Sé que esta historia que voy a contar es irrelevante, dado que en el mundo hay innumerables historias que hablan de situaciones y experiencias de abuso muchísimo más importantes. He sido cliente de Caixabanc por mas de 20 años, nunca tuve un problema de saldos negativos ni nada por el estilo, a excepción de una vez que solicité un préstamo hipotecario y el banco, al aplicar cláusulas abusivas, fue condenado por los tribunales a devolver su importe indebidamente cobrado.
El primer contratiempo serio que tuve con la institución fue a raíz de su comportamiento durante el proceso político del intento de independencia catalán, el cambio de sede social del banco a raíz del conflicto lo viví como un comportamiento rastrero y cobarde y no es porque me sienta especialmente independentista. Dicha acción ya creó en mí un adiós a la institución, mi primer paso fue trasladar la mitad de mis efectivos a otra entidad, reservándome el derecho de culminar mi salida en el momento que considerara oportuno. Este llegó hace poco, con la fusión del banco con Bankinter y la posterior eliminación de muchas de sus sucursales me tocó a mí perder el contacto con la gente de la sucursal que me conocía y cuyo vínculo con ellos hacía que me mantuviera como cliente. El traslado de la oficina y la entrada de nuevos gestores con su trato frío distante y sobretodo una gestión pésima por parte de mi gestor, ha sido la gota que hizo rebasar el vaso. Hay una ley inexorable que establece una relación entre el aumento de tamaño de la institución y la disminución de la calidad del trato y atención a sus clientes. No expongo los pormenores del caso que motiva mi queja y el porque califico el trato que he recibido de insensible y rastrero, también sé que mi queja y hastío no quedan avaladas por la letra pequeña de los contratos y diversas vinculaciones que el banco exige. En este terreno no tengo nada que hacer, ya se cuidan bien las instituciones de este tipo, de guardarse las espaldas. Me quedo con una impotencia momentánea, pues apuesto a que tarde o temprano va a darse un desarrollo histórico que inexorablemente condena a los bancos a su extinción y obsolescencia. Celebro la introducción y adopción de las criptomonedas cuyo enfoque descentralizado posiblemente cumpla dicha función, pues más allá del momento especulativo que ahora presentan, la lógica de un dinero sin amo (bancos centrales y gobiernos), de circulación planetaria y descentralizada puede convertir en obsoletas a estas hasta ahora macro-instituciones todopoderosas que como buitres se han dedicado a extraer la “sangre” de la gente solo porque nos han convencido de que son merecedoras de la confianza social y por ello han acaparado un poder económico abrumador y usurero. Una confianza que ha sido históricamente traicionada por su brutal codicia cuyo lema ha sido y es “privatizar los beneficios y socializar las pérdidas”.
El importe que el banco me exige y yo no estoy de acuerdo, es nimio, 67 euros, una comisión que me carga ahora que sabe que voy a cerrar mis cuentas, cuando nunca antes me habían cobrado comisiones por transferencias nacionales. Lo voy a pagar ya que por esta cantidad no tengo ganas de complicarme la vida y de recibir más presiones, pues ya han empezado a enviarme avisos-amenazas, solo exponer que me cuesta poco pagar esta deuda injusta porque por suerte me ha dado muchísimo más beneficio este último mes, mi pequeña inversión en criptomonedas, ¡que los intereses del banco que he recibido durante 20 años por disponer de mi dinero para sus negocios! Ya en el antiguo testamento se despotrica contra los usureros, los que dejan dinero con interés, lo mismo claman otras religiones. La religión ya pasó de moda y los bancos usureros no solo libres de censura sino para más inri con el apoyo de los gobiernos se apoderaron de casi todo, su codicia no tiene límite. Pero tarde o temprano van a tener que rendir cuentas y quizás estas cuentas no vengan de los partidos políticos ni de los ciudadanos de pro, sino de la misma tecnología. Bitcoin, aplicaciones descentralizadas, todo un nuevo ecosistema de organización colectiva, que podría acabar siendo los verdugos de tanta codicia y de tantas corporaciones ávidas de control, y poder.
Con razón, uno de los padres fundadores de EEUU, Thomas Jefferson, dijo: “Creo sinceramente, que los establecimientos bancarios son más peligrosos que los ejércitos permanentes…“.
Que se vayan al carajo sus élites de accionistas, sus no menos codiciosos consejos ejecutivos, la sarta de políticos que viven de sus dádivas y la legión de empleados-burócratas identificados con tales prácticas.