En defensa de los celos

Es posible que no haya otro sentimiento tan denostado, despreciado y ridiculizado como son los celos en las corrientes de pensamiento recientes de nuestra sociedad actual.

El mecanismo para establecer tal desconsideración es el de la falacia del hombre de paja, tomar los casos más extremos y pintorescos, incluso descabellados como los que terminan en crimen, olvidando de nuevo que en toda noción existen grados, añadiendo al error la falacia del falso dilema. Celos o no celos, como si tal categorización pudiera describir siquiera la sombra de la realidad.

Además, las veces que he oído considerar el tema desde un punto de vista más reflexivo o intelectual tampoco veo que se acierte en realidad ni en la descripción. Se habla de posesividad, de pertenencia de la otra persona, de sumisión, etc. Y puede ser una descripción del grado extremo, pero toda montaña fue antes colina.

Así que, ya que veo que nadie en el discurso público, desde hace años, acierta a enebrar esa aguja, voy a tratar de ponerle hilo desde aquí, a pesar de todos los prejuicios, falsas asunciones e indignaciones superficiales que pueda despertar. Y si no fuera así, no sería tan necesario.

Toda relación no impuesta parte de las bases de un acuerdo que concierne a las partes. Es un contrato, aunque no guste la palabra, un compromiso, aunque dé urticaria. De las coacciones más o menos significativas que operan a la hora de establecer dichos acuerdos, que según el grado no son despreciables en el asunto, por su complejidad cabe abordarlas por separado, partimos aquí de un acuerdo establecido, aunque dichas coacciones puedan llegar a constituir razones de impugnación.

El problema es que la figura de los celos ha quedado constituida en el imaginario general como enemiga de la libertad, esa que no se negocia. Debería haber sido la primera señal de alarma, en otros ámbitos bien sabemos desde posiciones de izquierdas que los defensores de la libertad lo único que defienden en muchos casos son los propios intereses egoístas y el derecho al abuso.

Tal como se entiende hoy, los celos son el abuso, como si la causa de estos tuviera un nacimiento intrínseco en la psique del celoso que padece alguna suerte de patología. Y eso puede ser cierto en alguna medida o algunos casos, pero por norma general los celos tienen su origen en circunstancias puramente externas.

Así ante un “incumplimiento de contrato”, y lamento lo frío que suena pero creo que es la manera más adecuada de clarificarlo, ya no caben siquiera los celos como reacción de queja puesto que vulneran la libertad de la persona que está incumpliendo el contrato. Al final como en política y economía, es la parte fuerte de la relación la que aboga por su la libertad vulnerando los derechos del otro. Por eso sorprende más qué tan profundo se le ha colado a los sectores de izquierda tal posicionamiento.

Lo que no puede ser, o debe ser, mejor dicho, es que uno establezca un acuerdo, con los beneficios que de dicha consideración se desprendan, y luego lo incumpla, muchas veces con ocultación flagrante a su contraparte, privándole incluso de adecuar el acuerdo a las nuevas condiciones. Es una estafa, que es un tipo penal. De hecho el adulterio, aunque resulte sonrojante y fuera más que nada fútil, no hace tanto que estuvo previsto como delito en el ordenamiento jurídico de este país. Evidentemente la ley va por una parte y la realidad por otra.

Desde ahí, hemos pasado al extremo diametralmente opuesto, además marcado por la concepción simplista hasta lo binario con la que solemos interpretar la realidad. Lo proscrito hoy socialmente son los celos, y lo que sí que es completamente inútil es prohibir un sentimiento, como si pudiéramos conducirlos y no fueran ellos los que nos conducen. Estamos a nada de prohibir sufrir, cosa que es altamente inconveniente.

Porque cuando los celos son causa directa de la falta de atención a la palabra dada, o acuerdo o compromiso establecido, máxime cuando en torno a dicho acuerdo se construye y estructura la propia vida, a nivel, social, laboral, en la vivienda y muchos otros ejes cruciales, son lo menos que cabe esperar y lo que debería ser socialmente censurado es la impunidad, ya que, si no se acierta a censurar ciertas conductas egoístas que causan claro perjuicio a los demás, el abuso no puede hacer otra cosa que aumentar.

Porque al final lo contrario sería que te estén jodiendo la vida y ni siquiera tengas derecho a quejarte. Y si aceptas que los pilares básicos de la vida que te has de construir puedan tambalearse en cualquier momento difícilmente hallarás paz ni en sueños. Ansiedad, estrés, depresión. Sí, estás siendo victima de una forma de violencia que socialmente apenas vas a poder denunciar, donde los ecos de apoyo brillarán por su ausencia y que goza de una impunidad total y absoluta. No sólo eso, como se te ocurra levantar la voz vas a ser tú al que acusen de maltrato. Bienvenido al siglo XXI.

Los celos, por lo general, encuentran su causa en las conductas desleales de la otra parte en relaciones que se tratan de mantener a flote por otras contraprestaciones, pero a la larga difícilmente pueden valer la pena.

Como suele decirse, puede que yo no sea el cuchillo más afilado del cajón, me ha costado mucho tiempo entenderlo y mucho más ponerlo por escrito, pero mi consejo para los que aún estén a tiempo es que huyan de quien les haga sentir así como de un incendio: dejándolo todo.

Y a renglón seguido podríamos tratar la carencia de compromiso en lo que se han venido a denominar relaciones líquidas, que suena muy bien hasta que se contrapone con la noción de un sólido.

Porque si los cimientos no son sólidos, nada sobre ellos podrá ser construido y por eso sobre la superficie del mar hay poco más que olas y basura y cadáveres que flotan.

Es una posición mucho mejor que la vulneración de los acuerdos contraídos, pero con incluso menor recorrido, váyase a saber por qué se promueve tal tipo de tendencias, aunque a buen seguro muchos podrán empezarse a dibujar una idea y a muchos otros la perspectiva que da el tiempo nos ha dotado de una noción bien definida. Pero igual que la coacciones que pueden impeler a establecer ciertos acuerdos resultando estos viciados, merecen un análisis por separado que supera el objeto de esta líneas.

Sólo decirte a ti que lo lees que si sientes celos, tal vez no seas un monstruo. Tal vez el monstruo lo tengas justo frente a ti. Huye.

Y si quieres te lo pongo en verso: