Diez mil obreros en paro esperan en la plataforma de suicidio colectivo. Diez mil mujeres violadas compartirán tu noche de bodas. Diez mil niños maltratados no fueron suficientes para comprar tu infancia. Diez mil ancianos estafados se amontonan en vertederos de la tercera edad como vampiros sedientos de cariño. Y el mundo es cada día un lugar mejor. Tu mundo es cada día un lugar mejor, te lo dicen las pantallas desde que te levantas hasta que te acuestas. Tu mundo es cada día un lugar mejor porque por fin tu miedo es más grande que los agujeros de tus bolsillos y la libertad es como un mal sueño del que todos nos vamos despertando poco a poco. Todo va ocupando el lugar que le corresponde y tú también. Y por suerte todavía no eres un obrero en paro ni un anciano sediento de cariño. Todavía no. Y nunca serás una mujer violada y el niño que fuiste yace enterrado en uno de esos sótanos de tu memoria a los que nunca vuelves. Y la vida es cada día un lugar mejor porque todas tus horas están ocupadas y los médicos te cuidan todo el tiempo. Nunca pensaste que se pudiera estar tan enfermo durante casi todo el tiempo, pero la medicina vela por ti. La medicina es la mayor esperanza de los hombres hoy en día. Comulgamos en las farmacias los sueños administrados por nuestros cuidadores. Tú también, tú sobre todo. Porque eres culpable. Eres culpable de tu mala salud, de los vicios inconfesables que se reflejan en tu sangre, de las enfermedades raras que padeces desafiando toda estadística, como todos tus conocidos. Culpable de la culpa oscura que roe tus noches y te dice que no tienes derecho. No tienes derecho a estar vivo porque el mundo es demasiado complicado y tú tienes demasiada suerte. Tienes un trabajo. Y una casa. Y una familia. Tienes una sonrisa colgada en el perchero que te pones cuando sales de casa y que cuelgas al volver. Tienes la costumbre del transporte urbano durante tres horas diarias, de las diez horas en el trabajo, con una pausa de dos horas que sueles pasar trabajando porque algo hay que hacer con el tiempo que te consume hasta que vuelves a casa y todavía te sobran once horas perfectamente organizadas para hacer las compras o ir al gimnasio o contar un cuento a tus hijos o preparar la cena o ver la tele o sábado y domingo con amigos o tus padres o los padres de ella y todavía siete horas y media químicamente perfectas de sueño lleno de pesadillas que no recuerdas a la mañana siguiente. Porque tienes derecho a tus obligaciones y saber eso hace que el mundo sea cada día un lugar mejor para todos.
Y tienes derecho a no hacer preguntas. Tienes derecho a no preguntar por qué diez mil obreros hacían cola en las plataformas de suicidio colectivo. O por qué de pronto aparecieron las plataformas de suicidio colectivo en todas las ciudades. Tenías el derecho obligatorio de no preguntar por qué seguía habiendo mujeres violadas, niños maltratados, ancianos abandonados. No quieres saber por qué todo el mundo estaba tan enfermo de pronto, por qué la salud se había convertido en la esperanza de los muertos, por qué cada día era igual al día siguiente igual al día siguiente. No te preguntas por qué no recuerdas un solo día en tu vida diferente a los otros y por qué no te ves diferente a los demás. Eso es bueno, sabes que es bueno. No recuerdas cómo era todo antes pero sabes que era peor, porque te lo han dicho las pantallas. Sabes que no necesitas la libertad porque fue la causa de todos los males del pasado. Y cuando el miedo se convierte en una costumbre llega a parecer algo agradable.
Vives en el mejor de los mundos porque los que no piensan así ya no viven en este mundo. Y como has aprendido a no preguntar nunca sabrás cómo has llegado hoy hasta la plataforma de suicidio colectivo.