Hace siglos, mientras trabajaba en unos astilleros de Gotemburgo, aprendí los rudimentos del comercio internacional: contemplé como unos barcos zarpaban transportando madera sueca hacia Canadá y, pocas semanas después, contemplé aún más desconcertado como esos mismos barcos regresaban al mismo puerto con maderas canadienses. Puesto que los bosques de ambos países son aproximadamente iguales, el intercambio me pareció absurdo. Siglos después, estoy viendo cómo se repite el mismo absurdo pero esta vez con el gas en lugar de la madera...