Seguramente muchos accidentes laborales suceden por causas fortuitas y no hubiesen podido evitarse ni siquiera tomando las debidas precauciones que de manera prudente y honesta deben tomarse.
En otros casos la precariedad con la que los trabajadores se ven obligados a realizar su trabajo es tal que les condena irremediablemente al siniestro al carecer de las protecciones necesarias, los medios, la capacidad, o la debida formación para enfrentarse a los peligros de su miserable entorno laboral.
En un escalón intermedio entre los dos anteriores escenarios, el de la absoluta precariedad y el de la correcta actuación, existe también el de la apariencia. Cuando las empresas facilitan los medios, cumplen con la exigencia legal de elaborar los planes de prevención, proveen al trabajador de los obligatorios equipos de protección individual, facilitan la información sobre los riesgos laborales del puesto de trabajo a desempeñar (información que, por cierto, no siempre es de calidad, y muchas veces lo único que pretende es simplemente cumplir con la ley por la mínima), etc.
Pero bajo esta apariencia, una vez con las manos limpias por haber cumplido escrupulosamente por su parte con la ley, algunas veces las empresas ven el camino despejado para someter a los trabajadores a unas exigencias y condiciones que muchas veces son las que realmente ponen en peligro sus vidas, incumpliendo así el verdadero propósito final de la ley, que es la eficaz protección del trabajador.
Las cargas de trabajo excesivas, las prisas, la fatiga, el miedo de los trabajadores a perder sus puestos de trabajo y al desempleo, la extrema competitividad que existe entre las empresas y entre los mismos trabajadores dentro de la empresa, el estrés laboral, la cantidad en detrimento de la calidad, la presión diaria por parte de los jefes inmediatos sobre los trabajadores, la insuficiencia de personal necesario en los centros de trabajo, las reducciones de plantilla que pretenden mayores beneficios económicos... son factores difíciles de determinar y de valorar objetivamente, pero siempre que existen son determinantes en la producción de los accidentes de trabajo.
Y frente a un accidente cuyas verdaderas causas y circunstancias muchas veces no son fáciles de identificar, y con las manos limpias por haber cumplido con las normas de seguridad laboral que exige la ley, es más sencillo achacar la responsabilidad del accidente a un despiste o negligencia del trabajador, por ejemplo, saliendo así indemne de la situación el empresario, protegido por esa apariencia de haber hecho las cosas bien, con las manos limpias, y camuflado por la dificultad de demostrar cuáles fueron realmente las causas del fatal "descuido".