Ha tenido que pasar tiempo para que pueda escribir sobre ello con más serenidad y tranquilidad. Pero no, mi abuelo no es ningún adorno para un caro mueble de madera.
Recuerdo aquella tarde en casa de los yayos. Como diría mi abuela “no estábamos para hostias". Se había muerto el yayo y necesitábamos y queríamos sentir dolor.
Por eso, cuando llegó el hombre de la funeraria dando el pésame menos sincero y más de protocolo que podría haber escuchado jamás (cosa entendible, es un trabajo donde se deben guardar distancias emocionales) ya empecé a ver por dónde iba la cosa: sacó un libro impreso a todo color. Joder, qué calidad de impresión. Un papel daba gusto tocarlo y hasta mirarlo.
¿Y qué era? Un catálogo de IKEA, pero sin muebles. Con muchos, muchísimos ataúdes. De todos los colores y gustos. Voy a un italiano y no sé qué comer, voy a saber escoger un ataúd.
Que si con madera de este árbol, o del otro. Que si adornos de mármol o crucifijos. Todos por un módico precio al que le podrían hacer un 2x1: Por poco se llevan a mi abuela del susto al ver los precios.
Pasamos a la sección necro-téxtil:
¿Y al abuelo, qué le ponemos? No sé qué coño ponerme yo un miércoles voy a saber cómo vestir a mi abuelo en su último día. Realmente a todos nos daba bastante igual. El abuelo se ha ido y todo lo que había que hacer por él lo hicimos o lo tendríamos que haber hecho en vida.
Y luego a la necro-jardinería: ¿Unas flores? 300 euros. Un par de músicas de un archivo MP3 enlatado? 200 euros.
Muy excelente todo. Ahí me enteré que morirse es para ricos.
Y encima, aún hay que aguantar la gente que se rasga las vestiduras por no darle lo mejor al muerto, por no poder o querer gastarse semejante barbaridad en cosas tan materiales y superfluas.
Las funerarias lo saben y se aprovechan. ¿Qué mejor homenaje capitalista que la última oportunidad de dejarse un dineral en la despedida de un ser querido? ¿Serás capaz de no hacerlo, insensible?
Señores, lo que no hayan dado en vida de un ser querido no lo intenten dar en muerte.
Para mi entierro no quiero flores, ni vestimentas. No quiero ni que me veáis. Quiero que me recordéis vivo, que me deis todo el amor que me tengáis que dar ahora. Y si os vais a gastar 300 euros en unas míseras flores, pues me invitáis a un buen restaurante y disfruto de vosotros y la comida en vida.
Pero sobre todo, ojalá que cuando llegue mi hora, el morirse no sea un sucio y asqueroso negocio.
PD: Dedicado a Raúl, el niño cuyo cadáver pasó 20 horas en el sofá de su casa, por no poder pagar su família a la funeraria y a ti yayo, que sé que tampoco estarías para tonterías ese día.