La solución al problema del cambio climático es una cuestión de voluntad, pero de voluntad constante. Por eso, la manera más efectiva de solucionar el problema es probablemente desde la economía, tocando los bolsillos.
Si quisiéramos, por ejemplo, que todo el mundo fuera al gimnasio, podríamos intentar convencer de que es bueno estar en forma. También podríamos hablar de los riesgos de no hacer ejercicio. Sin embargo, seguramente tendría más éxito una estrategia económica. Si los gimnasios fueran gratis, probablemente iría más gente. Y si te pagaran cada vez que fueras, o si hubiera que pagar por quedarse en casa en vez de ir al gimnasio, seguramente más gente iría a hacer ejercicio. Es cierto que pagar un gimnasio también puede motivar para ir (por no tirar el dinero), pero motiva más que te paguen. No revelo nada al afirmar que el dinero puede afectar nuestra voluntad y puede ayudar a cambiar hábitos.
Tenemos la posibilidad de adaptar nuestros hábitos de forma voluntaria para ayudar a combatir el cambio climático y vivir de forma (más) sostenible. Podemos comprar sólo productos locales, reducir los envases, viajar menos en avión, usar menos el coche, comprar menos ropa, comprar menos tecnología, usar sólo energías limpias y renovables (cooperativas), reducir el gasto de energía y agua… Pero el problema es que no se trata de un esfuerzo, un sacrificio o una renuncia de comodidades puntual, sino de una cambio o una renuncia continuada y generalizada, las consecuencias no son apreciables, y se necesita motivación y fuerza de voluntad. Por otra parte, tiene que ser una acción global. Por mucho que haya conciencia y voluntad de solucionar el problema del cambio climático y la falta de sostenibilidad, mucha gente no va a estar dispuesta a renuncias y a cambios de hábito. Y está claro que en general el principal factor al comprar es el precio.
La solución que se sugiere aquí no es una idea nueva, pero sí una propuesta de extender y generalizar esa idea. Se trata de ajustar los precios introduciendo el coste medioambiental; algo similar a la huella de carbono, el impuesto sobre éste y las ecotasas. Si todos los productos incluyeran el coste medioambiental, la economía se reajustaría, premiando lo local y penalizando los transportes de largas distancias, por ejemplo; y penalizando también los productos basados en una producción no sostenible o difíciles de reutilizar/reciclar, frente a alternativas sostenibles. El problema ahora es que hay grandes empresas que son capaces de jugar con los precios, que muchas veces no tienen que ver con el coste real, y que normalmente no se tiene en cuenta el coste medioambiental. Los productos más ecológicos podrían incluso estar subvencionados por los menos ecológicos, aunque supongo que esto no sería necesario porque el mercado se regularía. En cualquier caso, habría que garantizar que esto no supone un problema para el acceso a productos de primera necesidad. El coste medioambiental debe tener en cuenta el impacto medioambiental de todo el ciclo del producto o servicio: las materias primas, el transporte, el proceso de producción, la distribución, y el desmantelamiento y reciclaje o reutilización.
Sí, es complicado; porque afecta a toda o casi toda la economía, porque hay que abordarlo de forma global y porque hay muchos intereses para que esto no suceda. Por eso seguramente hay que tratar el tema con más acuerdos y leyes. De forma similar a como ocurre con las emisiones, debe haber acuerdos internacionales, para que no salgan perjudicados los más concienciados con el problema. Pero para ello, es responsabilidad de todos presionar para que se tomen medidas. Además de la aplicación práctica del ajuste de precios, que puede generar conflictos, dos de las principales dificultades son: la pérdida de rentabilidad de negocios y la oposición de los perjudicados.
Otro ejemplo relacionado con la voluntad es el tabaco. Al contrario de otras drogas de mayor dependencia, a mí el problema del tabaco me parece relativamente sencillo de solucionar (o al menos de mejorar mucho). Es algo claramente perjudicial para la salud, y está probado que en los países en los que el precio es muy elevado (por impuestos), se fuma mucho menos y seguro que se ahorra mucho en Sanidad. Subir los impuestos del tabaco es un intervencionismo positivo, desde mi punto de vista. El problema es que hay intereses económicos y lobbies que quieren mantener ese negocio. Algo parecido ocurre con el juego y las casas de apuestas.
A nadie le gusta la basura. Pero estamos acostumbrados a tirar la basura en el contenedor y olvidarnos del tema. En general no estamos dispuestos seriamente a cambiar nuestros hábitos de consumo de productos en envases desechables, al menos con la oferta actual. Podríamos usar sólo envases reutilizables e ir a supermercados a granel (donde los haya), pero no hay motivación suficiente o consciencia del problema. Por eso es más efectivo introducir el coste medioambiental. Si el producto con envase no reciclable y no reutilizable cuesta lo mismo o más que el ecológico, a lo mejor no se compra tanto. Es cierto que hay unos costes de producción y el cambio puede afectar a toda la industria de la alimentación y los envases, pero se puede llevar a cabo de forma gradual.
Siguiendo con las analogías y ejemplos: se puede conseguir que alguien vaya al gimnasio diciendo que es bueno estar en forma; se puede convencer a un fumador de que no fume porque el tabaco es malo para su salud; o se puede educar en reducir el consumo y reciclar bien, porque hay demasiada basura. Pero cuando para cambiar hábitos propios y ajenos (de manera global y permanente) no es suficiente pensar y decir que es bueno hacer ejercicio, que fumar es malo, o que hay que consumir menos y reciclar bien, entonces llega el momento de dar un paso más.
Aplicar el coste medioambiental a todos los productos (así como servicios y energía) es complejo, pero podría solucionar el problema de la falta de sostenibilidad y el cambio climático.