Eran las 4 de la mañana de un Domingo 11 de Julio.
Supongo que no hace falta ser Joaquín Sabina para componer una canción que comience con esa frase, pero al menos a mi me vale para relatar lo que está pasando en nuestro país desde hace unas semanas.
Acude a consulta de urgencias una chica a la cual conocía con anterioridad, ya que forma parte de mi cupo de pacientes, y raro es el mes que no solicita una cita para contarme alguna de sus "batallitas", dejémoslo ahí.
En esta ocasión, tras estar un par de días con malestar general, febrícula, y dolor de garganta, decide hacer un parón en su noche de fiesta para acudir al médico, ya que a esas horas "seguro que hay mucha menos gente y no es necesario esperar tanto" (dixit).
Obviamente, con ese cuadro lo primero que le solicito es la correspondiente PCR, mínima analgesia y a casa hasta conocer los resultados de la prueba, evitando el contacto con otros seres humanos.
Menos de 48 horas después recibo lo que ya me imaginaba: un positivo por Covid como la copa de un pino, así que contacto con ella para darle indicaciones y le recuerdo que tiene que guardar cuarentena durante 10 días, hasta que se le haga una segunda PCR.
Me sorprende escuchar una gran carcajada al otro lado del teléfono, seguida por un lacónico "vale", que mi cerebro lo traduce como "vas de culo si esperas que me quede en casa con este tiempo".
Aprovecho para comentarle que recibirá la llamada de los rastreadores, a los que tendrá que facilitar los datos de todos las personas con las que mantuvo contacto estrecho, sin mascarilla y durante más de 15 minutos durante los últimos días.
Una vez más, acuchilla vilmente mi cerebro al preguntarme si me refiero a la gente con la que estuvo ANTES de la consulta de urgencias, o DESPUES de la consulta de urgencias.
Como os podéis imaginar, no se fue a casa tal y como le indiqué, sino que siguió exprimiendo la noche hasta lo que dio, como está mandado, que para eso se ha hecho el Verano, ¿a qué sí?...
En realidad, un caso más dentro de lo habitual y de los muchos de este tipo que tenemos desde que se decidió eliminar la mayor parte de restricciones que se habían impuesto al ocio nocturno por la pandemia. Y no es precisamente porque con ellas la gente se cuidase más, ya que se iban igual de botellón a cualquier otro sitio, pero como mínimo se daba una imagen institucional algo más seria e implicada con el problema que tenemos encima.
Lo ideal hubiese sido que esta historia acabase aquí, pero no.
Dos días después y revisando la lista de pacientes que tenía citados por la tarde, veo un nombre muy familiar y conocido entre ellos.
Efectivamente, allí estaba sentada en la sala de espera con su mascarilla, al lado de personas de avanzada edad y otros pacientes con problemas de salud muy diversos.
Sólo se me ocurrió salir y decirle "¿Pero y tú...?", a lo que me contestó con una cara de sorpresa muy superior a la mía:
"Es que quería hacerte una consulta, y como además tenía que pedir un justificante y me dijeron que pasase a recogerlo en persona...".
El pequeño detalle fue que no se le ocurrió comentar que estaba en cuarentena, y podríamos haber hablado por teléfono a la vez que le enviaba lo que necesitase por correo electrónico.
No es mi estilo, pero presa de la desesperación hice un amago de soltarle un "speech" acordándome de sus santos ovarios. Los míos se me subieron a la glotis cuando me contó cómo sus contactos, que habían recibido ya la llamada de los rastreadores, estaban haciendo una vida "bastante normal".
Y para rematar el día, me toca llamar a la mami de un "niño" de 18 años, que es muy maduro para conducir, beber y follar, pero no para hablar con su médico de cabecera.
Le comento lo de siempre, el "niño" tiene que guardar cuarentena de 10 días y esperar al segundo PCR, pero me pide desesperadamente que "no lo tenga encerrado tanto tiempo".
A ver señora, no son mis normas, yo sólo me limito a intentar hacerlas cumplir (con poco éxito por lo que se ve), y si le parecen muchos días que le proteste a otra.
Su contestación: "No seas malvada...".
Y todo esto viene a cuento porque ayer leí las declaraciones de una responsable del departamento de salud de Canarias, que llamaba a estos jóvenes positivos que se negaban a cumplir las normas unos "golfos".
Me he molestado en mirar la definición de esta palabra en el diccionario de la RAE, y he llegado a la conclusión de que se queda muy corta para reflejar el comportamiento de este tipo de gente, por no decir gentuza.
Y es que siempre hay una disculpa: primero que no había tantos positivos, luego que si, pero que no había tantos ingresados, ahora que ya hemos llegado a tener a niños de 13 y 14 años en la UCI, y la media de edad ha descendido hasta los treinta y tantos, resulta que el porcentaje ocupacional de los hospitales todavía es muy bajo.
Con este nivel, esta filosofía de vida y esta manera de hacer las cosas, veo un futuro muy incierto por delante.
Hoy es la Covid, pero mañana será cualquier otra cosa bastante más grave, y en ese momento desapareceremos como especie de la faz de la Tierra, porque igual que me dijo un chaval al comienzo de la pandemia mientras lo ingresábamos: "a mi el virus me come la polla".
La polla no, pero los pulmones sí se los ha comido, y ahora vivirá lo que le quede sin poder hacer grandes esfuerzos (no sé si antes los hacía o no...) y con unas limitaciones bastante importantes.
No voy a generalizar, porque también conozco a mucha gente joven que se cuida y tiene dos dedos de frente, pero estos a los que me refiero, sin duda, jóvenes, positivos y golfos, como poco...