Una manada de políticos no pequeña quiere cargarse la Constitución del 78, la única que ha aguantado dos golpes de Estado y ha dado a este país un largo periodo de democracia y progreso. Aspiran a acabar con el bloque monárquico y a instalar, después de un periodo constituyente, una república federal o quizás confederal, o acaso confederal coronada. Ven a Madrid como sede del mal; quieren que la capital de la gloria caiga como cayó Constantinopla, reina de las ciudades, rara y rica. Aquella segunda Roma pasó de la mitra al turbante, porque la casta de los gobernantes, se transformó en una jarca de teólogos, iconoclastas pequeños, ergotistas y mamones, que se pasaban las sesiones del senado aderezando raciocinios tramposos. Ese modelo bizantino ha sido heredado por la parte de esta ralea pelmaza que desatina hablando de nación de naciones e ignorando que hoy la patria es una resonancia magnética, la deuda, las pensiones, el empleo, la democracia, la igualdad de todos los ciudadanos, el Estado del bienestar. Sin llegar a las manos vuelven a la etimología de discusión: se sacuden; discuten y no discurren.
Bendito sea el caos, dijo Tierno. En este instante si no hemos llegado a él, vamos por el buen camino. Se dan empujones con la patria. No han entregado su alma al diablo, como hacían los políticos, sino al CIS. Unos proponen el modelo federal o confederal, otros la plurinacionalidad. Y va y gana en Cataluña una gaditana que enarbola la Constitución. Urkullu, un político sensato, dice, sin embargo, que la salida del laberinto de las identidades está en el Estado confederal. Pero eso no existe en ningún sitio desde que los sudistas fueron derrotados. Algunas naciones se dicen confederadas sin serlo; confederación es la de los anarquistas: "A las barricadas por el triunfo de la Confederación".
Antes de que los pasaran por el harnero en Cataluña, los socialistas defendían un Estado federal. Pablo Iglesias proponía una confederación. Por si no les sirven los tres avisos, debieran recordar que en la "sobresaltada España", como la llaman los corresponsales, ya se ensayó la República federal que acabó siendo confederal entre un trote de caballos. Una Asamblea nacional declaró que la Nación española era la República Democrática Federal: la de los Estados de Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia y Regiones Vascongadas. Fue el primer desatino de un conglomerado de repúblicas mal gobernadas por políticos oportunistas, mediocres y estúpidos. La estupidez continúa.