Justo un mes antes del golpe de Estado del 23F, Adolfo Suárez recibe una llamada a su despacho en la Moncloa del Rey Juan Carlos que le conmina a ir, con carácter de urgencia al Palacio de la Zarzuela. No explica los motivos. Las relaciones entre el Rey y Suárez ya eran malas, pero empeoraron gravemente al negarse el primero a una orden del Rey: la de trasladar al general Armada a Madrid desde Lérida.
Al entrar al despacho real, el Rey sale y Suárez se tiene que enfrentar solo a 4 militares ceñudos que, minutos antes, habian obligado al Rey a volver de una cacería desde Jaén con carácter de urgencia. Los oficiales son, probablemente, los militares ultras con más influencia en el Ejército español: el teniente general Merry Gordon (región militar de Sevilla), el general Elícegues (región militar de Zaragoza), el general Milans del Bosch (región militar de Valencia) y el general Campano López (región militar de Valladolid).
Esta conversación es recogida en el libro "La gran desmemoria" de Pilar Urbano y es, probablemente, una de las escenas más graves que sucedieron en la Transición y que ilustran, a todas luces, la relación del Rey con el golpe de Estado. La conversación fue confirmada por varios de sus protagonistas, entre ellos Suárez. Nunca ha sido negada por el Rey:
"Comenzó hablando Milans del Bosch:
—Hemos tocado el listón: unos de la indignidad, otros de la paciencia y otros de la ineficacia. Señor Suárez —en ningún momento le dieron el tratamiento presidencial—, ha llegado el momento de que demuestre usted, no a nosotros, sino a todos los españoles, su talla patriótica dando paso a un Gobierno nuevo, distinto, con la capacidad de maniobra política que precise para tomar medidas enérgicas y reencauzar todo lo que a ustedes se les ha ido de las manos, desde la economía hasta la seguridad ciudadana.
Suárez no se había sentado. También los generales permanecían de pie.
—Señores generales —respondió con voz opaca y fría—, estamos en La Zarzuela, sede de la jefatura del Estado. Creo que se han equivocado de lugar. La presidencia del Gobierno tiene su sede en La Moncloa. Si ustedes quieren despachar algo conmigo, pidan audiencia allí, se les dará día y hora de cita, y yo los atenderé. Por supuesto, uno a uno, no en grupo ni en corporación.
En ese momento, Milans se encaró con Suárez:
—¡Por el bien de España, debe usted dimitir ya, cuanto antes!
—¿Puede darme alguna razón? —le preguntó Suárez.
Entonces, Pedro Merry Gordon sacó del bolsillo de su guerrera una pistola Star 9 mm, la puso sobre la palma de su mano izquierda y mostrándola dijo:
—¿Le parece a usted bien esta razón?
—Eso no es una razón. Eso es una amenaza.
Regresó el Rey y Suárez se dirigió a él:
—Señor, si no me necesita para algo más, me retiraría porque tengo asuntos pendientes de trabajo en mi despacho.
—Voy contigo un momento.
Ya en el rellano hacia el arranque de la escalinata, el Rey se detuvo:
—¡Te das cuenta de hasta dónde me estás haciendo llegar!
—Si a mí se me hubiesen presentado en La Moncloa así, en bloque, con armas, y sin haber sido llamados, esta misma noche quedaban destituidos.
—Adolfo, esto se está poniendo al rojo vivo. No te empecines. Si no quieres que nos den un golpe militar, la solución pasa por un cambio de Gobierno.
—No son ellos quienes tienen que disponerlo. ¡No son ellos! ¡Ni poniéndome delante una pistola! Creo que lo dije aquí mismo, tan lejos como ayer: a mí no me echan ni cinco ni cincuenta generales...
Al bajar las escalerillas del zaguán de palacio, vio que la noche se había echado encima".