El mundo se está llenando de personas espirituales sin conciencia social.
El YO, YO, el construir un camino, el budismo reinterpretado y adaptado a lo new age, el retiro espiritual en Formentera, el yoga en Instagram, lo holístico, el reciclaje, la humanización de las mascotas y el veganismo, los tatuajes con significado, abrazar niños negros en Mozambique, pagar en B a la asistenta, matricular a tus niños en colegios alejados de la chusma y mirar mal al camarero que tarda, mientras lees "El arte de la guerra".
Si no votas no es porque hayas sustituido tu absoluta indiferencia por una pseudoreligión para que nadie descubra que eres un sociópata y un ignorante, no. Es porque tú estás muy por encima de esas bagatelas humanas. Vive y deja vivir.
El mundo puede estar llegando a su final, que tú ya sabes meditar y el ruido de las bombas cayendo a tu alrededor, puede ser casi como el sonido de un cuenco tibetano. Tú eres apolítico. Dejas fluir. Todo es un juego de opuestos. Lo bueno tiene algo malo. Lo malo tiene algo bueno. Es el destino. Es el karma. Hasta que te toca a ti, claro.
"El apego es un obstáculo", dices, y por eso solo sientes apego por lo estrictamente necesario: el dinero.
"Hay que deshacerse del ego" y al final, sin darte cuenta, acabas acabando con el de los demás para engordar el tuyo.
Ay, qué maravilla la espiritualidad. Me permite justificar cada una de mis cagadas, cada salida de tiesto. Todo lo malo es culpa de los demás. Todo lo bueno es gracias a mí.
El mundo se está llenando de gente espiritual sin conciencia social. El mundo se está llenando de gilipollas. Y puede que, por una vez, tengan razón al pensar que no tienen la culpa. Puede que seamos el resto los que hemos tolerado demasiado.