La hermana fea de la medicina, la psiquiatría

 Escribir sobre estos temas siempre es complicado. Implica mostrar una vulnerabilidad absoluta. Se puede interpretar como que vienes a contar tus miserias y necesitas que te hagan casito (Este no es mi caso. No necesito ánimos, apoyo o palmaditas en la espalda)

También existe la posibilidad de quien entre a leer estas cosas por el morbo, esas personas a mí personalmente me dan igual. La gran mayoría de la gente que habla sin tapujos de esto lo hace para ayudar y eso es lo único que importa.

Quiero dejar bien claro que: Si necesitas ayuda psiquiátrica o psicológica no dudes ni un instante en pedir ayuda. A pesar de lo que voy a escribir a continuación, ese primer pasos de buscar ayuda es importante. Es asumir que hay un problema y es la primera piedra de los cimientos de una salud mental plena y sana.

Con 28 años se me fue la olla, me despersonalicé (Para que se entienda el concepto, me sentí en matrix y el show de Truman a la vez) Estaba sola en casa y me acojoné hasta límites que nunca jamás había sobrepasado. A pesar de no estar al 100% en mis cabales sabía que necesitaba ayuda. Salí de casa y fui al ayuntamiento (Siempre hay un policía local) le pedí ayuda:

-Por favor necesito ir al hospital, no estoy bien.

Él, muy “amablemente” me indicó donde estaba la parada de taxis y que no era un servicio de ambulancias, era policía. Así que temblando como una hoja fui a por un taxi. Me sentía observada por toda la gente de la calle, el sonido ambiente no funcionaba bien (Era como estar dentro de una burbuja) Conseguí llegar al taxi, me subí y le di la dirección. Esto no mejoró ni mi estado de ánimo, ni mi disociación. El taxista tenía la radio apagada (Y eso chalada o cuerda jamás me había pasado, ni me volvió a pasar) Así que la radio apagada incrementó mi estado de paranoia.

Llegué a urgencias e hicieron lo que se hace en esos casos. Me dejaron sentadina en la sala de espera a ver si se me pasaba. Estaba tan saturada mentalmente que me paralicé. Tenía mucho calor, pero era incapaz de quitarme el abrigo porque mis manos no querían moverse. Tampoco podía hablar para decirle a la señora que me estaba contando su vida que me dejara tranquila.

No recuerdo cuanto tiempo estuve en parálisis. Pero sé que cuando conseguí moverme me quité el abrigo, informé en la recepción que iba a llamar por teléfono y a fumar. Quería que supieran que no me iba, que necesitaba aire. La mujer fue muy comprensiva y me dijo que cuando me viniera a ver la psiquiatra me venía a buscar.

Una vez en la calle me encendí un cigarro con la mirada perdida, el aire frio me alivió del calor que aún me quedaba de haber estado tanto tiempo con el abrigo puesto. Dos cigarros después y con el aire de mar dándome en la cara conseguí llamar a casa ( Ya no estaba tan jodida, pero la realidad aún estaba distorsionada)

A las once y pico de la noche llamé a mamá y le expliqué el percal (Cuando no estoy bien suelto una cantidad de tacos ingentes, entre lo que le contaba y la cantidad de cagamentos, mi madre supo que era grave) A mitad de conversación salieron a buscarme para hablar con la psiquiatra. Era una mujer de mediana edad, cara amable y sonrisa conciliadora. Mujer confiable. Estuve un buen rato respondiendo a sus preguntas. El final de la conversación fue:

-¿Quieres ingresar voluntariamente o ir a casa?

Yo estaba muy asustada y escogí la primera opción. Necesitaba un sitio seguro con personas que pudieran ayudarme.

Esto es importante: Ingresé voluntariamente. No era un peligro para mí misma, ni para nadie. Y la psiquiatra me vio lo suficientemente racional como para irme a casa si quería.

Al escoger el ingreso me dejaron de nuevo en la sala de espera para que hicieran el papeleo y me prepararan la habitación. Entre tanto llegaron mis padres, me abracé a ellos como quien se aferra a un salvavidas (Es a día de hoy que solo con rememorar esta escena se me saltan las lágrimas)

Una vez todo estuvo tramitado el guardia de seguridad nos indicó que era el momento de subir a planta. En el ascensor íbamos mis padres, un celador, el de seguridad y yo. Nos bajamos en el ala de psiquiatría, recuerdo aquellas puertas de metal verde grisáceo (Color triste) con pavor. El celador llamó al timbre y las puertas de metal se abrieron (Es como si estuviera a punto de entrar en prisión) Antes de entrar recuerdo con claridad esta conversación:

-Vamos a entrar y una vez estés instalada puedes despedirte de tus padres.

-Nos vemos ahora – Les dije.

Atravesé la puerta y el click del cierre metálico aún me retumba en el cerebro. Pasé a un despacho, entregué todos mis objetos personales y los cordones de los zapatos. Me indicaron cual era mi habitación y pregunté si podía ver a mis padres para decirles que todo estaba bien, que estar ahí era el mejor lugar por el momento.

Primera sorpresa, me habían mentido. Ya no podía salir, no podía despedirme de mis padres como me habían dicho. Me dieron un pijama, pastillina para dormir y a correr…

Me bastó pasar el desayuno para saber como iba a ser la dinámica de ese lugar. Me vestí cuando me despertaron las enfermeras (En el ala de psiquiatría no puedes ir con pijama de hospital, hay que ir vestido de calle) Me coloqué en la fila del comedor, antes de entrar me dieron un vaso de plástico (Tipo vaso de cumpleaños, de esos de plástico fino) Ese vaso lo tenía que conservar y llevarlo y traerlo a las horas de la comida (Esto me enteré después de una bronca por no haber llevado al vaso a la hora de la comida. También me comí una por no hacer la cama ¿Cómo iba a saber esas cosas si nadie me las había explicado previamente? Un misterio…)

Me senté a desayunar. En ese momento yo era plenamente racional, era la yo de siempre. Ni Matrix, ni show de Truman (Era una persona plenamente consciente y racional) Un enfermero me puso dos pastillas en un vasín de plástico (Yo había dejado la medicación hacia mucho tiempo porque me aplatanaba) La conversación fue la siguiente:

-Si me tomo toda la dosis de golpe me va a sentar mal ¿Puedo empezar con la mitad?

-La médica prescribió esto y esto te vas a tomar.

-Me va a sentar mal.

-Todo.

Me las tomé bajo la antenta mirada del enfermero. Media hora después me puse a morir. Era como estar en un barco con marejada. Me fui al baño y vomité lo que no está escrito lo que me llevó a la gloriosa situación de estar mareada, vomitando cual fuente y rematando que del esfuerzo de vomitar tanto me cagué. Al parecer en psiquiatría tampoco se puede estar mucho rato en el baño, así que me sacaron de ahí, les pedí un pijama para ponerme un pantalón limpio.

-No se puede ir de pijama aquí.

-Pues dejadme llamar a mi madre para que me traiga ropa.

-No se puede hablar con los familiares. Solo en los ratos de visita.

Con las mismas me desnudé, me duché y me quedé con la camiseta y desnuda de cintura para abajo (Era la única solución viable que encontré, no me parecía ni digno ni cómodo esperar hasta dios sabe cuando a tener ropa limpia) Todo esto ocurría mientras seguía muy mareada y vomitando, nunca en mi vida había vomitado tanto. Al final cómo tenía que ver a la psiquiatra y ya iba tarde me dieron un pantalón de pijama.

Yo estaba muy mal (Lo del mareo por tomarme toda la medicación de la tacada) La psiquiatra me hacia preguntas, pero yo no podía responder. Lo único que quería era que todo dejara de dar vueltas y volviera la estabilidad. La residente que acompañaba la psiquiatra estaba viendo la jugada y parecía mucho más angustiada ella que yo. La sesión con la psiquiatra acabó tal que así:

-No puedo más, me encuentro muy mal, estoy muy mareada. No puedo pensar, solo quiero vomitar.

-Ya me hiciste perder el tiempo llegando tarde y ahora no quieres contestar ¿Entonces para que vienes?

Y ahí rompí a llorar. La psiquiatra se fue ofendida, fue la residente la que me calmó. Me dio un liquido en un vaso de plástico y me aseguró que me calmaría las nauseas y así fue.

Ese fue mi glorioso primer día, en la hora de visita vinieron mis padres. Les informé que me hacía falta ropa y que si me podían traer lo que necesitaba. Así que se tuvieron que ir enseguida para que les diera tiempo a recopilar en la hora y media que quedaba de visita lo que les había pedido.

Normas extraordinariamente estrictas y poco flexibles en un sitio en el que necesitas que te cuiden…

En total estuve tres días en ese infierno. Hubo más anécdotas y situaciones incómodas. Infantilización, todo lo que decía no tenia valor porque estaba “Chalada” y los locos solo dicen locuras. Durante las dos horas de visita podía salir a la calle tutelada por mi madre que me traía tabaco de estraperlo y hacía lo que mejor se le da a mi madre hacerme reír a carcajadas con su humor negro y sus movidas de señora punki.

El tercer día mi madre me hizo llamar a mi mellizo en la hora de visita. Le conté el percal, como era estar ahí dentro y que no me estaba ayudando en absoluto. Mi hermano citó a Foucault, me hizo volver a mi ser con una conversación llena de filosofía que acabó con un lapidario: Sal de ahí, si te quedas estando cuerda saldrás loca.

Subí a la planta y pedí el alta voluntaria. Pasé a un despacho con un psiquiatra. A ese le conocía me tragué el odio visceral y opté por amabilidad contesté sus preguntas educadamente y finalmente me dejaron irme con la promesa firmada por mi madre que me iba a tutelar.

Y esa es la historia de cuando me dí cuenta que la psiquiatría está regulinchi y que si quieres vivir en vez de sobrevivir o me ayudaba yo sola o estaba sola.

Escribo esto desde la plena cordura, desde mi vida plena y feliz después de muchos años de esfuerzo sobrehumano para salir de un pozo muy oscuro plagado de monstruos. El pozu marialuisa…

Lo que mejor define mi vida actualmente es la canción tiranosaurius rex de Kase O.