¿Por qué uno de mis lugares favoritos, Kiev, está siendo sometido a un cerco militar, en una guerra que acumula ya varios centenares de muertos? ¿Por qué Julia, una mujer extremadamente dulce, que hace unos meses me mandaba por Whatsapp fotos con su hija recién nacida, está ahora metida en un sótano con la niña y otras tres familias, pidiendo en la televisión española “armas para nuestros muchachos”?
Intento comprender esta guerra que ha cambiado las vidas de varias personas a las que quiero, y no paro de darle vueltas. Entonces, recurro a la Historia Antigua y me encuentro, hace más de 2.000 años, con un escenario que me resulta familiar… Leo que en el año 226 AC, la República Romana alcanzó con Cartago un acuerdo para repartirse la Península Ibérica en áreas de influencia. Del Ebro para el sur le correspondería a Cartago, del Ebro para el norte, a Roma. Pero todos sabemos que Cartago había quedado debilitada tras la primera Guerra Púnica (¿Como Rusia tras la Guerra Fría?), y Roma, a pesar del acuerdo, fue expandiéndose hacia el sur del Ebro. Cartago era una potencia con menos fuerza que su oponente, pero aún conservaba una gran armada disuasoria. De hecho, muchos cartagineses anhelaban la vuelta a los grandes tiempos; mientras que otros oligarcas locales, como Hannon el Grande, insistían en evitar el conflicto y centrarse en los negocios.
Sea como fuere, esta expansión de Roma incluyó una alianza con Sagunto, ciudad íbera al sur del Ebro. Imagino a los mandatarios cartagineses comprobar desde su “Duma” local cómo el reparto empezaba a fallar, y discutir cómo y cuando atajar el avance de Roma… El caso es que en año 219 AC, Aníbal Barca utilizaría finalmente un enfrenamiento de los saguntinos con los turboletas (aliados de Cartago) para atacar. Los saguntinos, como los ucranianos hoy, mostraron una resistencia mucho más fuerte de la esperada por Aníbal, y además pidieron ayuda a Roma, que no se la proporcionó a tiempo, pero sí utilizó el ataque como motivo para lanzar, nueve meses después, la ofensiva que daría lugar a la Segunda Guerra Púnica.
¿A vosotros también os suena esta historia? Os propongo escuchar a Vladimir Putin contando, días antes de la invasión, por qué la agresión a Ucrania era una posibilidad.
La peor parte se le llevaron los saguntinos. Al igual que los ucranianos hoy, confiaban en ser defendidos por Roma. No sé si Roma impondría sanciones a Cartago, esperando que los oligarcas como el mencionado Hannon el Grande presionasen para acabar con el sitio; tampoco sé si les harían llegar armas; lo que sé, es que los saguntinos no se salvaron. Su ciudad fue arrasada y pocos sobrevivieron. Fue sólo después de su derrota total, cuando comenzó la Segunda Guerra Púnica, que los romanos lanzaron “por ellos”.
Cuanto más hablo con mis amigos ucranianos, más similitudes veo con los saguntinos. Me sorprende el deseo que tienen de luchar. Incluso aquellos que provienen del Este, o que emigraron asqueados por el Maidan, como mi amiga Natalia, sienten una rabia enorme hacia el ejército ruso, que con mayor o menor cuidado hacia los civiles (en esto hay versiones) lanza bombas en las ciudades donde viven sus familias o en los parques donde jugaban sus hijos, y pasea carros blindados por sus calles.
Y yo me pregunto, ¿tiene salvación Ucrania? ¿La tenía Sagunto? Aunque los senadores romanos pusieron el grito en el cielo por el ataque de Aníbal, estoy seguro de que las vidas inocentes de las miles de personas que vivían allí no les importaban mucho. Como no les importan a los líderes de la OTAN. Bien lo demostraron los romanos en sus carnicerías por todo el mundo entonces conocido; y la OTAN con sus bombardeos en Serbia o Libia.
La historia en general nos enseña que los débiles no tienen salvación; pero tenemos derecho a soñar, y a pensar que en estos 2.000 años al menos podemos haber aprendido del pasado. Mi amiga Natalia, la chica del Este que emigró por las consecuencias del Maidán, me explica que ella lo que quiere es que su madre, su tía y sus abuelas no acaben con las vísceras esparcidas por las calles de Kharkov. Natalia dice que lo más importante para ella no es si los corredores humanitarios están siendo obstaculizados por el ejercito ruso o por los nacionalistas ucranianos para usarlos como escudos humanos. Eso hay que saberlo, por supuesto, porque es un crimen de guerra, pero mientras tanto, lo que Natalia quiere es que el ejército ruso no tire bombas en su país, ni sobre todo, cerca de personas civiles inocentes.
Natalia y cada vez más personas, tanto en Rusia como en los países de la OTAN, lo que pide es paz. Me cuenta que aceptaría con resignación si su país tiene que desaparecer mientras los civiles se salven y no empiece una nueva Guerra Mundial, aunque piensa que si Rusia no sufre consecuencias por esta invasión, no será la última. Ni ella ni nadie parece tener una propuesta clara para conseguir la paz, para lograr que Ucrania, al contrario de lo que pasó con Sagunto, no sea destruida. Los dos pensamos que si esa solución para evitar el desastre existe, vendrá del diálogo entre todos aquellos a quienes la guerra sólo puede provocar dolor. Por ahora, a mi alrededor sólo veo mensajes que apoyan a uno de los dos bloques. Puesto que vivo en España, lo mayoritario son mensajes contra Putin y de apoyo a la resistencia ucraniana, aunque no son mensajes muy elaborados (“Aníbal Barca está loco”, se escucha decir a los senadores romanos); pero si se sabe buscar y sortear la censura bélica, también se pueden encontrar mensajes de apoyo a Rusia. Lo que no encuentro son propuestas de paz razonables. Por el lado “romano”, sólo escucho que la solución es que Aníbal se de la vuelta y deje a los saguntinos en paz, asumiendo la derrota total y que el Tratado del Ebro no eran más que acuerdos informales y la expansión es legítima. Del lado ruso, insisten en las atrocidades que Sagunto había cometido contra los turboletas (el Dombás de hoy), en la necesidad de que cada imperio tenga su área de influencia tal como se acordó en el pasado, y en que Sagunto no tiene derecho a aliarse con Roma. Yo creo que la única solución para Sagunto es que los ciudadanos de Roma y Cartago conectemos y empecemos a hablar urgentemente de cómo garantizar que nuestros gobernantes dejen de repartirse el mundo. Mientras tanto, lo razonable es presionar a Rusia para que no ponga en riesgo las vidas de civiles, cueste lo que cueste.
Y añado una última reflexión; si la escalada continúa y la Segunda Guerra Púnica estalla, tal vez no veamos la tercera. Hace 2.200 años estas hostilidades sí continuaron, e incluso hubo una tercera Guerra Púnica, que terminó con Cartago convertida en cenizas, su población masacrada o esclavizada y sus campos sembrados de sal. Quizás sea todo nuestro mundo el que se vea convertido en cenizas si no hacemos algo distinto a seguir la lógica de las dos potencias en conflicto.
Nota: Tanto Natalia como Julia son dos personas reales. Si alguien quiere comunicarse con ellas, podéis enviar un email a santi@narrandocontradicciones.com y se lo haré llegar. Ambas hablan español, y las conozco por su trabajo como traductoras.