Como para muchos, 2020 no ha sido un año fácil para mí, y no solo por la dichosa pandemia. No soy muy de contar mi vida en internet, por eso no voy a entrar en detalles, pero sí me gustaría compartir un poco lo que me pasó y sobre todo lo que aprendí de ello.
No pretendo dar lecciones de vida a nadie, simplemente quiero contar mi experiencia.
El año pasado, antes de que empezase todo el tema del confinamiento, mi madre se marchó a la casa del pueblo ya que veía que la cosa se empezaba a complicar y pensaba que en el pueblo las cosas estarían más tranquilas. Para que os hagáis una idea, se trata del típico pueblo del norte que está un poco perdido. Me pareció una buena idea y cuando empezó el confinamiento me alegré de que estuviera allí y no en Madrid encerrada en el piso.
El problema empezó cuando en mayo me llamó un vecino del pueblo diciéndome que mi madre se había roto la cadera al caerse por las escaleras de la casa. Yo no había recibido llamada alguna del hospital ni de mi madre, y no podía coger el coche e irme hasta allí porque la capital estaba cerrada. Tras varios intentos conseguí contactar con mi madre que me explicó lo que había pasado. Al parecer ya la habían operado y estaba bien, pero con todo el tema de los contagios el hospital estaba hasta arriba y no me habían podido avisar.
Os voy a ahorrar los datos de los líos del hospital, los altas y las visitas con todo lo del COVID, pero finalmente conseguí desplazarme hasta allí y llevar a mi madre de vuelta a casa.
Dejarla de nuevo en la casa del pueblo era inviable, no solo porque yo tenía que volver a la ciudad y no se podía quedar sola, sino porque como os podéis imaginar es la típica casa antigua con escaleras que para una persona recién operada de la cadera, no es habitable.
La llevé a su casa en Madrid y me trasladé allí para poder estar pendiente de ella en todo momento. Tengo que decir que el tema del teletrabajo me ayudó con esto porque si no la situación hubiera sido más complicada.
Yo pensaba que toda esta historia había terminado hasta que me di cuenta de los mil obstáculos que hay en una casa para una persona con movilidad reducida. El andador no pasaba por varios huecos, o más bien no tenía ángulo para girar correctamente, meter a mi madre en la bañera era una tarea casi imposible… todo mal. Si ya estaba agobiada por estar encerrada en casa todo el día, la situación se convirtió en un infierno, y claro, no podía quejarme porque mi madre estaba peor.
Harta de todo decidí hacer una pequeña reforma en la casa para adaptarla rápidamente todo lo posible para facilitar las cosas. Os podéis imaginar el terror que fue conseguir que hicieran toda la reforma en tiempos de pandemia. El principal cambio, y el más sencillo fue cambiar la bañera por un plato de ducha, para así facilitar el acceso y que en un futuro mi madre no tuviera problemas en ducharse sola. El otro cambio importante que hicimos fue ampliar el tamaño del hueco de las puertas a 80 cm, para que el andador pasase sin problemas.
No quiero enrollarme con el tema obra porque no es lo principal. Lo que quiero decir con todo esto es que aunque muchas veces nos quejamos por lo difícil que están las cosas, no pensamos en que, tristemente, pueden ponerse peor. Hay que aprovechar el día a día y celebrar lo que tenemos. Con esto no me refiero a que tengamos que aceptar la difícil situación en la que nos encontramos ahora como si fuera fantástica, porque no lo es, pero tampoco podemos dejar que la preocupación nos absorba por completo y no nos deje disfrutar la vida, principalmente porque no sabemos cuando las cosas se van a poder poner peor. Seguramente todos nosotros rechazamos planes el marzo pasado pensando “bueno, ya otro día” y luego nos hemos arrepentido de ello.
Tan solo quería compartir esta pequeña reflexión tras el duro año que ha sido el 2020. Espero que este año sea un poquito más tranquilo, no pido mucho más.