Creo que cuando leí Robinson Crusoe debía tener unos doce años. En aquella época leía todo lo que caía en mis manos y las peripecias del náufrago más famoso de la literatura me cautivaron. Más allá de si su mensaje era paternalista con los habitantes de la isla o de si era un libro encaminado a ensalzar al imperio británico, disfruté de sus aventuras como solo una niña de doce años sabe hacer.
El caso es que leyendo por Internet me he encontrado con la historia de Alexander Selkirk, un corsario al que abandonaron en una isla deshabitada del Pacífico al que encontraron otros corsarios cuatro años después y que fue la que inspiró a Daniel Defoe. Y como tengo un ratito, os cuento lo que he aprendido buceando por Internet.
Selkirk nació en 1676 en Escocia y en 1703 se embarca en la nave Cinque Ports que buscaba saquear los barcos españoles con ayuda de otro barco, el St George, ambos capitaneados por William Dampier. Dampier había conseguido una patente de corso con la que se dedicaba a asaltar barcos españoles y franceses, que se hallaban inmersos en la Guerra de Sucesión con los franceses y no tenían tiempo para entretenerse con otras cosas.
Las naves de Dampier no tuvieron una travesía fácil y cruzaron con dificultades el Cabo de Hornos, y llegaron a sitiar la ciudad de Santa María en Panamá. Su objetivo era apresar al Galeón de Manila, que un par de veces al año recorría la ruta entre Acapulco y Manila con la recaudación de impuestos del comercio español en el mar de China y mientras se entretenían con lo que encontraban. No era una empresa fácil y se sucedían los enfrentamientos entre marineros y oficiales debido a las enfermedades que fueron encadenando y a la mala alimentación.
En el archipiélago de Juan Fernández
Ambos barcos se separaron tras un ataque fallido a dos mercantes, y el de Selkirk se dirigió al archipiélago de Juan Fernández. Atracaron en la isla de Más a Tierra (actualmente en Chile) donde se aprovisionaron con agua y comida fresca. Nuestro héroe se encaró con el capitán Stradling porque consideraba que había que reparar el barco, además de proveerse de víveres. En la refriega, Selkirk dijo que prefería quedarse ahí a volver a subirse a la nave en tan malas condiciones.
El capitán le tomó la palabra y le dejó allí con un hacha, un cuchillo, un mosquete, una libra de pólvora, una cazuela, una Biblia, algo de ropa y algunos instrumentos de navegación. El escocés suplicó perdón para que le dejaran volver al barco, cosa que no se produjo (por suerte para él porque el Cinque Ports naufragó un mes después en lo que hoy es Colombia y los supervivientes fueron apresados y encarcelados por los españoles).
Según su propio relato, los primeros ocho meses fueron los peores para Selkirk. El marinero permaneció junto a la playa mientras oteaba el horizonte en busca de señales de barcos. En este tiempo se alimentó de moluscos, crustáceos y tortugas marinas hasta que fue desalojado de la orilla del mar por los leones marinos, que estaban en época de apareamiento y eran especialmente feroces.
La vida tierra adentro
Caminar tierra adentro mejoró sus condiciones de vida, ya que se encontró con que en la isla había cabras, que habían introducido los españoles. Estos animales eran fáciles de cazar y le sirvieron para hacer caldos, que condimentaba con col salvaje y nabos.
Otra de las novedades que introdujo fue la construcción de dos cabañas, una de las cuales usaba para cocinar y la otra para dormir. Usó madera del árbol de la pimienta para guarecerse, aunque en estos momentos las ratas hicieron aparición en su vida y le mordían los pies por las noches.
Para solucionar el problema de los roedores, domesticó a algunos de los gatos que había sueltos por la isla, y cuando se le acabó la pólvora comenzó a cazar cabras a la carrera con su cuchillo. Además, usó las pieles de las cabras para hacerse ropa ya que la que tenía cuando llegó a la isla no tardó mucho en hacerse jirones.
En los cuatro años que pasó en la isla, Selkirk vio dos barcos fondeados en la bahía donde le habían abandonado, pero temía presentarse ante los marineros españoles, que no dudarían en apresarlo dado su pasado pirata. De hecho, uno de esos barcos le encontró y después de perseguirlo por la isla, le volvieron a abandonar por no poder atraparlo (ya que se había subido a un árbol).
Al contrario que Robinson Crusoe, el escocés no encontró compañía en los años en los que habitó la isla, y en su relato cuenta que se pasaba largas horas en silencio y que se leía la Biblia en voz alta para distraerse. No obstante, cuando el corsario Woodes Rogers llega a la isla, se encuentra con un hombre semisalvaje, cubierto de pieles de cabra y que apenas habla.
El rescate de Selkirk
El capitán se quedó impresionado por el vigor del escocés que les ayudó a cazar cabras, por lo que la tripulación pudo recuperarse del escorbuto que venían padeciendo y por su paz de espíritu. Debido a ello, Rogers decidió hacerle su segundo oficial y juntos se dedicaron a la piratería.
Múltiples secuelas acompañaron a Selkirk después de la aventura en la Isla de Más a Tierra, como que tardó unos meses en probar el licor, o en ponerse unos zapatos, aunque no le impidieron seguir ejerciendo como corsario. En México capturaron el galeón Nuestra Señora de la Encarnación y Desengaño, con lo que consiguieron un gran botín, con el que poco después volvieron a Inglaterra en 1711.
En ese año se publicó el primer libro que habla de las peripecias de Selkirk, en el libro A Voyage to the South Sea, escrito por Edward Cook, uno de los oficiales del barco de Rogers. También se publicó un artículo en el periódico The Englishman. El que le dio el espaldarazo final a la fama fue el libro de Rogers llamado A Cruising Voyage Round the World y que probablemente fue el que inspiró a Defoe en 1712.
Pese a su fama pasajera, el escocés no llegó a adaptarse del todo a la civilización y a menudo se veía envuelto en peleas. A ello se le sumó que no fue capaz de cobrar su parte del botín del capitán Rogers, por lo que regresó a Escocia.
En 1717 volvemos a tener noticias suyas cuando se alista en la Royal Navy y fallece tres años después a bordo del HMS Weymouth, un barco antipiratería que navegaba por las costas de Ghana. Dos mujeres que juraban ser sus esposas se disputaban su herencia más tarde, aunque después se probó que las había engañado a ambas.
Aunque es cierto que Daniel Defoe se inspiró en Selkirk para contar las aventuras de Robinson Crusoe, es verdad que a sus peripecias unió los relatos de otros náufragos famosos de la época, como Robert Knox que pasó 20 años en Sri Lanka o Herny Pitman que huyó de una colonia penal caribeña. No obstante, en la primera edición de Robinson Crusoe, se representaba al marinero con los rasgos del escocés y cubierto de pieles de cabra, un atuendo que es más adecuado en las latitudes donde se perdió el escocés que en la isla caribeña donde arriba su sosias literario.
El círculo se cierra cuando en el año 2005 la expedición del japonés Daisuke Takahasi encontrara unos instrumentos náuticos que databan del siglo XVIII en la isla donde había permanecido el pirata escocés. Tenemos bastante certeza que estos objetos pertenecieran a Selkirk porque se correspondían con los que se había dicho en la historia que poseía durante su estancia en la isla.
En honor a estos hechos, la isla de Más a Tierra fue rebautizada como Robinson Crusoe por el gobierno Chileno y la isla de Más Afuera, del mismo archipiélago, se llamó isla de Alejandro Selkirk, pese a que el marino nunca la pisó.
Si os interesa el tema, os recomiendo también la lectura de Apuntes de historia, La Aldea Irreductible y The Telegraph, además de los enlaces que os he dejado.