Las autoridades Ucranianas insisten a diario en que, para batir a Rusia, necesitan más artillería, y fuera del cachondeo ese de que han vendido dos unidades del Caesar francés a las milicias de Lugansk, que no sabemos si es cierto o no, pero tiene pinta de bulo, lo cierto es que Occidente está enviando este tipo de armamento al ejército ucraniano.
La cuestión es que ya hay muchas voces preguntándose hasta qué punto es una idea acertada, y no sólo por aquello de que se puede alargar inútilmente la guerra, y otras consideraciones éticas, sino porque, vendidas o no, es obvio que varias unidades de armas occidentales de todo tipo están, sin duda, siendo analizadas ya en Rusia, y esto va a servir para que la industria militar rusa avance décadas en pocos meses, a fuerza de robar tecnología.
Me mandaron hace tiempo un vídeo en el que salía un oficial ruso, con cara divertida y un Manpad británico en la mano, diciendo que a Rusia le hubiese costado tres películas de espías conseguir uno como ese, y él lo había encontrado en una zanja. Sin duda el vídeo tenía mucho de propaganda y mucho de esa retranca rusa que hace destacar a su literatura, pero también tiene una parte innegable de verdad, que a lo mejor nos debería hacer reflexionar.
Esos son los riesgos, vale. ¿Y qué podemos decir de la eficacia?
Dicen por ahí, que un Caesar u otras piezas artilleras de esa calidad y alcance, pueden costar entre siete y ocho millones de dólares por unidad. Bueno. Si mandamos 500, eso ronda los 4000 millones de dólares, para que sólo llegue una parte, porque obviamente, alguno será destruido por el camino. Si suponemos que llegan 450, que es ser optimista, ¿qué demonios hacemos con 450 cañones en un frente de 675 Km?
¿Alguien ha medido el frente?
Ya no se trata de si conviene ayudar o no. Se trata de que, si de veras se desean enviar armas con intención de que sirvan para algo, tiene que ser al menos cinco o diez veces lo que se está mandando, con los riesgos y costes que eso implica.
Lo contrario es como ayudar a la marina de un país amigo mandándoles medio barco y tres cuartos de submarino.
Hacer que hacemos.