Parte 1: la política y los políticos
Uno de los valiosos legados de nuestra gloriosa y modélica transición fue darle continuidad a la máxima franquista del "Haga como yo, no se meta en política".
Este paradigma, nacido en los albores del desarrollismo, propone al individuo medio dejar la política a los expertos (¡los "políticos"!). Privatiza la política, que pasa de ser un instrumento para la autodeterminación de las masas, a un juguete en manos de 4 enchufados y 3 palmeros.
Así se reduce la categoría "política" a todo aquello que se trata en las Cortes Generales. De esta manera, hablar de política -en "democracia"- es hablar de partidos políticos, de leyes, de elecciones y debates parlamentarios.
Que la calle de en frente de tu casa siga sin asfaltar no es política, que la frecuencia del autobús no sea la adecuada no es política, que en el colegio de tus hijos no haya suficientes profesores o materiales, por supuesto, no es política (y si piensas lo contrario y te indignan las listas de espera en tu centro de salud o que sistemáticamente no te paguen las horas extra eres un progre, antes un rojo).
Lo que es política viene definido por la sección del telediario en la que nos hablan del último -y tan insulso como irrelevante- "debate" parlamentario; y más recientemente de las babas y perdigones que se disparan dos enajenados tertulianos en prime time, que siempre son los mismos, y siempre son expertos de todo; aunque fundamentalmente no tengan ni puta idea de nada.
Como es lógico, este concepto mutilado de política rápidamente genera un rechazo tan amplio como profundo "todos los políticos son iguales", "la política no vale para nada". Y bueno, es cierto, todos SUS políticos son iguales y SU política no vale para nada. Es una suerte que los trabajadores tengamos otros "políticos" y otra "política" muy diferente a los políticos y la política liberal burguesa.
Y claro, cuando las cosas se empiezan a calentar, cuando la gente empieza a salir a la calle a pedir la amnistía para los presos, cuando los estudiantes se organizan por una universidad pública, laica y de calidad; cuando las mujeres se organizan y consiguen llevar al debate público sus reivindicaciones; cuando los negros salen en masa (y armados) porque literalmente los están matando; ahí, y solo ahí, el mezquino alquimista del politiqueo barato amplía su concepto de política.
Y aprovechando que la política es todo lo malo, todo lo denostado, el ácido que todo lo corrompe, las reivindicaciones del de abajo contra el de arriba pasan a ser política ¡ese sucio arte del engaño y la estafa!
Por supuesto las salvajadas e injusticias del de arriba siguen sin ser política, sus privilegios son el orden natural de las cosas y política es aquello que se sale de lo natural.
Meter a un negro o a una mujer que no enseñe las tetas en un videojuego ¡es hacer política! Exclama indignado nuestro amigo equidistante. Exhumar la fosa común en la que quizá está enterrado tu abuelo es abrir heridas ¡es politizar la historia! Y, por supuesto, que un jugador de fútbol reivindique en su camiseta la lucha del pueblo palestino o se solidarice con el antifascismo es politizar el fútbol (los patrocinios de cocaloa y los tejemanejes de Florentino, no son política por Dios).
La fórmula es fácil, todo lo que a mí no me gusta es política, el resto está muy bien.
Nada más lejos de la realidad.
La política es el instrumento a través del cual los trabajadores nos organizamos para abordar de forma colectiva los problemas que nos afectan. Y si esto lo hacemos así es porque, aunque sea un problema de lo más personal, rara vez va a ser un problema individual lo más normal es que su origen sea también colectivo (y buscar soluciones individuales a problemas colectivos es una práctica liberal tan extendida como ineficaz).
La conclusión entonces es fácil: TODO es política, querido mío. El cómo, cuanto, y qué se produce; el cómo se reparte, el quien decide todo esto; las condiciones laborales, la religión, las relaciones de pareja, familia, amistad; las fiestas de tu puto pueblo, la música de la verbena, el fútbol, la tele, el Netflix y todo lo demás.
Allá donde estén involucrados nuestros intereses como clase, allá tendremos que ir a hacer política, y esto es una tarea personalisma e indelegable (no podemos dejar nuestra política ni en manos de señores con coleta, ni en manos de señores con corbata y traje carísimo).
Y claro, al final la realidad se impone, y todos hablamos de política todo el tiempo, y debatimos, y nos quejamos y en este flujo constante de intercambio de información asoma tímidamente la cabeza un personajillo que llevaba un tiempo escondido: el equidistante, el representante del extremo centro radical. El que ni toma partido ni se moja.
¿Quién es el equidistante? ¿Porqué equidistante y no cualquier otra cosa? ¿Qué tiene de malo el "centro político"? ¿Acaso no es bueno coger ideas de los unos y de los otros? Nada peor que un obtuso hooligan de la política, hay que tener la mente abierta y no casarse con nadie ¡pensar libremente! (pensar libremente aquello que te diga el patrón, claro).
Si el tema interesa en la parte 2 abordaremos estas cuestiones.