Esto ocurrió hará unos tres o cuatro años, antes del covid, cuando el centro de Nueva York bullía día y noche. Y aun bulle pero a medio gas, como casi todo en todas partes.
Si hay una zona icónica, llena de turistas y que, si vives en la ciudad, intentas esquivar a toda costa, esa es Times Square. ¿Para qué ir? Es el equivalente a ir a las Ramblas viviendo en Barcelona. A los turistas les encanta porque está lleno de otros turistas y entre ellos se entienden y entretienen.
Pues bien, a veces uno no puede evitar lo inevitable y, yendo de paso a otra zona, me encontré un sábado de verano a las cinco de la tarde en pleno Times Square, en la calle 42 con la 7ª avenida, rodeado de turistas caminando como pollos sin cabeza, promotores de eventos, pantallas gigantes, taxis amarillos, gritos, música,... Nueva York en todo su esplendor en una estampa de postal (o de un story de Instagram).
En una esquina había aparcado un autobús escolar, de esos amarillos. Debía llevar un tiempo parado porque no había conductor y las puertas estaban cerradas. En la parte de más atrás del autobús se abrió una ventanilla y asomó la cabeza un chaval afroamericano de unos 10 años que estaba muy excitado. Buscó a alguien a quien dirigirse y yo era la persona que estaba más cerca, así que me preguntó "¿es esto Nueva York?". Me quedé un par de segundos asimilando la pregunta porque, la verdad, lo que teníamos alrededor no podía ser más icónico. Le dije que sí, dudando de si me lo estaba preguntando de coña pero se giró para contárselo a sus amigos y estos se pusieron como locos de contentos como si para disfrutar 100% de la experiencia les faltase la confirmación de que aquello era lo que parecía.