(Este artículo no tiene spoilers de Juego de Tronos aunque se basa una escena del último capítulo). En el primer capítulo de esta temporada de Juego de Tonos vemos a Sam Tarley moverse por la biblioteca de los maestres colocando libros en las estanterías. Muchos de esos libros aparecen atados con cadenas y se me ha ocurrido profundizar más en esta práctica medieval, que no tenía muy claro si era algo común o si es una licencia creativa de HBO.
Buceando me encuentro con una mención al libro ‘Librerías encadenadas’ en el que se menciona que, si bien las primeras bibliotecas tenían muy pocos ejemplares, cada uno valía casi lo mismo que una granja. Esto se debía a que se copiaban a mano y que en ocasiones se tardaba una vida entera en producir un solo libro si era muy especial, y por supuesto los materiales que se usaban siempre eran de primerísima calidad. Al contrario que las granjas, los libros eran relativamente fáciles de robar, por lo que se guardaban en armarios o en cofres para mantenerlos a salvo de los rateros.
Conforme van creciendo las bibliotecas se opta por el método de encadenar libros, que se leían en unos pupitres o en atriles similares a las que hemos visto en la serie. El mayor problema de este método era que, en función de la longitud de la cadena, había que habilitar uno o varios puestos cercanos a las estanterías para que la gente pudiera consultar los libros. Este fue el gran quebradero de cabeza de los primeros arquitectos de bibliotecas y se mantuvo hasta el siglo XIX cuando ya se fueron modernizando estas salas.
No solo había que pensar en colocar atriles o mesas cerca de las estanterías, sino que a la hora de proyectar una biblioteca se pensaba en las materias que había que combinar para que las cadenas de dichos libros alcanzaran una u otra mesa. Además el arquitecto sabía en qué punto de la sala habría mejor luz y muchas de ellas eran un portento de aprovechamiento solar, ya que leer a la luz de las velas podía acabar en un desastre, cosa que se quería evitar.
Los libros para estudiantes universitarios
Los libros encadenados supusieron un obstáculo sobre todo a raíz de la creación de las universidades, ya que antes residían sobre todo en monasterios donde había menos tránsito de gente en las bibliotecas. Los universitarios se veían necesitados de consultar unos libros que no podían sacar a la calle y acababan copiándolos de cualquier manera cuando los sacaban a sus atriles.
Este sistema propició la aparición de libreros en las ciudades universitarias, que se comprometían a tener varios ejemplares de los libros que se usaban en cada asignatura y que prestaban por pecios, por fragmentos, para que se copiaran. Estas copias tenían las letras muy apretadas, usaban muchas abreviaturas y no tenían mucha calidad estética.
Conforme va avanzando la historia y los libros se van popularizando, cada vez hay menos libros encadenados, sobre todo si la biblioteca cuenta con varios ejemplares de un mismo libro. En estos casos, para poder retirarlo, se pedía al lector una fianza que se devolvía cuando el libro volvía a la estantería de origen. Así se hacía según el libro ‘Librerías encadenadas’ en las de Oxford y Cambridge, donde la colección se dividía en dos tipos de ejemplares, los que se quedaban atados a la estantería y aquellos de los que se poseían duplicados que podían salir de las instalaciones.
Hoy en día se pueden visitar aún bibliotecas que tienen libros amarrados con cadenas, como la biblioteca de Wimborne Minister o la de la catedral de Hereford, ambas en Inglaterra. Si Sam hubiera trabajado para alguna de estas bibliotecas, es posible que hubiera tenido menos trabajo ya que los libros no podían ir muy lejos con esas cadenas (y además los eslabones tienen pinta de ser más ligeros).
Imagen vía Wikipedia