El 6 de enero de 2021 se produjo un hecho inaudito, el asalto del Capitolio en Washington, la capital de los EE.UU. Aquellos hechos fueron un intento de golpe de estado para mantener en el poder a Donald Trump, que había perdido las elecciones en noviembre por varios millones de votos de diferencia. Ese violento asalto al edificio que alberga la Cámara de Representantes y el Senado no fue una algarada que salió de madre, fue un ataque que vino precedido de una campaña de radicalización de las filas trumpianas: la Gran Mentira.
Esa Gran Mentira, así con mayúsculas, es la que lleva propagando el entorno de Donald Trump desde antes incluso de las elecciones en que salió elegido presidente. El magnate de la propiedad inmobiliaria ya dijo en su momento que sólo reconocería el resultado de las elecciones si ganaba, frase con la que comenzó su campaña para erosionar la confianza en las elecciones y la democracia estadounidense. La Gran Mentira exponía que el Partido Demócrata, en colaboración con Dominion, Smartmatic, satélites de comunicación italianos, servidores en Frankfurt y Barcelona, los gobiernos de Venezuela, Irán, y China habría manipulado las elecciones, robándoselas a Trump, que habría ganado el voto popular en todos y cada uno de los estados de EE.UU.
Si hay algo que hemos aprendido del GOP, es que cuando acusan al Partido Demócrata de algo, es porque ellos mismos están haciendo eso, o al menos lo están intentando. De aquí viene que en círculos progresistas se diga jocosamente que GOP no son las siglas de Grand Old Party, sino de Gaslight Obstruct Project. Es precisamente la técnica de proyección la que usan para intentar desacreditar al otro gran partido, acusándoles de lo que sea que ellos mismos estén haciendo, con el único fin de minar la credibilidad de quien se queja. Es como el cuento de Pedro y el lobo, pero un giro desconcertante. El cánido se ha dedicado de manera continua a exclamar "¡Que viene el lobo!" para minar la credibilidad de Pedro, y así poder atacar impunemente cuando Pedro dé aviso de que efectivamente viene un lobo con colmillos como navajas de Albacete.
El Partido Republicano está intentando robar las futuras elecciones presidenciales, y para ello van a intentar contar con la colaboración del Tribunal Supremo, en donde los magistrados conservadores son mayoría aplastante.
Para el siguiente curso judicial tienen que emitir sentencia en el caso Moore v. Harper sobre derechos electorales. Lo resumo: el Partido Republicano de Carolina del Norte había creado un nuevo mapa de distritos electorales para el Congreso, dando una inmensa ventaja partidista al GOP. El Partido Demócrata recurrió ese diseño ante los tribunales, que determinaron que ese mapa era manifiestamente injusto y que tenía que ser rediseñado.
A base de apelaciones, el caso ha llegado al Supremo, ante el cual dice el GOP que los tribunales no deberían tener la autoridad de declarar inconstitucionales los diseños de distritos, pues esa materia debería ser de jurisdicción exclusiva de las autoridades legislativas estatales sin ser sujetos a revisión constitucional judicial.
Esto es lo que se conoce como Teoría de la Legislatura Independiente. Esta teoría surge a partir de los planteamientos textualistas y originalistas, que exponen que la Constitución ha de ser interpretada o bien al pie de la letra, o bien conforme a lo pensado por los redactores originales de la misma allá por los últimos años del siglo XVIII. En materia electoral, la Constitución Estadounidense es sumamente sucinta:
Los períodos, lugares, y maneras de celebrar elecciones para senadores y representantes serán dictados en cada estado por su legislatura; pero el Congreso puede alterar esas regulaciones en cualquier momento mediante una ley, excepto en lo relativo a los lugares para elegir a los senadores.
A esto hay que sumar esta otra cláusula de la Constitución de EE.UU, conocida como Cláusula de los Electores Presidenciales:
Cada estado nombrará, de la manera que dicte su legislatura, un número de electores igual al número de senadores y de representantes que a ese estado le correspondan en el Congreso: pero ningún senador o representante, o persona que tenga cargo de confianza o remunerado por los Estados Unidos podrá ser nombrado elector.
Lo que proponen quienes suscriben la Teoría de la Legislatura Independiente es que hay que entender "legislatura" en sentido completamente estricto, o sea que la facultad de nombrar a los electores presidenciales recaiga únicamente en la Cámara y el Senado estatales, independientemente de lo que certifique el Secretario de Estado. Ordinariamente se ha venido entendiendo "legislatura" de manera extensiva, asumiendo que todo lo que tenga potestad de emitir normativas con fuerza legal forma parte de la legislatura, y así estaría incluido en el concepto el Gobernador, el gobierno estatal, la Cámara, y el Senado estatales.
¿Qué implicaciones prácticas tiene esto? Lo primero es atornillar el poder del Partido Republicano haciendo que los mapas que diseñen sean finales, no sujetos a revisión judicial. Con eso y unas generosas dosis de gerrymandering del estilo del fallecido Tom Hofeller pueden asegurarse el poder legislativo en distintos estados, por más que a nivel de voto popular pierdan.
Con el poder firmemente atornillado, luego viene el robar las elecciones presidenciales. Si a una cámara legislativa no le gusta la idea de que gane en voto popular el otro partido y se deba designar como electores a los que había propuesto ese partido, simplemente pueden decidir ignorar la voluntad popular y nombrar electores por su cuenta. En estados con cierto porcentaje de variación en elecciones presidenciales como Pennsylvania o Arizona, esto le daría una ventaja importante al Partido Republicano, que es el que está urdiendo esta trama, pudiendo adjudicarse directamente los 19 votos de PA y los 11 de AZ.
A los trumpistas no les hará falta volver a tomar el Capitolio, las llaves se las puede entregar directamente John Roberts.