Cualquiera con unas pocas nociones de historia sabe que la conspiración de los idus de marzo del año 44 a.C. acabó con la vida de Julio César, a la sazón emperador romano. Lo que poca gente sabe es que el magnicidio no estaba organizado muy exhaustivamente y que al poner el plan en marcha hubo un baño de sangre debido a la torpeza de los propios conspiradores.
Tal y como explica Mary Beard en su libro “La herencia de los clásicos”, había una serie de senadores que se habían puesto de acuerdo para asesinar a César durante la asamblea de los idus de marzo en la Curia de Pompeyo, que era el lugar donde se reunían. Tilio Cimbro fue el primero que se acercó y se postró a los pies del general para pedirle perdón para su hermano, que estaba en el exilio. Le agarró por su toga para que no pudiera moverse, y al dejar al descubierto su hombro fue la señal para que el resto atacaran.
Casca fue el primero en apuñalarle, aunque Beard señala que erró el golpe y solo le rozó el cuello. César aprovechó unos instantes, tomó su estilo (una especie de punzón que se usaba para escribir) y trató de defenderse con él.
Pronto se aproximaron otros veinte hombres que ya estaban esperando su turno para rematar al gobernante. Estos senadores tampoco anduvieron muy finos de puntería y varios se apuñalaron unos a otros.
Según el relato de Nicolás de Damasco, Casio se lanzó contra el emperador pero acuchilló a Bruto en la mano. Otro senador, Minucio, hirió a Rubrio en el muslo. Son varios los historiadores que, basándose en narraciones de testigos supervivientes del hecho, señalan que en aquella acción tuvo que correr mucha sangre y no solo de César.
Es muy probable que la famosa frase “Et tu, Brute?” no se llegara a pronunciar, en medio del batiburrillo de dagas y sangre, y según Beard tampoco Bruto asestó el golpe final. Sin embargo, la narración que prevalece ahora mismo en el imaginario colectivo tiene estos episodios porque los imaginó Shakespeare para su obra “Julio César”.
Si seguimos la narración de Suetonio (más cercana en el tiempo a la del autor británico pero no fiable al 100% según los historiadores actuales), César recibió veintitrés puñaladas pero solo fue mortal la que le asestaron en el cuello. Se supone que participaron unos sesenta senadores en la conjura y muchos de ellos activamente con sus dagas.
La reconstrucción de la narración de Livio indica que, si bien al principio los senadores que no estaban en el ajo se quedaron paralizados, huyeron tan pronto Bruto se alejó del cuerpo de su padre adoptivo. Esta estampida de senadores chocó con las cientos de personas que salían de un espectáculo de gladiadores que acababa de terminar en ese momento y, como no pudo ser de otra manera, cundió el pánico.
Malos augurios para César
Según el relato de Adrian Goldsworthy, la esposa de Julio César, Calpurnia, había tenido una pesadilla y le pidió que no acudiera al Senado aquel día. Sin embargo, aconsejado por otro senador decidió ignorar los malos augurios y encaminarse al trabajo.
Además, se la la circunstancia de que hasta principios de ese año César tenía varios escoltas hispanos pero había prescindido de ellos tras el juramento de lealtad que se le hizo en el senado. En ese lugar el emperador se sentía seguro, tanto por el juramento como por el hecho de que fuera un lugar sagrado en el que no se debía emplear la violencia. Por desgracia se equivocó.
En poco más de un año Bruto consiguió negociar una amnistía para los participantes en la conjura y acuñó una de las monedas romanas más famosas, que tenéis sobre estas líneas. En ella podemos ver dos dagas y entre ellas un pileus, un gorro que se les ponía a los esclavos romanos cuando eran liberados. Bajo ellos podemos leer la fecha, idus de marzo.
En conjunto, podemos decir que la conspiración de los idus de marzo fracasó porque poco después se volvió al mismo tipo de régimen, encabezado por Octaviano (que ha pasado a la posteridad como el emperador Augusto), que se había querido destruir. No obstante la fecha es lo suficientemente simbólica como para haberse convertido en un referente de liberación de un pueblo incluso a día de hoy.