El día que Nicolás Appert inventó un método para conservar alimentos

Abrir una lata de conservas para comer o para cenar (o para desayunar, si os va eso) se ha convertido en un gesto cotidiano, aunque, como supondréis, las latas no llevan mucho tiempo con nosotros. El germen de invención se la debemos al francés Nicolas Appert, que fue un maestro cocinero y confitero que trabajó en las cocinas de la princesa de Forbach.

Si nos ponemos estrictos, la verdad es que Appert no fue el inventor de la lata de conservas, aunque sus trabajos acabaron en poco tiempo derivando en estos artilugios. El método de Appert, que data de 1795, consistía en colocar los alimentos en un tarro o en una botella de cristal cerrado herméticamente con un tapón de corcho sellado con cera o atado con un alambre (como los vinos o los espumosos actuales) y hervirlos para conseguir que se hiciera el vacío en su interior a la par que mataba a los microorganismos que pudieran quedar en su interior. Al abrir el frasco, incluso después de varios meses, la comida conservaba su sabor y sus propiedades, por lo que fue una revolución.

Poder conservar comida lista para ser consumida durante largos periodos de tiempo facilitó la tarea a navegantes y a soldados, que no se veían en la necesidad de recabar víveres frescos continuamente. Antes del descubrimiento de Appert, estas personas recurrían a salazón, o a bizcochos que se iban poniendo rancios o pudriéndose conforme avanzaba la travesía, por lo que los frascos fueron abrazados por viajeros de todo tipo con alegría.

Napoleón, que llevaba un tiempo detrás de una solución para dar de comer a sus tropas que se hallaban enfrascadas en plena campaña de conquista, premió la invención de Appert con 12.000 francos. Con el dinero del premio, el cocinero abrió una fábrica en París para suministrar a la marina francesa y además publicó su método en un libro para que todo el mundo conociera su método.

El libro se tituló “El arte de conservar durante varios años todas las sustancias animales y vegetales” y nunca llegó a patentar su idea. Appert creía que su invento debía mejorar la vida de todas las personas y puso ese interés por encima de sus beneficios económicos.

Del bote a la lata

El sistema de Appert fue perfeccionado en 1811 por su compatriota, Philippe Girard, que estaba en Londres con la intención de lucrarse con la conservación de alimentos. Este hombre aportó una innovación y en vez de meter la comida en tarros de cristal la metió en recipientes de hojalata, que pesaba menos (no mucho, al principio, porque aún era un método tosco) y era más resistente a los golpes. Su invención fue presentada ante la Royal Society de Londres por un empresario inglés, Peter Durand, que hizo las demostraciones pertinentes ante los científicos.

La patente que obtuvo Girard se vendió al empresario Bryan Donkin, que abrió la primera fábrica de latas de conserva de la historia. Para dar a conocer su producto, distribuyó muestras entre la alta sociedad británica y la misma reina lo probó a través del duque de York y quedó muy contenta con el invento.

Las demostraciones se sucedían y Joseph Banks, otro famoso del momento, hizo la prueba del contenido de una lata que tenía dos años ante la Royal Society declarando que los alimentos estaban “en perfecto estado de conservación”. Con ello consiguió convertir a Donkin en el suministrador de alimentos enlatados de la marina británica.

No hay lata sin su abrelatas

En las instrucciones de las primeras latas constaba que para abrirlas se recomendaba usar escoplo y martillo, lo que suponía un gran esfuerzo por parte de los consumidores. Tenemos que esperar hasta 1850 para la aparición de latas más ligeras para que comenzaran a inventar maneras más sencillas de abrirlas.

En 1870 el estadounidense William Lyman inventa el abrelatas definitivo con una rueda cortante y con ello la popularización de las comidas en conserva fue imparable.

Por cierto, Appert no se quedó quieto después de su invento para conservar alimentos y a él le debemos también un método para fabricar leche concentrada. Por desgracia, murió arruinado después de que la invasión Prusiana destruyera su fábrica.

Si queréis leer más sobre esta historia, os recomiendo Mundolata, Ya está el listo que todo lo sabe, Enciclopedia Británica y Una bióloga en la cocina. La foto de Nicolas Appert que inicia el artículo es de la Wikipedia como siempre.