Esta semana he visto con mis alumnos de bachillerato la película “Las invasiones bárbaras”, de Denys Arcand. Siempre he sido un tipo de costumbres, una especie de gato en un cuerpo equivocado, y ésta quizá sea, de entre todos mis hábitos y rutinas adquiridos tras años de docencia, la que mayores satisfacciones me ha dado tanto a nivel personal como profesional. No ha pasado un solo año desde que me dedico a la docencia del francés en que no haya elegido esta película canadiense para usarla como muestra de la variedad de acentos y particularidades del idioma (el francés québécois tiene un timbre muy marcado), pero sobre todo, como excusa para fomentar el debate (y la competencia oral) entre mis alumnos.
En este sentido, la película es realmente generosa e invita, y casi empuja, a la reflexión en torno a asuntos que, de una u otra manera, nos tocan e interesan a todos: la drogadicción, la eutanasia, el uso de drogas ilegales como remedio paliativo frente al dolor, la enfermedad, las relaciones paterno-filiales, la amistad, el paso del tiempo, el derrumbe de las certezas, el sentido de culpa, en fin, la vida y lo que queda en nosotros de ella cuando estamos a las puertas de abandonarla.
Pudiera parecer que los adolescentes, de los que presuponemos un escaso interés por temas o asuntos que a los adultos nos parecen relevantes, no fueran capaces de mantener durante dos horas la atención requerida para el disfrute de un film tan poco convencional y, a priori, escasamente atractivo desde el punto de vista de un cuerpo sometido a los azarosos y violentos vaivenes de las hormonas. Craso error. Año tras año, acabo llegando al convencimiento de que no todo está perdido, de que todavía hay esperanza, y de que soy un agonías y un viejo gruñón cuyos prejuicios son derribados de manera inmisericorde tras cada visionado.
“Las invasiones bárbaras” es la segunda parte de una trilogía inicada con “El declive del imperio americano” (1986), y cerrada con “La caída del imperio americano” (2018). De todas ellas, mi favorita sigue siendo “las invasiones”, una película redonda, inteligente y emotiva como pocas. Tanto como para que se me encoja el corazón y deba reprimir los lagrimones cada vez que llego a la escena final, al igual que me ocurre con la maravillosa “Cinema Paradiso”. En el caso de la película de Arcand, el desencadenante son las primeras notas de la canción de cierre, y la cálida y envolvente voz de Françoise Hardy. Ni sé la de veces que habré escuchado “L’amitié” pero, a buen seguro, podría contarlas por miles, pues forma parte de la banda sonora de mi infancia, y la buena de Françoise permanece en mi memoria como primer amor platónico de mi vida.
Dentro vídeo:
En realidad mi artículo no versa sobre la película de Arcand. De hecho no es más que la excusa que he encontrado para que confesemos nuestros pecados de juventud, y el lastre que hemos ido soltando en el transcurrir de nuestras pequeñas existencias. Y para ello, a modo de guía, nada como la inolvidable escena en la que Rémy y sus amigos, copa de vino en mano, hacen un rápido y elocuente tour ideológico a lo largo de las suyas.
Sirvan pues estos dos minutos escasos de metraje para confesar y rendir cuentas ante la soberana comunidad de menantes. Sed valientes hermanos, desnudad vuestras vergüenzas a ojos de vuestros semejantes. No temáis, contáis con nuestra complicidad y comprensión. Al fin y al cabo, ¿quién no ha dejado algún “-ismo” por el camino?
A modo de ejemplo y para romper el hielo, he aquí mi confesión:
-ismos (abrazados y abandonados):
Marxismo-Leninismo, Trotskismo, Socialismo libertario, Teoría crítica del Marxismo, Existencialismo, Nosédecirnoismo (éste me costó lo suyo), Priapismo (de los primeros en abandonarme), e incluso Pablismo (todos tenemos un pasado. En mi descargo diré que me pilló con las defensas bajas...)
-ismos (que aguantan contra viento y marea)
Escepticismo, Agnosticismo y, como no, Onanismo…