poco fiables.

Para mí el mayor conflicto lo proponen los puntos 1 y 3: la libertad de alguien que desee prostituirse contra la realidad de que una gran cantidad de personas que se prostituye lo hace de manera forzada. La cuestión es que entre la falta de «libertad para prostituirse» pudiendo dedicarse a otra cosa y el secuestro y violación forzados, me parece claro cuál es el sacrificio menor y el más tolerable. ¿A vosotros no?

Eso no quita, sin embargo, que haya esfuerzos loables por conciliar las dos cosas, mediante una legalización y regulación de la prostitución que persiga eficazmente la trata de esclavas. Esta era la opción que defendía hace un tiempo, pero siendo honesto conmigo mismo, mi decisión no era capaz de resistir algunas críticas que se le pudiera plantear. Os explico:

Considero que el origen de la trata de esclavas sexuales es el proxenetismo: el «empresario» (por llamarlo de alguna forma) proporciona un alojamiento a la prostituta y gestiona su viaje y documentación a cambio de una parte de los ingresos que esta genera. El problema es que es aquí donde se producen los abusos, ya que es fácil y frecuente que el proxeneta traiga a una persona secuestrada mediante amenazas. Para esto se me ocurren dos soluciones: abolir el proxenetismo y la existencia de burdeles privados; o legalizarlo y poner controles estrictos.

Os hablaba en primer lugar de la prohibición del proxenetismo y de los burdeles privados. Entiendo que el Estado debería ser quien proporcionara techo a las prostitutas, un lugar donde hacer su trabajo, garantías de seguridad y, por supuesto, controles sanitarios adecuados. Las relaciones laborales de las prostitutas deberían ser siempre directamente con el Estado, sin intermediarios (que podrían servir de tapadera para los antiguos proxenetas). Con esto podríamos conseguir que las personas que se prostituyan lo hagan además en unas mayores condiciones de seguridad que las que tienen ahora.

¿Cuál es el problema de esto? Que no me creo que el Estado fuera a implementar nunca esto -o al menos, no mientras vivamos en una sociedad tan mojigata y tan temerosa del sexo-. Parece muy difícil que un Gobierno sepa justificar ante la ciudadanía algo como «vamos a destinar un montón de dinero a crear y sostener burdeles públicos», por mucho que fuera una actividad que generase beneficios. «Con la de cosas que tenemos que arreglar, la de gente que hay sin trabajo y sin techo, ¿por qué tendría que ir nuestro dinero a pagar a putas?» No creo que sea fácil convencer a un mojigato de que hacer esto está bien porque «el Estado va a ganar dinero de los impuestos».

Y luego la otra alternativa sería legalizar la prostitución mediante empresas privadas y meter controles. Aquí el problema es evidente: puedes poner las leyes que quieras, pero tienes que financiarlas. ¿Qué Gobierno iba a dotar de los medios suficientes a los inspectores que debieran verificar que las prostitutas lo hicieran libremente y no fueran esclavas sexuales? ¿Tenemos que creer que el Gobierno que invierte su capital político en legalizar la prostitución iba a facilitar que sus inspectores destapasen que cientos de mujeres estaban siendo prostituidas en contra de su voluntad a pesar de la legislación nueva; y con ello hacer un ridículo espantoso? ¿O iba a hacerlo un Gobierno antiprostitución que tendría miles de prioridades antes que el bienestar de las putas?

Con todos estos razonamientos en la mano, a mí, hoy por hoy, no me queda más remedio que ser abolicionista, porque entiendo que el derecho de las personas a no ser secuestradas y violadas sistemáticamente debe estar por encima de la libertad de cada uno a prostituirse si lo desea. Idealmente, en el futuro, ojalá que avancemos lo suficiente como sociedad para poder permitir la solución de burdeles públicos, gestionados por el Estado y que garanticen una seguridad suficiente a las prostitutas. Pero hoy por hoy y con estos mimbres, no puedo considerar que la tolerancia con la prostitución resulte ser ética y, por tanto, creo que el Estado debería perseguirla y sancionarla duramente.