Jose Luis Barrios Martín, alias Txetxu, fue miembro del Comando Andalucía de ETA (entre otros). Cumple condena por numerosos asesinatos, entre ellos el del político andaluz Alberto Jiménez Becerril elpais.com/diario/1999/06/23/espana/930088820_850215.html
HB, en agradecimiento a sus encomiables servicios a la patria vasca (nótese la ironía), lo llevó en sus listas al Parlamento navarro, y fue elegido. El juez le autorizó a acudir a recoger su acta de diputado y a la sesión constitutiva del Parlamento www.elmundo.es/elmundo/1999/junio/28/nacional/barrios.html
Oriol Junqueras nunca ha herido ni a una mosca, ni ha dado orden alguna para que se cometan actos violentos de ningún tipo. Sin embargo, no podrá acudir a la sesión constitutiva del Parlamento catalán.
Entender al tribunal que negó a Junqueras acudir al Parlamento (mientras que Txetxu pudo hacerlo sin problemas con sus manos manchadas de sangre) es imposible desde un punto de vista jurídico. Como tantas veces, para entender a nuestros politizados altos tribunales hay que acudir a las estrategias políticas de los que mandan. Y resulta que, para ellos, es mucho más peligroso el que defiende una idea política "subversiva" con la palabra que con las armas.
Porque el que usa las armas pierde la razón y, con sus actos, priva de legitimidad a la causa que defiende, colocando el conflicto en una dinámica de lucha a tiros donde, para colmo, tiene todas las de perder, pues se enfrenta a unas Fuerzas de Seguridad mil veces más poderosas que él y, además, no le asiste la razón (porque ninguna idea justifica el asesinato de un concejal de pueblo por el hecho de serlo).
Vivimos en el país del esperpento que, por desgracia, no es exclusivo de quienes gobiernan el Estado. Es esperpéntico mantener a Junqueras como si fuera Hannibal Lecter, prohibiéndole cualquier salida a la calle (incluso las más íntimamente ligadas a sus derechos fundamentales y los de quienes le votaron). Fue esperpéntica la DUI, proclamada como un brindis al sol y sin saberse siquiera si había una mayoría de catalanes que la apoyase.
También es esperpéntico que el payaso de Puigdemont quiera ser presidente tras una pantalla, que mintiese a sus votantes diciendo que volvería si era el más votado y que, ahora, pretenda seguir chupando del bote sin jugarse el tipo, generando con ello una situación kafkiana. Y es esperpéntico que, pese a los resultados de las elecciones catalanas, el Estado no intente acercarse a esa mitad (o prácticamente mitad) de la población que desea la independencia, a fin de dialogar con ella y evitar que siga creciendo.
La cúpula política de este país y sus jueces afines no se dan cuenta de que las porras del 1-O, la imputación de tipos penales que no encajan en las conductas cometidas, la imposición de regímenes penitenciarios más duros que los de los etarras a políticos pacíficos y el uso del miedo para intentar enterrar un sentimiento político, solamente traerán más rabia, indignación, desafección y deseo de abandonar España. Y si quienes quieren irse siguen creciendo y alcanzan un 60 o un 70%, no habrá medidas represivas lo suficientemente contundentes para evitarlo.
Eso sí, mientras tanto podrán exhibir ante los españoles sus atropellos y actos represivos como ejemplares medidas de gobierno. Así ganarán más votos y evitarán que la gente piense en el desastre social que vivimos, del cual ellos son responsables. Así podrán seguir sin subir los impuestos a las grandes fortunas, privatizando servicios sociales y hundiendo a pensionistas y personas vulnerables. Así el circo del esperpento continuará su show.