¿Cómo van a acabar con las drogas en las calles si no lo consiguen en las cárceles?

La lucha contra la droga es un cúmulo de hipocresías. Desde su nacimiento hasta el presente, no encontramos más que verdades a medias, falsas intenciones y pretextos mal hilados para poder encerrar a un segmento determinado de la población.

Cuando en los años veinte se decidió penalizar la morfina y otras sustancias similares, el argumento publico fue la salud y el daño que estas sustancias causaban a la sociedad, justo después de que la Gran Guerra hubiese hecho drogadictos a millones de jóvenes europeos y norteamericanos.

La razón real, sin embargo, era más profunda y se expresa perfectamente en la frase de un político norteamericano del que ahora no recuerdo el nombre:

Si permitimos el tráfico y consumo de drogas, ¿los traficantes se convertiran en ciudadanos honrados? Hay un grupo social que siempre intentará vivir al margen de la ley, del beneficio que esa marginalidad les aporte. Los gangsters no dejaron de ser gangsters cuando se derogó la Ley Seca. Se pasaron a la extorsion, el juego y la prostitución. Dejémoslos pues que trafiquen con drogas y vayan a la cárcel por ello, o si no, se acabarán convirtiendo en secuestradores de niños. Porque trabajar honradamente no piensan hacerlo nunca.

Esa idea subyace aún en nuestras leyes penales. Nos importa un pimiento que trafiquen con marihuana, hachís o cocaína: mejor es tener pequeños camellos, que en el fondo no causan daño real, antes que grandes delincuentes, potencialmente peligrosos para la sociedad, porque los que viven de eso ni se plantean llevar una vida dentro de la ley.

Ignoro si están en lo cierto o no los que piensan de ese modo, pero está claro que el Estado no hace ningún esfuerzo real para comabatir las drogas. La mejor prueba son las cárceles: si dentro de un recinto cerrado, donde se supone que se controla cuidadosamente todo lo que entra, se sigue vendiendo y cosumiendo droga en cantidades apreciables, ¿cómo se puede esperar que se limite ese tráfico en las calles?

La mecánica es seguramente la misma, pero en las cárceles se nota más: los funcionarios se lucran haciendo la vista gorda, se mantiene el control sobre los presos, se mantiene tranquila a la gente y los consumiores pierden la capacidad de resistencia, así que todos contentos.

¿Y en a calle? No os engañéis. Sucede lo mismo. La policía se lucra haciendo la vista gorda cuando quiere, se mantiene el control sobre ciertos grupos y los consumidores pierden la capacidad de resistencia.

Nunca está de más echar un vistazo al microclima carcelario. Suele decirnos más cosas de las que pensamos y a veces más de las que quiséramos saber.